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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

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La expresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner ataca públicamente la política económica
de Javier Milei afirmando que el déficit público no es un gran problema dentro de la Argentina y
que por tanto no habría que obsesionarse con esa rareza internacional que es el superávit
presupuestario. ¿Pero tiene realmente razón Cristina Fernández de Kirchner? Veámoslo.
Tras varios meses silente, ayer reapareció en público Cristina Fernández de Kirchner,
la gran responsable política de la actual ruina económica de la Argentina. Y como suele ser
habitual, los que más tendrían que callar son los que más hablan. Pero en cualquier caso que quienes
más tendrían que callar sean los que más hablan, también nos sirve para constatar por qué tendrían
que estar callados. Es decir, también nos sirve para constatar por qué ellos son los responsables
intelectuales y políticos de la actual ruina económica de la Argentina. Y si no, escuchen
ustedes cuál es el diagnóstico negativo que efectúa Cristina Fernández de Kirchner sobre
cuál no ha sido el problema económico de fondo de la Argentina durante los últimos 15 años.
Pero creer que en la República Argentina el problema es el déficit fiscal, es no entender
la Argentina, la economía y el mundo. De todos los países del mundo solamente tres, tres,
tienen su pedale fiscal. Hasta hace poco eran dos. Dinamarca y Noruega, ahora se agregó Australia.
Tratemos de explicarle a Cristina Fernández de Kirchner algo muy elemental que o bien no entiende,
lo cual sería terriblemente grave para alguien que ha gobernado directa o indirectamente la
Argentina durante tantos años, o que o bien, si lo entiende, está intentando que todos sus
simpatizantes, votantes y oyentes no entiendan. Un gobierno, cualquier gobierno, tiene déficit cuando
gasta más de lo que ingresa. Y al respecto, existen dos formas de financiar ese exceso de gasto sobre
los ingresos. La primera forma de financiar el déficit, de financiar el exceso de gasto sobre
ingresos, es a través de la emisión de deuda pública. Un gobierno emite deuda pública pagadera
en el futuro y, a cambio de comprometerse a entregar ciertas cantidades de recursos en el futuro,
consigue acceder hoy a recursos que no ha obtenido a través del cobro de impuestos, pero que, a pesar
de no haberlos obtenido a través del cobro de impuestos, los puede gastar hoy, puede disponer sobre
ellos hoy porque le han sido prestados a través de la colocación de esas emisiones de deuda pública.
Ahora bien, imaginemos que un gobierno se empeña en gastar mucho más de lo que ingresa emitiendo
deuda pública y nadie, o casi nadie, le quiere comprar esas emisiones de deuda pública. ¿Qué sucederá
en ese caso? Pues que, para colocar esas emisiones de deuda pública en los mercados que nadie quiere,
habrá que rebajar mucho el precio de venta de esos títulos de deuda pública. Y bajar mucho el precio de
venta de los títulos de deuda pública equivale, es financieramente equivalente, a subir mucho los tipos
de interés que están siendo ofrecidos por esos títulos de deuda pública. O expresado de otra manera,
si un gobierno quiere emitir mucha deuda pública para financiar unos niveles de gasto muy superiores
a sus niveles de ingresos, y nadie te quiere comprar esa deuda pública, nadie te quiere financiar el
déficit, entonces tendrás que pagar tipos de interés muy altos. Tan altos que pueden llegar a abocar al
gobierno a la insostenibilidad financiera. Si un gobierno se compromete a pagar tipos de interés
estratosféricos a los que no puede hacer frente en el futuro, ese gobierno está abocado al default,
al impago de su deuda. Y eso lleva a que los inversores aún tengan menos interés en comprar
sus títulos de deuda pública, salvo a tipos de interés aún mayores. Es una espiral de la muerte
del endeudamiento de cualquier gobierno. Pero la emisión de deuda no es la única forma de
financiar un déficit público. Existe otra manera de hacerlo a la que son bastante adictos algunos
gobiernos. Y es que los déficits públicos, el exceso de gasto público por encima de ingresos
públicos, también se puede sufragar mediante la emisión de moneda. Si la recaudación fiscal de un
gobierno es inferior al nivel de gasto que quiere practicar, puede imprimir, puede emitir moneda,
por la diferencia entre ingresos y gastos. Por ejemplo, imaginemos que con la recaudación fiscal
nos da para pagar todos los gastos del presupuesto, salvo los salarios de los empleados públicos. ¿Qué
podemos hacer entonces? Pues si no emitimos deuda pública, lo que podemos hacer es crear nueva
moneda nacional en una cantidad suficiente como para poder pagar todos los salarios de los empleados
públicos. Ahora bien, de la misma manera que cuando un gobierno intenta emitir deuda pública sin que
haya inversores que deseen comprar esa deuda pública, lo que termina sucediendo es que el precio de la
deuda pública se hunde y, por tanto, los tipos de interés que abona esa deuda pública son crecientes,
con la creación de moneda nacional sucede tres cuartos de lo mismo. Si no hay ciudadanos en
Argentina que quieran incrementar sus saldos de tesorería en moneda nacional, es decir, si tú
aumentas un 10% la oferta monetaria y no hay argentinos que quieran tener en su saldo de tesorería un 10% más
de moneda, lo que sucederá es que el valor de esa moneda caerá y, por tanto, todos los otros bienes y
activos cuyo precio se denomina en esa moneda subirán. Es decir, lo que ocurrirá es que habrá
inflación. Pues bien, esa es exactamente la coyuntura en la que se ha hallado Argentina durante los últimos
15 años. Debido a su historial hiperinflacionario e impagador de la deuda pública, es muy complicado
que Argentina, que el Estado argentino, consiga financiar sus déficits públicos emitiendo deuda
en los mercados. No es que sea imposible, no es que tengan los mercados en cualquier ejercicio
completamente cerrados, pero en general no consigue ni muchísimo menos colocar en los mercados toda la
deuda pública que necesitaría para financiar sus déficits públicos. Y como los déficits públicos
durante los últimos 15 años han sido gigantescos, de entre el 5 y el 6% del PIB, en algunos ejercicios
incluso más, sin poder financiar ese déficit mediante la emisión de deuda pública, todo lo que no se ha
podido financiar emitiendo deuda pública se ha financiado emitiendo nueva moneda, creando nuevos pesos
que los argentinos, no digamos ya el resto del mundo, no querían incorporar a sus saldos de
tesorería. Todo lo cual ha depreciado fuertemente el peso y ha generado una altísima inflación. Una
altísima inflación que, en la medida en que se instala en las expectativas de los agentes económicos,
es decir, en la medida en que los argentinos esperan que va a ir a más, no sólo es que no quieran
incorporar a sus saldos de tesorería los nuevos pesos que está emitiendo el gobierno para financiar
el déficit público, es que los pesos que tenían previamente almacenados en sus saldos de tesorería,
sus depósitos bancarios, por ejemplo, los convierten rápidamente en dólares para evitar la erosión
del poder adquisitivo que anticipan, no sólo, claro, con respecto a los pesos de nueva emisión,
sino con respecto a los pesos existentes. Y es ahí donde se halla la causa profunda de la
inflación argentina, en la huida del peso hacia el dólar, buscando refugio en el dólar frente a la
dilución esperada del valor del peso, que origina la depreciación del tipo de cambio y, por tanto,
como síntoma, la subida de los precios internos a través de la importación. Pero los precios internos
suben como consecuencia del encarecimiento de las importaciones porque el peso se ha depreciado
frente al dólar. Y el peso se ha depreciado frente al dólar porque hay una huida desde el peso a los
dólares. De ahí, por ejemplo, que el kirchnerismo impusiera el cepo cambiario para intentar frenar esa
huida desde el peso hacia el dólar. ¿Y por qué había una huida del peso hacia el dólar? En España no hay
una huida del euro al dólar, por ejemplo. ¿Por qué en Argentina había una huida del peso hacia el dólar?
Pues por lo que ya hemos dicho, porque los argentinos anticiparon correctamente que el
gobierno seguiría utilizando la creación de moneda para sufragar, para financiar un déficit financiero
estructural y que la consecuencia de esa creación de moneda, muy por encima de la demanda de moneda
dentro de la Argentina, generaría una inflación que socavaría el poder adquisitivo del peso.
Consecuencia, huyes del peso y te refugias en el dólar, acelerando todavía más la dinámica
inflacionista. Por tanto, Argentina estaba totalmente instalada en una espiral inflacionista autoalimentada
de la que era tremendamente complicado escapar, salvo con un ancla de credibilidad. ¿Y cuál es esa
ancla de credibilidad que permite, que posibilita que Argentina escape de la espiral inflacionista?
Pues el superávit presupuestario que Cristina Fernández de Kirchner desprecia en su intervención.
Porque decir que el gran problema monetario de la Argentina no es el déficit público,
o decir que sólo tres países en el mundo, ¡qué raritos son! Cuentan a día de hoy con superávit
público, Australia, Noruega o Dinamarca. Aparte de que es mentira, hay más países en el mundo,
desarrollados y no desarrollados, que tienen superávit público. Por ejemplo, Irlanda, Suiza,
Singapur o Taiwán. Al margen de que es mentira, todo eso supone despreciar la capital importancia
que el ancla del superávit público tiene para el Estado argentino. Y es que sí, es verdad que
muchos otros estados a lo largo y ancho del planeta no tienen superávit público. Pero es que no tienen
la necesidad de tenerlo. La mayoría de estados, sobre todo desarrollados a lo largo y ancho del
planeta, no sufren recurrentemente de hiperinflación o de impagos de sus títulos de deuda pública. Y,
por tanto, son capaces de colocar su deuda pública en los mercados para financiar sus déficits públicos.
Y eso les permite tener un cierto déficit público manejable, sostenible y no siempre inflacionista.
Pero ese no es el caso de la Argentina. Argentina no puede colocar deuda pública en los mercados.
Argentina tiene un déficit público enorme que sólo es capaz de financiar imprimiendo moneda que no
quieren sus ciudadanos. Y, por tanto, y en última instancia, Argentina sólo puede convivir con el
déficit público a través de la inflación galopante. Una inflación galopante de la que ya han aprendido
sus ciudadanos, porque algo de experiencia tienen a lo largo de las últimas décadas. Y, por tanto,
en ausencia de superávit público son muy conscientes de que esa inflación galopante no sólo no va a
desaparecer del panorama, sino que se va a autoagravar con el tiempo. Y, por eso, el déficit público sí es
un problema enorme de la Argentina y, por eso, el superávit presupuestario sí es fundamental para la
Argentina. No necesariamente para otros estados que no tienen fama histórica de estados hiperinflacionarios
e impagadores sistemáticos de su deuda. Pero sí para la Argentina, que se ha ganado, entre otras cosas,
por la pésima gestión del kirchnerismo, que se ha ganado esa fama en los mercados. Y que el superávit
presupuestario sea condición necesaria para la reconstrucción económica de la Argentina no
equivale a decir que sea condición suficiente. Por supuesto, para que Argentina pueda volver a
crecer, para que Argentina pueda volver a levantar la cabeza, incluso para que la Argentina pueda
olvidarse estructuralmente de la inflación, hacen falta muchísimas otras cosas que haber alcanzado
durante un trimestre un superávit presupuestario en términos de caja. Eso es cierto. Pero eso no es
lo que está diciendo Cristina Fernández de Kirchner. Kirchner no está diciendo, vamos en la buena
dirección, pero apenas hemos dado un pasito en esa buena dirección. Lo que está diciendo es que
Argentina va en la mala dirección. Que Argentina no ha de priorizar el superávit. Que ha de olvidarse,
que ha de dejar de obsesionarse con la lucha contra el déficit. Pues bien, es justamente esa actitud
fiscalmente irresponsable la que ha abocado con los gobiernos de esta señora a la Argentina donde
está ahora mismo. Y puede que Cristina Fernández de Kirchner no entienda algo tan básico y tan
elemental desde un punto de vista económico como lo anterior. Pero cuidado, lo que desde luego sí
entiende Cristina Fernández de Kirchner desde un punto de vista político es que si las reformas de
Javier Milei tienen éxito, si las reformas de Javier Milei consiguen estabilizar el valor de la
moneda, es decir, acabar con la inflación y reanudar el crecimiento económico sostenido de la
Argentina, lo que entiende perfectamente Cristina Fernández de Kirchner si sucede todo esto, es que
no volverá a tocar poder. Y por eso la prioridad número uno del kirchnerismo ahora mismo es lograr que
Javier Milei fracase. Es decir, la prioridad ahora mismo del kirchnerismo no es ayudar a Javier Milei
a que Argentina levante cabeza, a que Argentina se estabilice y vuelva a crecer. La prioridad ahora
mismo del kirchnerismo es sabotear cualquier reforma exitosa de Javier Milei para hundir a la
Argentina a una miseria aún superior a la actual para intentar regresar al poder desde las cenizas
generadas por el incendio que ellos están alimentando. Y es ahí donde se inserta la lógica
política que no económica del mensaje de Cristina Fernández de Kirchner. Lo que quiere es exacerbar los
ánimos de una población argentina que ahora mismo está sufriendo un enorme sacrificio personal para
preservar el superávit presupuestario, quiere exacerbar los ánimos diciéndoles, todo ese sacrificio que
estáis haciendo no vale para nada porque el superávit no es necesario. Así que dejad de aguantar, dejad de
sacrificaros, exigid que el gobierno vuelva a gastar a manos llenas aún multiplicando el déficit público.
Porque sabe que si la población termina doblándole el pulso a Javier Milei para que el gobierno de
Milei vuelva a disparar el gasto, vuelva a disparar el déficit y vuelva a disparar la inflación, entonces
el gobierno de Javier Milei estará muerto y sobre esa muerte Cristina Fernández de Kirchner volverá al poder.
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