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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

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El rapero Pablo Hasel ha sido condenado a una pena de prisión de 9 meses y un día por el delito de enaltecimiento del terrorismo y por el de injurias a la corona.
En este vídeo pretendo reflexionar sobre esta cuestión, sobre la libertad de expresión y su encaje dentro de una sociedad libre.
Y pretendo reflexionar sobre esta cuestión desde una perspectiva ligeramente distinta a la que suele emplear y a la que muchos suelen emplear para tratar estos asuntos.
Para tratar estos asuntos solemos partir de principios universales, como que la libertad de expresión
ejercida dentro del ámbito de libertad, dentro del ámbito legítimo de una persona es irrestricta y por tanto el Estado no debe atacarla bajo ningún concepto.
Y partiendo de esos principios generales, evaluamos la realidad, los casos concretos, como esta pena de prisión a Pablo Hasel, y emitimos un juicio acorde a esos principios.
Pues bien, en este vídeo pretendo ir un paso más atrás, pretendo explicar por qué estos principios tienen sentido y por qué también deberíamos aplicarlos en casos que personalmente nos puedan parecer
tan desagradables, especialmente en lo relativo al enaltecimiento del terrorismo, como el de Pablo Hasel.
Cuando calificamos una acción, un comportamiento de bueno o malo, en el fondo lo que estamos diciendo es los comportamientos buenos son comportamientos que deberían reproducirse, que deberían generalizarse, mientras que los comportamientos malos son comportamientos que no deberían producirse, que no deberían generalizarse.
Es decir, que bueno o malo conllevan una carga normativa implícita. ¿Qué es lo que debe hacerse y qué es lo que no debe hacerse?
De hecho, bueno o malo, categorizar acciones, comportamientos como buenas o malas, forma parte de la moral, y la moral originalmente no era otra cosa que las costumbres de la comunidad.
Moral, de hecho, viene de mos moris, que significa costumbre, hábito. Es decir, que la moral en última instancia son aquellos comportamientos que la comunidad quiere reforzar o quiere desincentivar. Cuando la moral mayoritaria dentro de una comunidad dice esto es bueno, lo que significa es la comunidad quiere que este comportamiento virtuoso lo reproduzcas en mayor medida.
Y cuando la moralidad de una comunidad nos dice esto es malo, lo que en última instancia está queriendo decir es no hagas esto, no queremos que te comportes de esta determinada manera.
Ahora bien, en este sentido, la cuestión que uno se puede plantear es por qué la comunidad quiere que sus miembros se comporten de una determinada manera y por qué también la comunidad quiere que sus miembros no se comporten de una determinada manera. Es decir, por qué categoriza determinados comportamientos como buenos y otros comportamientos como malos, pretendiendo que los buenos se reproduzcan y pretendiendo que los malos se repriman.
Y al respecto existen dos respuestas posibles. Una primera respuesta es que un determinado código moral, una determinada moral comunitaria, lo que pretende es incrementar la probabilidad de ese grupo de sobrevivir y prosperar frente a otros grupos que tienen otros códigos morales distintos.
Es decir, desde esta perspectiva lo que buscaría la moral, la moral establecida dentro de cada comunidad, es mejorar la adaptabilidad del grupo en el entorno y frente a otros grupos que tienen otros códigos morales, es decir, otras pautas de coordinación interna que son distintas de la moralidad de ese grupo.
Dentro de esta concepción de la moralidad caben a su vez funciones muy distintas para mejorar la adaptabilidad del grupo frente al entorno. Determinados valores morales pueden ir dirigidos a evitar acciones que perjudican la cohesión del grupo, otros valores morales pueden ir dirigidos a incrementar los recursos con los que cuenta el grupo,
otros valores morales pueden tener incluso un contenido más arbitrario y lo único que pretenden es ser capaces de identificar quién forma parte de este grupo y quién no.
Por ejemplo, si yo digo que darme tres golpes en el pecho al amanecer es bueno, lo que estoy diciendo es yo pertenezco al grupo de aquellos que nos auto reconocemos con determinados comportamientos arbitrarios como darnos tres golpes en el pecho al amanecer.
Y aquellos que no consideren bueno, incluso sagrado ese comportamiento, será porque pertenecen a otros grupos.
Obviamente debe añadir que para que esta señal identificativa funcione ha de ser una señal costosa. Si es una señal que cualquiera puede reproducir como pegarse tres golpes en el pecho, pues entonces sería muy fácil confundir al personal si alguien forma parte de un grupo o de otro.
Es decir, han de ser señales que transmitan costosamente esa información a los demás para que así, los que no formen parte del grupo, no tengan incentivos a asumir ese coste tan elevado señalizando falsamente que forman parte del grupo.
Esa puede ser una de las funciones de la moralidad, es decir, la adaptabilidad del grupo al entorno, pero también cabe que la moralidad desarrolle otras funciones. Y en este caso, la función de la moralidad o de algunos valores contenidos en la moralidad del grupo puede ser simplemente legitimar el parasitismo o la explotación de unos miembros del grupo sobre otros miembros del grupo.
Es decir, básicamente se les está diciendo a determinadas personas, compórtate de esta manera y no cuestiones este comportamiento, porque este comportamiento es bueno o este comportamiento es malo, y por tanto tienes que hacer lo bueno y tienes que dejar de hacer lo malo.
Y lo bueno, claro, puede ser someterte al jefe del grupo o someterte a este grupo de individuos, porque este grupo de individuos siempre tienen razón y tú no necesariamente la tienes, no cuestiones su autoridad, cumple con sus caprichos.
Por tanto, en este caso, la moralidad puede ser un instrumento para generar obediencia frente a los parásitos. En definitiva, la moralidad dentro de una comunidad puede tener dos funciones, o coordinar a los miembros del grupo para mejorar la adaptabilidad conjunta del grupo o legitimar la obediencia, el sometimiento, el parasitismo de una parte del grupo sobre otra parte del grupo.
Las comunidades tienden a reforzar su moralidad, es decir, aquellos comportamientos que desean que se desarrollen o que desean que no se desarrollen de dos formas, o convirtiendo parte de esa moralidad en ley, y por tanto, la comunidad ya establece no que deberías hacer esto porque todos creemos que tienes que hacer esto,
sino es obligado que hagas esto, o está prohibido que hagas esto, y si incumples la ley recibirás una sanción por parte de la comunidad, u otra vía de reforzar la moralidad es convertir esa moralidad en algo sagrado, es decir, no son prescripciones que emanan de entre nosotros,
sino que vienen de un ser superior, y por tanto, si incumples los mandamientos de ese ser superior, sufrirás en este mundo o en otro mundo las represalias de ese ser superior, es decir, que la moralidad se codifica en forma de mandamientos sagrados o en forma de leyes que la propia comunidad establece que son de obligatorio cumplimiento.
Pero claro, si la moralidad tanto puede ser una herramienta para coordinar a los miembros del grupo como una herramienta para legitimar la explotación de los miembros del grupo, hace falta un análisis, digamos, racional, científico, imparcial de esa moralidad, para intentar discriminar que parte de los valores morales tienen la función de coordinar a los miembros del grupo,
y además, son imprescindibles para coordinar a los miembros del grupo y que, de otra parte, en cambio, son medastretas para que unos miembros del grupo parasiten a los otros miembros del grupo,
y la disciplina que efectúa ese análisis o que pretende efectuar ese análisis de la moralidad, es la ética o la filosofía moral. Y justamente aquí es donde entra el liberalismo como una filosofía moral, como una ética que posteriormente se traduce en una filosofía política,
es decir, una filosofía moral que tiene implicaciones en el orden político y cuyo punto de partida es el individualismo moral. Es decir, el foco del análisis ético es el individuo, no el grupo.
Los grupos pueden ser importantes en la medida en que sean importantes, en que sean funcionales, en que sean útiles, en que sean convenientes para el individuo, para los individuos. Lo que no tiene ningún sentido sería sacrificar a todos los individuos que forman parte de un grupo en beneficio,
sino supuesto de ese grupo que, en última instancia, existe para beneficio de esos individuos que lo conforman. Y al respecto, lo que señala el liberalismo es, si el centro del análisis ético es el individuo, porque lo que cuenta son los proyectos de vida separables,
individualizables de cada persona, entonces lo que debemos plantearnos desde un punto de vista ético es cuál es aquel conjunto de normas indispensables para permitir la coexistencia pacífica dentro del grupo, para sentar las bases indispensables que posibiliten la cooperación mutuamente
beneficiosa entre los distintos miembros del grupo. Es decir, que la ética liberal lo que pretende, al final, es limitar la cantidad, el conjunto de valores morales de una comunidad que terminan transformándose en ley de esa comunidad.
La restricción que establece el liberalismo es únicamente convirtamos en leyes de obligatorio o cumplimiento para todos los miembros de una comunidad, aquellas que sean mínimamente indispensables, ya digo, para la coexistencia pacífica, y para posibilitar una cooperación que sea mutuamente beneficiosa entre los distintos individuos.
Esto es, no convirtamos en leyes de obligatorio o cumplimiento ni normas morales que supuestamente van dirigidas a potenciar la cohesión social o la coordinación dentro del grupo, pero o que no son realmente necesarias para ello, o que consiguen esa cooperación de manera forzada en perjuicio de algunos de los miembros de ese grupo,
ni tampoco incluyamos, claro está, dentro de las leyes de obligatorio o cumplimiento, lo que son simplemente normas morales que buscan garantizar el parasitismo de unos agentes sobre otros dentro de esa comunidad.
El liberalismo busca extraer una moralidad de ultra mínimos para elevar esa moralidad de ultra mínimos a ley, a ley general, a normas compartidas por todos, porque son las normas mínimas indispensables para que cada sujeto moral, para que cada individuo pueda perseguir su propio proyecto de vida respetando, sin pisotear, sin violentar los proyectos de vida de otras personas,
pero más allá de eso, el liberalismo permite que cada individuo tenga su propia concepción de que está bien o de que está mal, siempre y cuando no imponga esa concepción de que está bien o de que está mal sobre los demás.
Lo único que llega a imponerse en todo caso son aquellos valores morales, aquellas normas, que son, insisto, indispensables para la coexistencia pacífica de las personas, para respetar la condición de sujeto de derecho, de sujeto moral de cada uno de los individuos que constituyen una comunidad.
O como ya sintetizó el gran liberal Isander Spooner, los vicios no son delitos. Esto por cierto no tiene necesariamente que ver con el relativismo moral, puede que haya morales, códigos morales absolutamente disfuncionales, absolutamente rechazables, pero que dentro de un marco liberal, simplemente diremos,
mi código moral general, más allá de esa moral de ultra mínimos convertida en ley, mi código moral general es mejor que el tuyo, pero no tengo derecho a imponértelo, no tengo derecho a que te sometas a mi código moral más general.
Si tú quieres seguir unas normas, unos criterios morales que son disfuncionales, que no te van a permitir llevar una buena vida, que no te van a permitir realizarte humanamente, que no te van a permitir cooperar activamente con otros, eres libre de hacerlo, aunque te lo desaconsejo, pero no te lo voy a imponer.
Lo único que te puedo imponer es que respete simétricamente mi código moral, es decir, yo respeto como vives tú a cambio de que tú respetes como vivo yo. Y por tanto, dentro de una sociedad liberal, dentro de un orden político liberal, pueden florecer concepciones de vida muy diversas,
muy heterogéneas, muy plurales, algunas de las cuales pueden ser, ya digo, totalmente disfuncionales y pueden conducir al fracaso de quienes siguen. Esos estilos de vida, pero que en todo caso habrá que respetarlos en el sentido de no ejercer la violencia contra ellos.
Las personas que los sigan pueden ser persuadidas de que se están equivocando y de que han de rectificar, pero no se puede aplastar por la fuerza, por la violencia, su modo de vida, simplemente porque a los demás no nos guste, y viceversa.
Ellos tampoco pueden hacer lo propio con respecto a nuestros modos de vida, a nuestros códigos morales más amplios.
Y efectuada esta larga aclaración, creo que ya podemos entrar a evaluar el caso de Pablo Hasel. Pablo Hasel ha obrado bien, desde la perspectiva de la moralidad de muchísimas personas en España, desde luego no.
En altecer el terrorismo es algo absolutamente execrable. Injuriar a la corona, pues a algunos les parecerá fatal, a otros les parecerá mejor, los que sean republicanos estarán encantados, pero los que sean monárquicos, evidentemente, estarán muy disgustados.
En todo caso, por mucho que nos puedan desagradar o molestar profundamente algunas o todas de las declaraciones de Pablo Hasel, son declaraciones que no inhabilitan a que otras personas persigan su propio proyecto de vida.
Les podrá molestar muchísimo y con razón a esas otras personas lo que está diciendo Pablo Hasel, lo que está cantando, lo que está escribiendo en Twitter, pero esas declaraciones no cercenan la libertad y la capacidad de actuación de esas otras personas.
Y, por tanto, si partimos de la base de una moralidad minimalista transformada en ley, es decir, si partimos de la base de un orden político-liberal donde no se eleva la esfera pública de la legalidad, lo que no ataque la libertad de actuación de las personas,
entonces, esas declaraciones de Pablo Hasel, por mucho que nos molesten y por mucho que nos desagraden, no deberían ser sancionadas por la ley. Podrán ser sancionadas en el ámbito privado por las personas, por ejemplo, dejando de relacionarse con Pablo Hasel,
es decir, un boycott social contra aquellos que efectúan declaraciones que, insisto, consideremos execrables o totalmente repugnantes, pero no deberían ser castigadas por la ley, porque si extendemos la esfera legal a reprimir comportamientos ajenos que nos desagraden,
o a forzar comportamientos ajenos que nos agraden, entonces, ya estamos interfiriendo activamente sobre la vida de los demás. Y no sólo es que estamos interfiriendo activamente sobre la vida de los demás,
es que estamos legitimando a su vez que la ley también interfiera activamente sobre nuestra propia vida, porque una vez abrimos la veda a que la ley se pueda entrometer en la vida personal de los individuos, en los proyectos de vida de los individuos, por repugnantes que nos parezcan,
siempre y cuando esos proyectos no interfieran activamente con los proyectos de otros, entonces estamos abriendo la puerta a que los demás también puedan utilizar la violencia, es decir, la legalidad, para reprimir nuestros proyectos de vida o para forzarnos a perseguir los proyectos de vida de otros.
Y por eso la libertad de expresión, en términos generales, no debería ser sancionada, aun cuando lo que se exprese a través de esas palabras, de esos escritos, de esas canciones, sea absolutamente detestable desde nuestra óptica moral.
Perseguir la libertad de expresión es legitimar que la comunidad evalúe el contenido de lo que nosotros estamos manifestando, y por tanto es aceptar que lo que decimos o no decimos, lo que pensamos o no pensamos, debe ser un asunto juzgado públicamente.
Un asunto sobre el que los demás, en función de sus propios criterios personales, pueden tener más voz que nosotros mismos, cuando lo que estamos juzgando, insisto, es nuestra voz y cómo utilizamos nuestra voz.
Cuando mi voz y mis pensamientos no solo son míos, en el sentido de que yo soy el emisor de ellos, y de que forman parte inherente de mi identidad y de mi proyecto de vida, sino que también deberían ser míos, en el sentido de que deberían ser respetados por terceros, en la medida en que es perfectamente posible
que cada cual dentro de la comunidad persiga su proyecto de vida, aunque cada cual dentro de la comunidad exprese lo que quiera expresar, porque las expresiones, por desagradables que sean, no suponen interferencias activas sobre el proyecto de vida de nadie.
Por supuesto, aquí podríamos excluir las amenazas creíbles, porque las amenazas creíbles no son solo palabras, sino anuncios de que sí voy a interferir activamente sobre tu proyecto de vida, o podríamos excluir también el acoso, en la medida en que el acoso no son solo palabras reiteradas contra una persona, sino también un proyecto, un plan articulado para anular a esa persona.
Pero en términos generales, las expresiones, sobre todo cuando son expresiones que pretenden deliberadamente polémizar en la esfera pública, o cuando son canciones que, de nuevo, pretenden polémizar desde el mundo del supuesto arte, no interfieren activamente sobre el proyecto de vida de nadie y deberían ser respetadas por mucho que nos desagrade.
Lo contrario, no genera una sociedad más cohesionada, sino que genera una sociedad donde unos se imponen sobre los otros, donde unos vetan determinadas expresiones a otros, y desde luego, desde la perspectiva de esa mayoría que transitoriamente es capaz tiene la fuerza suficiente como para imponer su moralidad amplia sobre las minorías,
pues esa imposición puede resultarles muy reconfortante, en la medida en que tenemos el poder para prohibirte que te expreses de maneras que nos desagradan profundamente.
Pero no olvidemos nunca que una vez legitimamos socialmente que, como decía antes, las expresiones sean sometidas a evaluación de la comunidad, es decir, a evaluación de las mayorías o de aquellos grupos que controlen las instituciones dentro de esa comunidad, cualquiera es susceptible en el futuro de ser censurado por otros motivos distintos a los que justifican hoy la censura.
Los censores hoy pueden ser los censurados mañana, y por eso es mejor dejar las expresiones dentro del fuero particular de cada cual.
Al final, la libertad de expresión es un pacto tácito dentro de la sociedad para dejar fuera de la evaluación legal cualquier manifestación, cualquier expresión, cualquier pensamiento, cualquier palabra que se produzca dentro de esa comunidad.
Y una vez ese pacto se rompe, es decir, una vez algunos, la mayoría, transitoria dentro de una comunidad, pretende que algunas declaraciones que no implican, repito, interferencia activa sobre la vida de los demás,
si deben ser enjuiciadas en función de si nos agradan o desagradan más o menos, estamos abriendo la puerta a que eso se reproduzca para cualquier otro tipo de manifestación.
Y eso es, desde luego, lo que hemos de evitar. La libertad de expresión, al final, implica libertad para que los demás nos puedan ofender.
Es una autorrestricción que cada uno nos imponemos frente a las ofensas que proclamen los demás, porque respetar las expresiones ajenas con las que estamos de acuerdo no tiene absolutamente ningún mérito,
ni tiene absolutamente ninguna funcionalidad dentro de una comunidad, siempre en una comunidad se respetan aquellas expresiones que son mayoritariamente aceptadas por los que controlan esa comunidad.
La cuestión es respetar incluso aquellas manifestaciones que molesten a las mayorías que en un determinado momento controlan las instituciones y la capacidad de influir sobre esa legalidad.
Lo que quiero decir en este vídeo, en definitiva, es que sostener que Pablo Hasel tiene la libertad para expresar estas burradas no debería entenderse como una señal de que a mí o a cualquiera que mantenga esta tesis le gusta el contenido de lo que está manifestando Pablo Hasel.
Quien sostenga que Pablo Hasel tiene derecho a decir lo que ha dicho solo está manifestando que la evaluación de las expresiones ajenas debería quedar fuera de la esfera de la legalidad, es decir,
que no deberíamos ni obligar a decir determinadas cosas ni prohibir decir determinadas cosas, que la expresión debería quedar dentro de la libertad del respeto a la libertad personal y no dentro de esa moralidad de mínimos que es impuesta a través de la legalidad.
Y eso sigue siendo cierto para aquellas expresiones que nos ofenden profundamente, porque si solo aceptamos la libertad de expresión para aquellas expresiones que no nos ofenden, en realidad, en el fondo, no estamos aceptando la libertad de expresión.
Subtítulos por la comunidad de Amara.org