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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.

Doscientos economistas argentinos se unen para criticar la propuesta de dolarización
de Javier Milei. ¿Tienen razón en lo que están diciendo? Veámoslo.
Alrededor de 200 economistas argentinos acaban de firmar una carta abierta en contra de la
principal propuesta económica de Javier Milei, la dolarización de la economía argentina.
En esta misiva se tacha a la dolarización de un espejismo que no va a solventar los
problemas de fondo de la economía argentina. Y dado que en esta carta podemos encontrar
algunos argumentos que tienen sentido y otros que desde luego no lo tienen, vamos a leer
esta carta suscrita, repito, por alrededor de 200 economistas argentinos en contra de
la principal propuesta económica de Javier Milei, para separar el grano de la paja.
El espejismo de la dolarización. Nuestro país se encuentra, una vez más, atravesando
una difícil encrucijada, un estancamiento que lleva más de una década, que es, en
realidad, una fuerte caída del ingreso por habitante, y un cuadro de crecientes desequilibrios
macroeconómicos y descontrol inflacionario, con registros que ya se ubican en dos dígitos
mensuales. La inestabilidad y la falta de crecimiento están en la base de la veloz
de expansión de la pobreza y de la desigualdad que afectan a nuestra sociedad. Este primer
párrafo es un párrafo meramente introductorio, pero destacaría dos ideas del mismo. La primera
idea es que los propios economistas argentinos dicen, ya volvemos a estar en la misma situación
en la que caemos recurrentemente. La carta arranca diciendo, nuestro país se encuentra
una vez más, es decir, que no es una situación única, excepcional, que jamás le haya ocurrido
a Argentina, sino que estamos otra vez en la misma dinámica de siempre. Y claro, si
un país cae recurrentemente en los mismos problemas y en las mismas trampas, quizá,
solo quizá, debería probar algo distinto a lo que ha venido haciendo durante las últimas
décadas. Y la segunda idea sobre la que querría reflexionar es que este primer párrafo
presta mucha atención al problema de la pobreza o del aumento de la desigualdad que
ha experimentado Argentina durante la última década. Sin embargo, recordémoslo, estamos
en una carta a propósito de la dolarización. Y ya anticipo que es una trampa asignarle a la
dolarización, solo a la dolarización, la tarea de reducir la pobreza y, en su caso, la desigualdad.
La dolarización lo único que pretende, y no es poco, es evitar la inflación, es poner fin al
descontrol de los precios. Pero eso puede ser condición necesaria para que un país escape
de la pobreza, pero desde luego no es condición suficiente. Y nadie, entre los partidarios de la
dolarización, sugiere que sea condición suficiente para ello. Pero sigamos. Junto con el imperativo
de evitar que la crisis se profundice peligrosamente, el principal desafío de
la próxima administración será estabilizar la economía como una condición necesaria
para recuperar el crecimiento. En el marco de las propuestas de campaña presentadas por los
diferentes candidatos a la presidencia, ha comenzado a considerarse en la discusión pública la
posibilidad de que Argentina cierre su Banco Central y adopte el dólar estadounidense como
única moneda de curso legal. De nuevo, dos ideas. La primera es que en este segundo párrafo se
expresa correctamente que la estabilización macroeconómica de la economía es una condición
necesaria, pero no suficiente para que el país vuelva a crecer. Y dentro de la estabilización
macroeconómica, la principal variable que debe estabilizarse son los precios, es decir,
las dinámicas inflacionistas. Y la segunda idea a resaltar de este párrafo es que, al menos,
lo que ha trascendido hasta el momento, la propuesta de Javier Millet no consiste en
dolarizar, estableciendo el dólar como única moneda de curso legal, sino liquidar el Banco
Central en dólares, cobrar impuestos en dólares, pero para todo lo demás, establecer la libertad
monetaria, es decir, justamente la ausencia de moneda de curso legal. Ya veremos si finalmente
esto es así. No estoy diciendo que sí o sí vaya a ser así. Estoy diciendo lo que ha planteado,
lo que ha propuesto, lo que ha prometido en campaña Javier Millet. Luego ya sabemos que los
políticos, y Javier Millet ahora mismo es un político, ya sabemos que los políticos muchas
veces se desdicen, mienten, cambian de opinión y terminan haciendo cosas distintas a las que
prometieron inicialmente. Pero el compromiso inicial, al menos, no es establecer el dólar
como única moneda de curso legal, sino utilizar el dólar para liquidar y cerrar el Banco Central,
para cobrar impuestos y para financiar las actividades del gobierno, pero para todo lo
demás, en la economía privada, libertad monetaria. Continuemos. Quienes firmamos este documento,
profesores e investigadores de economía en diversas universidades públicas y privadas del
país y del extranjero, economistas del sector privado, especialistas y hacedores de políticas
públicas, consideramos que un intento de dolarización formal sería una desacertada
iniciativa de política para hacer frente a los complejos desafíos con que debe lidiar la
economía argentina. Aunque la promesa de contar con una moneda estable ha generado seguramente
la esperanza de amplios sectores de la población castigados por la continua erosión del poder
adquisitivo de sus ingresos, la experiencia internacional y la propia situación de nuestra
economía indican que la propuesta en cuestión está lejos de ser una panacea y que, por el
contrario, podría generar múltiples dificultades para nuestro desempeño inmediato y futuro.
De nuevo, ningún defensor de la dolarización ha planteado que la dolarización sea una panacea para
todos los problemas económicos que padece Argentina. Como mucho, se ha planteado que la
dolarización puede ser una panacea para estabilizar los precios a medio plazo,
para luchar contra la inflación. Pero ya está, la dolarización per se no va a generar riqueza en
el país. La dolarización, como mucho, evitará que políticamente, a través de la inflación y de la
dilución del valor de la moneda, los políticos destruyan riqueza. Pero, de nuevo, evitar que los
políticos destruyan masivamente riqueza puede ser una condición necesaria para crear y acumular
riqueza, pero desde luego no es condición suficiente. Por tanto, si parte de la crítica
a la dolarización consiste en imponerle a la dolarización expectativas, objetivos,
aspiraciones, esperanzas que la dolarización no puede ni pretende per se alcanzar, pues desde
luego estamos trampeando el debate para llegar a una conclusión predeterminada. A la dolarización
habrá que criticarla o alabarla en función de los objetivos que pretende lograr, pero desde luego
no en función de los objetivos que no pretende alcanzar. Para que Argentina se desarrolle será
necesario mucho más que estabilizar la inflación. Pero, nuevamente, sí será necesario estabilizar
la inflación. Continuemos con la carta.
Lo primero a comentar de este párrafo es que, claramente, incurre una contradicción. Comienza
diciendo que hay obstáculos prácticamente insalvables para dolarizar y termina diciendo
que sí se puede dolarizar escogiendo un tipo de cambio suficientemente bajo. Lo que, por tanto,
parece que quieren decir en la primera frase es que es muy complicado dolarizar la economía argentina
a un tipo de cambio de 300 pesos por dólar, por ejemplo. Pero no tendría por qué ser complicado
dolarizar la economía argentina a un tipo de cambio de 800, 900 o 1.000 pesos por dólar.
Segundo, en la propuesta de dolarización que quiere seguir mi ley, la propuesta de
Kachanoski y de Ocampo, no se plantea ningún incremento adicional de la deuda pública
argentina. Lo que se plantea es un swap de la deuda pública argentina en dólares actualmente
existente. El Banco Central de Argentina tiene en su activo deuda pública denominada en dólares.
Esa deuda pública denominada en dólares se vendería a un vehículo financiero ubicado,
cito, en jurisdicción internacional para mejorar la calidad de esa deuda y sería colocada en los
mercados a través de ese vehículo a inversores internacionales, todo ello al tipo de interés de
mercado. De esa manera se conseguirían reservas en dólares adicionales para dolarizar la economía
argentina. La gran cuestión sigue siendo, desde mi punto de vista, a qué tipo de cambio se termina
dolarizando. Porque aunque consigas esos dólares adicionales, cada vez la situación financiera de
Argentina está peor y eso aboca a dolarizar a un tipo de cambio cada vez más bajo, que es lo que
ya va reflejando el mercado. Y, evidentemente, si dolarizas a un tipo de cambio muy bajo,
los acreedores en pesos experimentarán pérdidas extraordinarias. Pero pensar que los acreedores
en pesos no experimentarán pérdidas extraordinarias si no dolarizas, si te mantienes en la situación
actual es obviamente ridículo. La alta inflación actual terminará imponiendo una quita incluso mayor
a la ya experimentada a los acreedores en pesos. De modo que las opciones no son dolarizo y los
acreedores en pesos pierden o no dolarizo y los acreedores en pesos no pierden. Si no dolarizas,
los acreedores en pesos perderán igualmente. La cuestión a plantearse es si se quiere fijar
un tipo de cambio artificialmente alto, un tipo de cambio del peso por encima del mercado para
rescatar socializando pérdidas a los acreedores en pesos. Y eso es lo que aparentemente Javier
Millay ha descartado cuando dice que la dolarización se hará al tipo de cambio de mercado. Y en tercer
lugar, como dicen los economistas en esta carta, si fijas un tipo de cambio muy bajo para el peso,
lo esperable es que durante el primer año haya un estallido inflacionista incluso mayor del que ahora
está experimentando Argentina, porque todos los precios locales se van a tener que adaptar a ese
nuevo tipo de cambio tan bajo. Pero de ahí a decir que no es muy auspicioso comenzar un proceso de
estabilización de precios con un rebote muy fuerte de los precios, supone desatender la
experiencia de la dolarización en Ecuador. Fijaos en este gráfico. Ecuador se dolariza oficialmente
en el año 1999. ¿Qué sucede inmediatamente después de la dolarización? Que hay un repunte
de la inflación porque Ecuador dolariza a un tipo de cambio bajo. Pero después de que se hayan
ajustado de una vez todos los precios de la economía ecuatoriana al nuevo tipo de cambio,
¿qué sucede con la inflación en Ecuador? Que se hunde y converge con la tasa de inflación
aproximadamente de Estados Unidos. Por tanto, está bien que se quiera alertar a los argentinos
de las consecuencias inmediatas de dolarizar, que la inflación puede seguir subiendo durante
un año más. Lo que no está tan bien es sugerir que si eso sucede es la antesala de una nueva
espiral inflacionista. Eso desde luego no es así. Continuemos. Además, aún en régimen, es decir,
y luego de pagados estos innecesarios y enormes costos iniciales, el funcionamiento del esquema
es enteramente inapropiado para las características de una economía compleja y muy poco correlacionada
con el ciclo macroeconómico estadounidense como la Argentina. Aunque la credibilidad brindada por
el ancla monetaria podría provocar una eventual convergencia en algún momento a los registros
inflacionarios de Estados Unidos, el funcionamiento macroeconómico estaría plagado de rigideces y
dificultades. Con escasa flexibilidad nominal, inexistente integración con los mercados de
factores del emisor de la moneda y ausencia de transferencias fiscales compensatorias,
la ocurrencia de shocks externos adversos nos sometería a recurrentes períodos recesivos y
de elevado desempleo con vistas a recuperar competitividad externa, tal como ocurrió en
el final del régimen de convertibilidad y como muestra la evidencia de los países de la región
que han dolarizado recientemente. Más lejos en el tiempo, una de las mayores falencias de los
esquemas de patron oro era su rigidez para lidiar con la fase descendente del ciclo,
provocando una dolorosa contracción deflacionaria, muy lejos del mecanismo de ajuste automático
predicho por David Hume. No por nada, gigantes del pensamiento económico como John Maynard
Keynes y Milton Friedman atribuían a la vigencia de esa reliquia bárbara la virulencia de la gran
depresión. Este párrafo destaca algunos de los problemas a los que efectivamente se enfrentaría
la economía argentina en caso de que dolarizara. Estas cuestiones ya las traté en un vídeo anterior,
y es verdad que son temas de los que hay que hablar y de los que hay que advertir a los
argentinos porque son costes ciertos de la dolarización. Si Argentina adopta como moneda
el dólar, la competitividad externa de la economía argentina quedará subordinada a las fluctuaciones
globales del dólar, fluctuaciones que no tienen por qué guardar ninguna relación con la situación
de la propia economía argentina. Es decir, el dólar se podría apreciar cuando a Argentina le
vendría bien que se depreciara y se puede apreciar cuando a Argentina le vendría bien que se apreciara.
De ahí que la dolarización no sea la mejor opción posible para la economía argentina. La mejor opción
posible, concebible, imaginable para la economía argentina sería una reforma fiscal y monetaria que
dotara de credibilidad y de independencia al Banco Central, que sometiera al gobierno a un
estricto régimen de equilibrio presupuestario a medio plazo y que garantizara también la autonomía
del sistema financiero privado. Si todo esto se diera y se diera a largo plazo, la inflación
terminaría y no sería necesario dolarizar. Ahora bien, pretender que este esquema institucional es
una alternativa realista a la dolarización como mecanismo para luchar contra la inflación es caer
en la falacia del nirvana. Durante 60 años, Argentina no ha hecho más que destruir de manera
sistemática todas y cada una de estas patas institucionales que asegurarían la estabilidad
de precios. Y por tanto, es tremendamente complicado y no se va a dar desde luego en el corto o medio
plazo reconstruir lo que se lleva décadas destruyendo. Si hubiese un cambio cultural
profundo, si hubiese una reconstrucción institucional de raíz, quizá en 15, 20, 25 años,
empezaríamos a ver los frutos en Argentina de estos cambios en forma de estabilidad de precios.
Pero como no solo es muy improbable que estas reformas se den sostenidamente en el tiempo,
mi ley quizá las podría aplicar, pero cuando deje de estar mi ley en la Presidencia de Argentina
se podrían revertir de manera muy sencilla, y como además Argentina necesita soluciones
inmediatas, la alternativa no ideal, no óptima, pero más factible a corto plazo para estabilizar
los precios es subcontratar tu moneda a un emisor internacional creíble, en este caso el dólar.
Que sí, que adoptar el dólar tiene costes. Algunos de esos costes son los que se mencionan
correctamente en esta misiva, pero es que no adoptar el dólar tiene costes que todavía son mayores.
Dado que a estos economistas les gusta jugar a la falacia del nirvana, juguemos ahora a la
falacia del falso dilema. Si a todos estos economistas les preguntamos ¿qué preferís,
dolarizar o seguir en la situación actual? Muy probablemente todos ellos dirían,
hombre, dolarizar es mejor. Pues bien, aunque he dicho que esto es una falacia del falso dilema,
reducir todas las opciones existentes a sólo dos, o seguir como hasta ahora o dolarizar,
en el fondo la situación en la que se halla Argentina no es tan distinta a esta falacia
del falso dilema, porque las alternativas que podrían existir a dolarizar son alternativas
en gran medida o no efectivas o de aplicación no realista. Por tanto, siendo suboptima a la
dolarización, es el menos malo de los mundos a disposición a corto plazo para la economía
argentina. Y por cierto, sobre el patrón oro no me voy a extender, pero yo no soy ni
mucho menos tan crítico con el patrón oro que con la dolarización. El problema de la
dolarización es justamente que no todo el mundo tiene la misma moneda y que, por tanto,
la fluctuación de una moneda frente a otras monedas genera cambios en la competitividad interna que
no tienen nada que ver con la situación de competitividad propia de cada una de las
empresas de una economía. En el patrón oro, que es un sistema de moneda única entre todas
las economías, este problema no existe. Ninguna área económica puede devaluar unilateralmente
su divisa frente a las demás, obteniendo a corto plazo ganancias de competitividad a costa
del resto de regiones. Con el patrón dólar sí sucede, porque no todas las economías usan el
dólar como moneda, y precisamente por eso es distorsionador. Para los otros problemas que
mencionan estos economistas, dentro del patrón oro había soluciones. Las había hasta que se
cargaran el marco institucional después de la Primera Guerra Mundial. Y solo un comentario
adicional sobre el patrón oro. Milton Friedman, a quien citan estos economistas en esta carta,
efectivamente era contrario al patrón oro porque creía que había alternativas más baratas como
una moneda fiat bien gestionada. Sin embargo, en el año 1986, Milton Friedman publica un
artículo titulado El coste en términos de recursos del papel moneda inconvertible,
y el argumento que efectúa Friedman, uno de los argumentos que efectúa Friedman en este paper,
es muy interesante y creo que encaja muy bien en la reflexión que acabo de hacer hace un momento
sobre las alternativas realistas a las que se enfrenta Argentina. Como he dicho, Friedman no
era partidario del patrón oro, prefería una moneda fiat inconvertible bien gestionada,
porque creía que era más barato ese sistema monetario. Pero en este paper lo que dice es,
los costes de la alta inflación en un régimen de papel moneda inconvertible son tan altos que si
un país, si una economía no es capaz de estabilizar los precios con un papel moneda inconvertible,
mejor que adopte el patrón oro, aunque sea suboptimo, aunque sea ineficiente,
porque los costes inflacionarios del papel moneda inconvertible son mayores que los costes del
patrón oro. Pues bien, ese mismo argumento cabría trasladarlo ahora mismo a Argentina,
con el debate sobre dolarizar o no dolarizar. Sigamos con esta interesante carta. Del lado
fiscal debe sumarse el hecho de que las alquimias monetarias no son sustituto adecuado de un firme
compromiso con el equilibrio intertemporal de las cuentas públicas. En efecto, el esquema se basa
en la fantasía de que, eliminada la posibilidad del financiamiento monetario, el Gobierno estará
obligado a equilibrar inmediatamente su presupuesto. Algo que también desmienten nuestra propia
experiencia pasada y, por ejemplo, el caso de Ecuador, que ha experimentado ya un par de
episodios de default desde que adoptó el dólar como moneda. No creo que nadie haya dicho que,
por el hecho de dolarizar, los gobiernos ya tienen que automáticamente cuadrar las cuentas. Y si
alguien lo ha dicho, desde luego se equivoca. Lo que se dice es que la facilidad del Gobierno
de mantener sus cuentas descuadradas a través del poco transparente impuesto inflacionario desaparece.
Dicho de otra manera, ¿un Gobierno en una economía dolarizada puede gastar más de lo que ingresa? Sí.
Pero si sistemáticamente gasta más de lo que ingresa, ese Gobierno entrará en default. Los
mercados le cerrarán el grifo del crédito y le obligarán, a través del default, a cuadrar las
cuentas. En una economía no dolarizada, en una economía donde el Estado mantiene soberanía
monetaria, ese Gobierno puede gastar sistemáticamente más de lo que ingresa como,
a través de la inflación, trasladándoles de manera no transparente al conjunto de
ciudadanos un impuesto extraordinario en forma de inflación para cuadrar,
vía inflación, insisto, las cuentas de ese Gobierno. Pues bien, esa es la herramienta que
elimina la dolarización. Si un Gobierno es fiscalmente irresponsable, tendrá que pagar
el peaje público de declarar un default y de tener cerrados los mercados internacionales en dólares.
No podrá seguir gastando más de lo que ingresa, generando inflación y echándole la culpa a los
empresarios de que son muy avariciosos porque suben los precios. Vamos terminando ya con la
carta. Por último, aunque no menos importante, cabe considerar que la dolarización formal de
una economía es muy difícilmente reversible por sus elevados costes de salida, aún cuando haya
razones macroeconómicas bien fundadas para su abandono en determinado momento. Para sus impulsores
se trata de una evidente ventaja, pero en realidad, bien mirado, y como lo muestra de manera contundente
la historia monetaria en el caso de la jaula de oro de Iken Green en 1992, el chaleco de fuerza
de una dolarización sería en realidad una profunda debilidad. No se dobla, pero se rompe.
Aún más que en el caso de la salida de la convertibilidad, la eventual eliminación del
dólar como patrón y unidad de cuenta en favor de la reintroducción del peso implicaría la ruptura
de toda la estructura contractual de la economía. Esto acarrearía grandes costos, algo que ningún
gobierno democráticamente electo propiciaría aún cuando ese régimen monetario fuera inconveniente
para el funcionamiento macroeconómico. Frente a esa eventual negativa, la proliferación anárquica
de cuasimonedas para responder a una crisis de iliquidez se llevaría consigo todo el resto de
credibilidad del régimen. Precisamente, como decíamos, una de las ventajas de la dolarización
como alternativa realista para estabilizar los precios en Argentina es que constituye una camisa
de fuerza que el gobierno va a tener muy complicado quitarse. Si, por ejemplo,
mi ley aprobara una ley que decretara la independencia absoluta del Banco Central
de la República Argentina y que forzara al gobierno argentino a cuadrar estrictamente sus
cuentas a medio plazo, el siguiente gobierno argentino podría liberarse de esas obligaciones
simplemente reformando la ley. Es decir, no tendría ningún costo de cambio institucional.
Y precisamente porque sería muy poco costoso institucionalmente revertir las reformas que
habría hecho mi ley para a medio largo plazo estabilizar los precios dotando de credibilidad
al Estado argentino, precisamente porque el costo de salirse de esos compromisos sería muy bajo para
el Estado argentino, no serían compromisos creíbles y, por tanto, no serían eficaces a
la hora de estabilizar los precios. Precisamente porque la dolarización es un mecanismo institucional
que es muy difícilmente reversible. No imposible de revertir, pero sí muy complicado de revertir.
Es un mecanismo creíble para estabilizar los precios que, además, maniata a los políticos.
Nuevamente, estos economistas dicen cómo es tan complicado de revertir si en el futuro Argentina
volviera a ser un país creíble, un país que ya pudiese tener moneda propia y, como tener moneda
propia que de alguna manera refleje la situación macroeconómica de nuestra economía, es preferible
a tener el dólar. Sin embargo, no podríamos transicionar a esa moneda propia porque estaríamos
dolarizados, de modo que estamos hipotecando nuestro futuro. Hasta cierto punto, el argumento
podría ser válido, siempre y cuando uno espere que Argentina en el futuro, sin dolarizarse,
conseguiría restablecer su credibilidad institucional, algo que no ha sucedido en
los últimos 60 años. Y siempre que uno crea que, una vez restablecida esa credibilidad,
una vez estabilizados los precios de mercado, una vez Argentina volviera a tener acceso pleno
a los mercados internacionales, los políticos argentinos no aprovecharían esa coyuntura para
volver a robar masivamente a todos aquellos incautos que han confiado nuevamente en ellos.
Por tanto, de nuevo, dolarizar puede ser la alternativa más realista. Es verdad que hipoteca
el futuro, pero es que el presente de los argentinos ahora mismo está devastado sin
dolarización. Por tanto, dolarizar es verdad que tiene costes, que hipoteca el futuro a
medio largo plazo de un país, pero es que el problema de Argentina a día de hoy no es que
su futuro a medio largo plazo esté hipotecado, es que su presente está devastado y no hay una
alternativa realista a cómo salir de ese agujero en el que están metidos hoy sin dolarizar.
Y terminamos ya con la carta. Con dificultades prácticas insalvables para ingresar en las
actuales circunstancias, no hay reservas de divisas, sin cláusulas de escape no disruptivas,
un desempeño tortuoso bajo régimen y sin atacar de manera directa el principal problema que está
detrás de nuestra exacerbada inestabilidad macroeconómica, el desequilibrio fiscal,
la dolarización de la economía es un espejismo que hay que evitar. Hemos llegado hasta aquí por
desatender equilibrios macroeconómicos básicos, despilfarrando alegremente bonanzas de términos
de intercambio y condiciones favorables de financiamiento externo. Nada nos distingue
esencialmente de otros países de la región que en las últimas décadas han recuperado grados de
libertad en el manejo monetario a partir de un creciente compromiso de disciplina fiscal y el
logro de la estabilidad macrofinanciera en el marco de una economía crecientemente integrada
a los mercados internacionales. No permitamos que, por miopia y desesperación, la difícil
situación en que nos encontramos nos lleve a tomar un falso atajo que solo nos conduzca a una
nueva y más dramática frustración. Eso de decir que nada distingue a Argentina del resto de países
de la región que han conseguido estabilizar hasta el momento el valor de sus divisas creo que es
mucho decir sin un análisis adicional por dos razones muy sencillas. Primero, porque el resto
de países de la región ya han conseguido desde hace años, aproximadamente desde mediados de los
90, finales de los 90, estabilizar sus precios. Y Argentina no. Y en segundo lugar porque Argentina
es durante las últimas décadas el país que más hiperinflaciones ha sufrido. Hiperinflación en los
80 y a comienzos de los 90 y ahora mismo van encaminados a una tercera hiperinflación. Por
tanto, algo de diferencia sí debe de haber cuando el resto de países ya llevan aproximadamente dos
décadas con una moneda con un valor estabilizado y Argentina no, y cuando además Argentina es el
país que más adicción ha mostrado a la hiperinflación. Aparte de que, como ya sabemos,
otros países de la región han optado por estabilizar sus divisas como o dolarizando o
bien vinculando su divisa al dólar. Esta última alternativa no es recomendable para Argentina,
porque es la que probó en los 90 y funcionó durante un tiempo, pero no era una camisa de
fuerza suficientemente potente para restringir a los políticos argentinos a la hora de fundirse
sus reservas en dólares y, por tanto, si la dolarización parcial de los 90 no sirvió
de manera sostenida porque no maniataba lo suficiente a la casta política argentina,
quizá ya ha llegado la hora de probar una dolarización completa, es decir,
dolarizar la economía cerrando el Banco Central y privando a los políticos de la capacidad de
meter la mano en una caja que ya no existe. En definitiva, esta carta abierta firmada por
alrededor de 200 economistas argentinos en contra de la propuesta de dolarización de Javier Milei
tiene algunos argumentos que son pertinentes, que hay que tener en cuenta, que hay que considerar
como costes ciertos de un proceso de dolarización, pero no plantea una alternativa realista para
Argentina a la hora de estabilizar los precios. Se limita a criticar la dolarización por no ser
lo que no pretende ser una panacea para todos los problemas de Argentina, se critica a la
dolarización por acarrear costes que, desde luego, acarrea, pero que son costes menores a seguir
instalados en dinámicas altamente inflacionistas y, al final, no plantea ninguna alternativa
sostenible a largo plazo dentro del contexto social e institucional de Argentina que permita
resolver el descontrol de la inflación sin dolarizar. Es una mera reflexión ingenieril.
Si yo pudiese diseñar un plan óptimo que se aplicara en condiciones óptimas en Argentina
para estabilizar los precios, no sería necesario dolarizar. De acuerdo. Pero ni vosotros podéis
diseñar un plan óptimo para Argentina, porque no tenéis el poder político, el respaldo electoral
para hacerlo, ni, sobre todo, podéis aplicar ese plan óptimo en condiciones óptimas para que
funcione, porque Argentina ni ofrece ni ofrecerá a corto o medio plazo esas condiciones óptimas.
Y si no podéis diseñar un plan óptimo ni aplicarlo en condiciones óptimas, entonces las
alternativas que estáis planteando no son alternativas realistas. Y plantear alternativas
no realistas en un momento de tanta devastación económica y de tanto descontrol monetario es un
mero brindis academicista al sol. En lugar de criticar la dolarización, estaría muy bien que
estos 200 economistas plantearan un plan que sí fuera aplicable a las condiciones de la economía,
de la sociedad y de la política argentina, que fuera tan o más eficaz que la dolarización para
estabilizar los precios y tuviera menores costes. Y si ese plan alternativo a la dolarización realista
y aplicable a las condiciones de Argentina para estabilizar la inflación a medio largo plazo no
existe, lo que es un espejismo no es la dolarización, sino las alternativas viables a la dolarización.