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El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, recalienta la guerra comercial contra China.
Amenaza con imponer un arancel de hasta el 100% sobre los vehículos eléctricos importados
desde China. Veámoslo.
Uno de los rasgos más característicos de la política económica de Donald Trump durante
su primer mandato como presidente de los Estados Unidos fue el proteccionismo arancelario frente
a China. Donald Trump le declaró una guerra comercial a China elevando de manera muy sustancial
los aranceles a muchos productos importados por Estados Unidos desde China y a su vez
China reaccionó a esa declaración de guerra comercial por parte de Estados Unidos elevando
de manera importante los aranceles a muchas de las mercancías, especialmente agrarias,
que importaba desde los Estados Unidos. Son muchos los que creen que las guerras comerciales
conducen al desarrollo de las economías, pero en realidad la principal víctima de cualquier
guerra comercial es el comprador de los productos grabados con aranceles. Aunque muchas veces los
aranceles se presentan como un impuesto al vendedor extranjero, en la mayoría de los casos son un
impuesto que recae sobre el comprador nacional. Si ese comprador nacional quiere seguir adquiriendo
productos desde el extranjero a de pagar el precio de ese producto más el coste fiscal del arancel.
Y aún en el supuesto de que ese comprador nacional rechace adquirir producción extranjera porque se ha
encarecido demasiado debido al arancel, el hecho de que se vea forzado, se vea empujado a adquirir
producción nacional más cara o de peor calidad que la producción extranjera que quería adquirir antes
de que se aumentaran los aranceles, el hecho de que se vea empujado a comprar producción nacional
más cara o de peor calidad también equivale a efectos prácticos a un impuesto, a un sobreprecio
forzoso que el Estado le obliga a abonar a ese comprador nacional. Y cuidado, cuando digo que el
principal perjudicado de una guerra comercial, de una guerra arancelaria, es el comprador nacional,
no me estoy refiriendo exclusivamente al consumidor nacional. Muchos compradores nacionales, por ejemplo,
muchos compradores estadounidenses, pueden ser empresarios productores nacionales, productores de
Estados Unidos, que adquieren parte de los inputs que necesitan para producir dentro de los Estados
Unidos en el extranjero, porque esos inputs se producen de manera más barata o con mayor calidad fuera de
Estados Unidos que dentro de Estados Unidos. Y, por tanto, esos productores nacionales que son
compradores de mercancías extranjeras, importadores grabados por los aranceles, ven perjudicada su
competitividad debido a que se les encarece de manera notable los costes de algunos de los inputs que
utilizan para producir. Por ejemplo, si una fábrica de automóviles dentro de Estados Unidos compra los
neumáticos a México porque los neumáticos en México tienen un coste que es la mitad que el coste
de producirlos en Estados Unidos, el hecho de que se impida o se encarezca la importación de neumáticos
desde México a Estados Unidos significa que esa fábrica de automóviles dentro de Estados Unidos se
volverá menos eficiente, es decir, menos competitiva internacionalmente. Para proteger a la industria de
los neumáticos dentro de los Estados Unidos no sólo se estará perjudicando al consumidor de automóviles
dentro de Estados Unidos, sino también al productor de automóviles dentro de Estados Unidos que verá
mermada su competitividad. Por eso, en el fondo, los aranceles sólo sirven para proteger a aquellas
industrias nacionales más ineficientes que producen las mercancías que han sido grabadas, que han sido
protegidas impositivamente a través de los aranceles. Pero eso se consigue a costa de perjudicar
al consumidor nacional, cuya renta disponible se reduce, y también al productor nacional que hace
uso de los inputs que están siendo grabados, que están siendo artificialmente encarecidos a través de
los aranceles. Y por eso, cuando miramos el efecto que tuvo sobre el empleo de los Estados Unidos la
política de guerra comercial iniciada por Donald Trump en 2018 y 2019, vemos que los resultados
fueron entre nulos y negativos. El impacto que sobre el empleo tuvieron los aranceles en aquellos
condados de Estados Unidos con una mayor exposición a esos aranceles, a industrias supuestamente beneficiadas
por esos aranceles, fue o nulo o más bien negativo. Y, sin embargo, el impacto que tuvieron en los Estados
Unidos, los aranceles que reactivamente impuso China sobre la importación de mercancías estadounidenses,
sobre todo mercancías agrarias, sí fueron significativamente negativas para el país. Por tanto,
los aranceles de Trump contra China no protegieron el empleo nacional en los Estados Unidos y probablemente
perjudicaron el empleo en China. Y, en cambio, los aranceles de Xi Jinping contra Estados Unidos sí
perjudicaron al empleo en los Estados Unidos. El saldo en términos de empleo de esta guerra comercial
no fue beneficioso para aquellos condados más expuestos a la guerra comercial. Fue un saldo
claramente negativo como consecuencia de la misma. Ahora bien, ¿significa todo esto que los Estados Unidos
va a cambiar de rumbo? ¿Va a dejar de apostar por la guerra comercial directa contra China? Muchos
pensaban que si Donald Trump era derrotado y Joe Biden llegaba a la presidencia del país,
se daría un giro de 180 grados a esta ofensiva proteccionista en contra de China. Y la realidad
ha sido más bien que se ha dado un giro de 360 grados. Es decir, una vuelta de tuerca para agravar
todavía más la guerra comercial de Estados Unidos contra China. Y es que, según hemos sabido,
esta próxima semana Joe Biden no sólo anunciará que mantiene todos los aranceles contra China que
en su momento impuso Donald Trump, sino que incluso los va a incrementar de una manera muy sustancial.
Tomemos el caso del arancel sobre la importación de vehículos eléctricos desde China. Donald Trump impuso
un arancel del 25%. Es decir, que cualquier consumidor estadounidense que quiera comprar
un coche eléctrico chino tiene que pagar el precio al que se vende ese vehículo eléctrico
más un 25% de recargo. Pues bien, Joe Biden esta próxima semana, muy probablemente, según se ha
filtrado anunciará que este arancel pasa del 25% al 100%. Es decir, que para que un consumidor
estadounidense pueda comprar un vehículo eléctrico chino tendrá que pagar un precio que es el doble
de aquel al que lo está vendiendo el productor chino de ese vehículo eléctrico. Y, por desgracia,
este incremento de los aranceles no se limitará a la importación de vehículos eléctricos desde China,
sino que también afectará a otros productos que China produce de manera más barata en estos
momentos, como por ejemplo placas fotovoltaicas o baterías eléctricas. Démonos cuenta, por cierto,
del enorme despropósito que supone esto. Nuestras élites burocráticas, nuestros gobernantes,
nos han inmerso a todos en una carísima transición energética. Pretenden que abandonemos
aceleradamente el uso de combustibles fósiles y que electrifiquemos de manera generalizada nuestra
economía para sostener nuestra actividad sobre energías de origen renovable. Pues bien, una parte
de la economía mundial, en este caso la economía china, ha conseguido estándares de eficiencia,
en términos de calidad y coste, muy elevados en algunos de los elementos críticos para esa
transición energética en la que nos fuerzan a participar nuestros dirigentes políticos y esos
dirigentes políticos, en lugar de dar las gracias y decir, menos mal, con estas mercancías vamos a
conseguir abaratar de manera muy sustancial el coste de esta transición energética, lo que hacen es elevar
barreras a la importación de esos elementos que necesitamos para la transición energética que
ellos nos fuerzan a ejecutar y, por tanto, encarecer de una manera muy importante el coste de esa
transición energética. Encarecerlo al menos para nosotros, para los europeos o para los
estadounidenses, porque para los chinos que tendrán a su disposición esos vehículos eléctricos más
baratos, esas placas fotovoltaicas más baratas, esas baterías eléctricas más baratas, desde luego
estos aranceles no les dificultan en absoluto semejante transición energética si es que quieren
siquiera ejecutarla. Dicho de otra manera, el demócrata Joe Biden está cuadruplicando la apuesta
proteccionista del republicano Donald Trump y el propio republicano Donald Trump, si vuelve a la
presidencia de los Estados Unidos, ya ha dicho que los aranceles que pueda imponer Joe Biden se van a
quedar cortos. Por tanto, tanto el uno como el otro apuestan por exactamente lo mismo. Multiplicar
los aranceles que pesan sobre la importación de mercancías chinas a costa de empobrecer al
comprador estadounidense de esas mercancías chinas. No busquen aquí ninguna lógica económica. No hay
argumentos, no hay razones económicas detrás de esto. Ya hemos visto que la guerra comercial
fue netamente perjudicial para el empleo en Estados Unidos y, a su vez, ya hemos visto que no tiene
ningún sentido encarecer una transición energética que tú mismo dices que es extremadamente urgente y
extremadamente vital para la supervivencia del planeta. La lógica que hay detrás de estos
movimientos es una lógica meramente geopolítica. El gobierno de Estados Unidos cree que con estos
aranceles está dañando a la economía china. Y es probable que lo esté haciendo. Ya hemos visto
que los aranceles que, como reacción, le impuso China a los Estados Unidos perjudicaron a la economía
de los Estados Unidos. De tal manera que también es muy probable que los aranceles, las restricciones
comerciales que le impone Estados Unidos a China, perjudiquen a la economía china. Al final, cuando se
produce un intercambio voluntario es porque ambas partes, el comprador y el vendedor, salen ganando.
De tal manera que si un arancel impide u obstaculiza o encarece que se produzca, que tenga lugar ese
intercambio voluntario, no sólo saldrán perdiendo los compradores nacionales, sino también los productores
extranjeros. Y el objetivo es ese. Es dañar a la economía china. No beneficiar a la economía
estadounidense. Porque no hay argumentos de peso para sostener que esta guerra comercial, que esta política
proteccionista contra China, va a beneficiar a la economía estadounidense. Se trata de dañar a tu rival
aunque también te estés dañando a ti mismo, como en una guerra no comercial. En una guerra no comercial,
los dos ejércitos salen perjudicados. Los dos ejércitos sufren bajas. Ahora bien, la expectativa
que tiene cada uno de los ejércitos es que el otro sufra bajas mayores que el propio. Pues aquí lo mismo.
La guerra comercial perjudica a ambas economías. Estados Unidos no la declara para beneficiar a su
economía, sino con la expectativa de que va a dañar más a la economía china de la que va a dañar a la
suya. Y tampoco le busquen una lógica económica a esta lucha por la hegemonía geopolítica. Estados
Unidos no quiere preservar su hegemonía geopolítica frente a China porque considere que de esa manera sus
ciudadanos van a vivir mejor en el largo plazo. No es eso. Hay países sin ningún tipo de hegemonía
geopolítica global que son muy ricos e incluso más ricos que los Estados Unidos. Puede ser una
economía tremendamente próspera sin tener ningún tipo de predominio geopolítico. La razón por la que
las élites de los Estados Unidos y las élites europeas y también las élites chinas buscan el
predominio geopolítico es por su propio interés. O mando yo o mandas tú. Y para que mande yo, tú no
has de mandar. Y para que yo cada vez mande más, tú has de mandar cada vez menos. Son luchas entre
castas políticas, entre entramados castuzos de políticos que buscan prevalecer frente a otras
élites políticas competidoras y rivales. Y para que esas élites, esas castas, logren la hegemonía
geopolítica, están desde luego dispuestas a sacrificar a su población. En ocasiones a sacrificarla
vitalmente, a través de guerras abiertas, y en otras a sacrificar el bienestar material de esa
población. En este caso, a través de guerras comerciales que perjudican a la población local con
la expectativa de que se perjudique todavía más a la población extranjera. Y, por supuesto,
las élites, la casta, la oligarquía política en cualquier parte del planeta es lo suficientemente
perversa, egoísta y corrupta como para estar dispuesta a sacrificar a su población para incrementar
su poder global. No se trata de que las élites de Estados Unidos o de Europa sean más perversas que
las de China o al revés. Todas las élites políticas en cualquier país tienen exactamente los mismos
incentivos. Incrementar su influencia global y reducir la influencia global de otras élites
políticas rivales. Porque el poder político es un juego de suma cero. Si no lo tengo yo, lo tienes tú,
y por tanto, para que no lo tengas tú, lo tengo que tener, lo tengo que preservar y lo tengo que ir
incrementando yo. Y, como digo, los ciudadanos de a pie hemos de contar con que nuestras élites
políticas perversas, egoístas y corruptas van a estar dispuestas a sacrificar nuestros intereses
para potenciar los suyos. Pero lo que en todo caso no deberíamos hacer es reírles las gracias y
seguirles el juego. Porque, por desgracia, habrá muchas personas que van a ser víctimas económicas de
esta guerra comercial que está ahora mismo agravando el presidente demócrata de los Estados
Unidos, Joe Biden, que aplaudirán esas medidas de Joe Biden. O que aplaudieron en 2018 y 2019
esas mismas medidas proteccionistas por parte de Donald Trump y que las volverían a aplaudir en
el futuro si en el futuro las vuelve a adoptar Donald Trump. Y una cosa es que las élites estén dispuestas
a empobrecernos en su propio beneficio. Y otra cosa muy distinta es que, además, les queramos dar las gracias.