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¿Democracia o autocracia? ¿Qué mensaje a este respecto nos están enviando las protestas
ciudadanas contra la política de covid-zero en China? Veámoslo.
Una ola de protestas contra la política de covid-zero decretada por el Partido Comunista
recorre diversas ciudades de China. Todavía es muy pronto para saber en qué va a concluir
si es que concluirá en algo esta oleada de protestas. Sin embargo, las mismas sí nos
sirven para efectuar una reflexión sobre cómo se afronta el descontento social en una autocracia
frente a cómo se afronta el descontento social en una democracia.
A este respecto es muy habitual escuchar que una de las grandes ventajas de una autocracia
es que permite que sus gobernantes se concentren en objetivos de largo plazo sin estar sometidos
a plazos electorales de apenas 4 años. En una democracia, los políticos tienen que
ganar las elecciones aproximadamente cada 4 años y eso significa que no pueden pensar
en el largo plazo, que sus políticas siempre han de estar enfocadas en el corto plazo y
en ocasiones en el muy corto plazo. En cambio, como decía en autocracia, como los gobernantes
no necesitan validarse frente a los ciudadanos, es posible escoger adecuadamente las prioridades
y focalizarse en políticas de largo plazo que transformen verdaderamente el país y
a la sociedad. Y desde luego no voy a ser yo quien niegue que esta es una clara desventaja
de las democracias, la refriega política, la refriega partidista, por conquistar recurrentemente
el poder y por tanto la tendencia a pervertir la democracia en un ejercicio de populismo
de demagogia continuada para que los gobernantes puedan mantenerse o puedan acceder al poder
y en consecuencia la frivolización del discurso público y la infantilización de la sociedad
que se convierte no en el elemento soberano al que los gobernantes sirven, sino más bien
en el instrumento al que los gobernantes manipulan recurrentemente para acceder al poder. No
voy a ser yo quien niegue que estas son características y son defectos muy importantes de una democracia
y que al menos en teoría una autocracia tiene el potencial de superarlos. Digo el potencial
porque también resulta muy ingenuo pensar que en una autocracia no existen luchas internas
de poder, que los gobernantes no tienen que competir internamente entre ellos para mantener
o para acceder al poder y en el caso de China ahí tenemos el caso muy reciente de como
Xi Jinping purgó públicamente a Hu Yintao y tampoco es del todo correcto pensar que
una autocracia no tiene que ir ofreciendo cierto alpiste, no tiene que ir ofreciendo
ciertas dádivas recurrentemente a los ciudadanos para que estos al menos en términos generales
se mantengan suficientemente satisfechos. A su vez de la misma forma que la democracia
tiene una tendencia natural a degenerar en la demagogia y en el populismo, la autocracia
también tiene una tendencia natural a degenerar en la tiranía. Si precisamente se concentran
todos los poderes del Estado en una única persona, esa única persona tendrá a la inclinación
la tendencia de ejercerlos de manera tiránica para perpetuarse en el poder cuando el poder
les sea disputado desde dentro de la estructura estatal o desde fuera.
Pero en términos generales podemos aceptar que las autocracias poseen la potencial ventaja
de poder enfocar las políticas en el largo plazo frente al sesgo cortoplacista de las
democracias que tienen que validar continuamente las políticas de corto plazo ante el tribunal
popular. De hecho, justamente por eso, por cierto, hay algunas decisiones que las propias
democracias reconocen como muy importantes que han sustraído del juicio popular cada
cuatro años, por ejemplo la política monetaria. Las decisiones de política monetaria no las
toman ningún gobierno que deba presentarse a las elecciones cada cuatro años, las toma
un organismo, supuestamente independiente, como es el Banco Central, que no se somete
a las urnas. Ahí encontramos un reconocimiento implícito desde dentro de las democracias
de que sustraer determinadas decisiones de la recurrente votación de la voluntad popular
permite que esas decisiones se enfoquen en el largo plazo, por ejemplo preservar el valor
de la moneda, en lugar de caer en una batalla de magoga y populista de corto plazo.
Podemos nos cuenta de que esa potencial fortaleza de las autocracias también puede convertirse
en una de sus mayores debilidades. Someter recurrentemente al dictamen popular la opinión
que tienen los ciudadanos sobre un gobierno y sobre las políticas que ha desplegado recientemente
ese gobierno, desde luego tiene todos los problemas que hemos mencionado antes, pero
también tiene una virtud, y es que impide que un gobierno persevere en un error enorme,
flagrante, a ojos de la mayoría de la población. Es decir, impide que las políticas públicas
se desalineen demasiado, extremadamente, del sentir de la mayoría de la población.
Impide, por tanto, que las obsesiones particulares del gobernante de turno, que no sean compartidas
por el grueso de la sociedad, se perpetúen como ley dentro de esa sociedad. En cambio,
en una autocracia, la voluntad caprichosa arbitraria de la autócrata, por muy contraria
que sea al sentir a la creencia de la inmensa mayoría de la población, esa voluntad caprichosa
arbitraria quizá acertada, pero tal vez tremendamente equivocada y en todo caso opuesta
al sentir mayoritario de la población, esa política sí es susceptible de perpetuarse
salvo que la población se revele, se levante en armas y doblegue la voluntad caprichosa
de la autócrata para que deponga esa política tan desalineada, tan contraria al sentir
mayoritario de la población. Dicho de otra manera, la gran ventaja que tiene
una democracia, como ya apuntar a Karl Popper, es que permite, es que facilita, no garantiza,
pero desde luego sí facilita mucho las transiciones pacíficas en el poder. Cuando la agenda política
de un gobernante es contraria a la voluntad de la mayoría de la población, no es necesario
que esa población se insubordine, no es necesario que esa población de un golpe de estado y
tumbe al gobernante, basta que pase por las urnas y que a través de las urnas lo expulse.
Sin embargo, en una autocracia esa vía pacífica de reemplazo de las políticas públicas
o del político que aplica determinadas políticas públicas no es posible, de tal manera que
en el extremo la única forma de garantizar que determinadas políticas opuestas radicalmente
al sentir mayoritario de la población no se van a aplicar es revelándose y tumbando
al político, tumbando al gobernante, tumbando al autocrata que las está imponiendo. Y esto
es tremendamente sencillo de ilustrar con las políticas de Covid-0 que está imponiendo
el Partido Comunista de China en su país y que ya no se imponen democráticamente en
ningún otro país del mundo. Imaginemos que ahora mismo en una democracia un político
concurriera a las elecciones con la promesa de que pretende restablecer los confinamientos
domiciliarios una política extrema de Covid-0 para luchar contra el Covid-19. ¿Ese político
en qué país se mantendría o accedería democráticamente al poder? En ninguno. No estoy diciendo
que ese político en el año 2020 no pudiera ganar las elecciones, probablemente sí porque
en ese momento había mucho miedo entre los ciudadanos y esos ciudadanos apoyaban medidas
extremas para hacer frente a la incertidumbre. Estoy hablando de, en la actualidad, tras
todo lo que ya hemos pasado y todo lo que sabemos sobre el virus no parece en absoluto
verosimil que un político dentro de una democracia consiguiera acceder al poder o mantenerse
en el poder si pretendiera aplicar sistemáticamente una política de Covid-0 que supusiera un confinamiento
recurrente y generalizado de capas muy extensas de la población de un país. Por cierto,
muchos de nuestros políticos han renunciado a aplicarlas, no porque no quisieran tener
el poder de encerrarnos cuando les viniera bien en nuestras casas, sino porque saben
que si hicieran esto perderían las elecciones. Ese tipo de política tan opuesta a día de
hoy al sentir mayoritario de la población es una política probablemente errónea, probablemente
muy equivocada, que únicamente puede seguir aplicando una autocracia.
Y esa es la situación en la que quizá se encuentra ahora mismo China. No sabemos si
la mayoría de la población se opone o no a las políticas de Covid-0, dado que no tenemos
ni encuestas ni tenemos urnas en las que regularmente se bote para que los ciudadanos puedan expresar
su opinión sobre cómo lo han hecho los gobernantes durante el período reciente. No sabemos,
en definitiva, si la mayoría de la población apoya o no apoya a las políticas de Covid-0,
pero si no lo hiciera, si la mayoría de la población estuviera en contra de las políticas
de Covid-0, eso no impediría que el Partido Comunista de China, y más en particular Xi
Jinping, las pudiera seguir aplicando con mano de hierro. Si Xi Jinping ha vinculado
su identidad como gobernante a este tipo de políticas de Covid-0, puede seguir imponiéndolas
autocráticamente aún cuando la mayoría de la población se oponga. Y eso significa
que si el autócrata no se baja del burro, si el autócrata no da su brazo a torcer,
cuando palpa que el clima de la opinión pública se está volviendo en su contra, si pese a
que el clima de la opinión pública se vuelve en su contra, si pese a que cree que la mayoría
de la población se opone a las políticas de Covid-0, el autócrata por obsesión ideológica
o por haber vinculado su honorabilidad política a este tipo de políticas de Covid-0, perseveran
las mismas, en última instancia, el único mecanismo de que dispone la población para
evitar que se sigan perpetuando estas políticas de Covid-0, es revelarse, como decíamos,
contra el autócrata e imponerle por la fuerza de los ciudadanos que cambie de rumbo, dado
que la autocracia no habilita urnas para que las urnas puedan expresar una voluntad contraria
a la de la autócrata y el autócrata una vez observen las urnas que la mayoría de la población
le ha retirado el apoyo, cambie de rumbo, como eso no es posible en la autocracia, solo queda
la violencia. Y esa es la coyuntura por la que podría estar pasando ahora mismo China.
Digo que podría estar pasando porque, como ya he aclarado, no sé si la mayoría de
los chinos apoya o no apoya las políticas de Covid-0, aunque solo se opongan a las mismas
un 10% o un 15% de la población. También podría haber incentivos a que se manifestaran
en las calles y protestaran contra las mismas, y eso no equivaldría, como digo, a que la
mayoría de la población se opone a las mismas. Y, en segundo lugar, aún cuando la mayoría
de la población se oponga a las mismas, se puede oponer con una intensidad lo suficientemente
débil como para que no le compense revelarse contra la autocracia contra el poder político
centralizado, en cuyo caso tampoco asistiríamos a un intento de rebelión para doblarle el
pulso a la autócrata. Pero si estamos en el peor de los escenarios, que probablemente
no sea el caso, pero si estuviéramos en el peor de los escenarios, es decir, que la mayoría
de la población se opone a este tipo de políticas y que está dispuesta a llegar a las últimas
consecuencias para impedir que se sigan aplicando manu militari, entonces tendríamos claramente
las semillas de una rebelión contra la autocracia, en este caso, contra la autocracia china.
Y esto último es algo que la democracia no es que evite en su totalidad, pero sí es
cierto que la democracia minimiza el riesgo de que la única forma de cambiar el rumbo
de las políticas públicas cuando éstas se hayan muy desajustadas con respecto a la
voluntad de la inmensa mayoría de ciudadanos que la única vía para conseguirlo sea la
violencia abierta. En suma, dado que durante los últimos años se nos ha bombardeado propagandísticamente
tanto con las supuestas ventajas de las autocracias frente a las democracias, y algunas de esas
ventajas puede que en potencia sean ciertas, pero también seamos conscientes de las ventajas
que tienen las democracias frente a las autocracias, o más bien de las profundas desventajas
que tienen las autocracias frente a las democracias.