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Para una parte de la izquierda, la que podríamos englobar dentro del llamado
republicanismo cívico, las personas nos realizamos formando parte de una
comunidad política dentro de la que participamos activamente para tomar
decisiones colectivas en relación con el bien común. Por tanto, para esta parte
de la izquierda, las personas, antes que personas o más que personas somos
ciudadanos, entendiendo por tales seres políticos que obran virtuosamente
cuando están deliberando, cuando están reflexionando, cuando están debatiendo
en los foros públicos y sobre todo cuando están votando sobre los asuntos
colectivos que conciernen a esa comunidad política. Esta visión del ser humano,
sin embargo, está fundamentalmente equivocada por tres razones. El primer
error es que al definir al ser humano como un ser político o hiperpolítico,
estamos otorgando prioridad a su faceta pública frente a su faceta privada, es
decir, estamos dando más relevancia a el hecho de que el ser humano constituya
una parte, un engranaje, una porción de un colectivo más amplio y de un colectivo
que decide en conjunto sobre asuntos que se definen como comunes, antes que
definir a ese individuo como una gente, como una persona, que tiene sus propios
proyectos vitales y que esos proyectos vitales son distintos, distinguibles,
separables de los proyectos vitales de las aspiraciones individuales que tienen
otras personas. Por tanto, si priorizamos la faceta pública sobre la privada, si
priorizamos la faceta de votante, de deliberante, de decisor colectivo de una
persona sobre la faceta de agente que persigue sus propios sueños, sus propias
aspiraciones, lo que termina sucediendo es que cada individuo dentro de una
sociedad tiene un cierto poder como votante a la hora de determinar qué
rumbo colectivo sigue la sociedad, pero termina teniendo muy poco poder, muy
poca autonomía sobre su propia vida para decidir cómo vive esa vida. Sería como
si todos nos convertiramos en unos títeres del colectivo y cada persona
siendo títere tuviera sin embargo la potestad ciertamente irrelevante en
colectivos muy amplios de mover alguno de los hilios que activan los distintos
títeres de una sociedad, en lugar de romper las cuerdas y permitir que cada
persona viva su vida como considera oportuno sin eso sí pisotear la vida
de los demás. Por tanto, una concepción muy expansionista de la política, una
concepción de la política que termina invadiendo la esfera privada y que
considera que el ser humano se realiza cuando forma parte, cuando participa de
esa concepción expansiva de la política lo único que consigue es que todos nos
convirtamos en carceleros de todos y en que nadie sea libre para perseguir sus
propios sueños. El segundo error del republicanismo cívico cuando
caracteriza al ser humano como un ser hiper político es que en cierto modo está
presuponiendo que cuando el ser humano participa en la esfera pública, cuando
vota, cuando delibera, cuando reflexiona, cuando se informa sobre asuntos
políticos, el ser humano es un ser hiper racional, hiper responsable, un ser
que por tanto va a tomar decisiones informadas, decisiones no sesgadas,
decisiones imparciales y de esa manera combinando la reflexión, la inteligencia
colectiva de todos los individuos avanzaremos hacia una cierta concepción
del bien común que será una concepción informada de ese bien común y que por
tanto beneficiará al conjunto de la sociedad o al menos a la mayoría de las
personas que formen parte de esa sociedad. Sin embargo el ser humano cuando
participa en actividades políticas dista mucho de esa visión hiper racional que
le presupone el republicanismo cívico para defender esa visión del ser humano
politizado como una visión positiva y funcional para una sociedad. El
filósofo Jason Brennan distingue entre tres tipos ideales, entre tres
arquetipos de ciudadanos con respecto a su implicación o con respecto a su
participación en la política. El primer arquetipo de ciudadanos serían lo que
el denomina hobbits, es decir personas que pasan, que se desentienden, que son
completamente indiferentes de la política, no les gusta la política, no les
interesa la política y no intentan participar en política. En segundo lugar
tenemos a los hooligans que son personas que a diferencia de los hobbits si se
interesan por la política pero se interesan y participan de ella de un modo
fanatizado, de un modo sesgado, como si fueran los hinchas de un equipo de
fútbol o como si fueran los feligreses de una determinada confesión religiosa.
Son personas que no atienden a razones, que no atienden a evidencia empírica, que
no les interesa en el fondo si las ideas, si las propuestas que están defendiendo
son correctas o no lo son, sino que únicamente intentan que la secta, el
grupo, la tribu ideológica dentro de la que se han escrito, prospere y salga
adelante porque eso les reconforta emocionalmente. No participan en
política desde un punto, desde una perspectiva, desde una actitud racional
sino desde una actitud emocional y eso les lleva a fanatizarse cada vez más,
a radicalizarse cada vez más, a envenenar cada vez más al adversario, a ver al
rival político, al disidente, no como una persona con la que dialogar, de la que
extraer buenas ideas, de la que debatir para ver si tiene algún punto correcto o
no, sino como un enemigo a tumbar, como una ideología, como un partido a
machacar absolutamente y a enterrar absolutamente más allá de las buenas o
malas ideas que pueda tener. Y en tercer lugar tenemos a los vulcanianos, los
vulcanianos son personas que se interesan y participan en política desde un
punto de vista hiper racional, no tienen ningún tipo de sesgo cuando analizan la
información, se decantan no por aquellas opiniones que podían suscribir en el
pasado o que suscriben algunos de sus amigos, de sus colegas, de sus
compañeros de partido, sino que simplemente analizan la información,
analizan los datos, reflexionan fríamente y toman una decisión que no tiene
por qué ser ninguna de las que se esperaría de ellos, sino la que se
desprende naturalmente de los datos o de la reflexión que hayan elaborado. En
realidad creo que es obvio que eso no funciona así, las personas somos o
hobbits, es decir, individuos que se desinteresan absolutamente de la
política, muchas veces por buenas razones, la influencia que tiene un
individuo a la hora de votar en una circunscripción de millones de
personas es prácticamente nula, su voto no vale para nada, y en cambio el coste
de informarse sobre política, de seguir la actualidad, de leerse todos los
programas electorales, de tener una formación suficiente en economía, en
filosofía, en psicología, en sociología, en ingeniería para ser capaz de
ponderar, de valorar adecuadamente las propuestas que se realizan en esos
programas electorales, pues todo ese coste es enorme en relación con el
beneficio que va a ser nulo, porque aunque voten no voy a poder influir en
nada el resultado electoral, por tanto hay mucha gente que son hobbits con muy
buenas razones, pero luego los que no son hobbits no son vulcanianos, los que no
son hobbits son esencialmente hooligans, es decir, hinchas de determinados
partidos políticos, fanáticos, religiosos de determinados partidos
políticos que no reflexionan racionalmente sobre sus ideas, sino que
tienen una vinculación emocional muy fuerte con las mismas y de hecho si sus
ideas fracasan sienten una frustración tremenda y lo viven como una
pérdida personal gravísima, por tanto politizar a la sociedad no va a conseguir
que los hobbits pasen a ser vulcanianos y que en la medida en que todos seamos
vulcanianos todos vivamos mejor debatiendo, deliberando sobre política,
politizar a la sociedad, instar a los individuos a que se impliquen en política
hará que más personas que son hoy hobbits pasen a ser hooligans y
cuantos más hooligans haya más envenenamiento, más tensión, más
enfrentamiento social se va a producir porque tendremos un choque de
fanáticos que no razonan sino que sólo se tiran los trastos a la cabeza para que
su confesión religioso-política prospere y salga adelante. Y de hecho el
tercer error del republicanismo cívico es no tener en cuenta las nefastas
consecuencias que sobre el bienestar de las personas tiene el hecho de
hiperpolitizar una sociedad, es decir, de convertir a un conjunto de individuos en
fanáticos, en hooligans, que se enfrentan, que se enemistan entre sí por
ideas políticas de carácter irracional, de carácter emocional. En lugar de ser
una sociedad que convive, que coopera pacíficamente y que es capaz de sentarse
amistosamente a hablar sobre cualquier otro asunto, la política envenena esa
sociedad, enfrenta a las personas de esa sociedad y por tanto les genera problemas
y daños, en muchos casos irreparables, sobre su bienestar. En este sentido los
politólogos Kevin Smith, John Hibbing y Matthew Hibbing acaban de publicar un
paper titulado Friends Relatives, Sanity and Health, The Costs of Politics, es decir,
amigos, familiares, salud física y salud mental, el coste de la política, donde
analizan las respuestas que varios individuos que han participado
activamente en la política estadounidense durante los últimos años han dado cuando
se les han efectuado determinadas preguntas sobre cómo afectó esa
implicación en la política a su bienestar y las respuestas son
verdaderamente sorprendentes y dramáticas, una vez las analizamos con cierto
detalle. Por ejemplo, el 40% de los encuestados reconoció haber pasado por
episodios de estrés por culpa de la política e incluso un 20% constató
haber tenido pérdidas de sueño, fatiga y depresión. Entre un 10 y un 30% de
los encuestados afirmaron que la política les había generado rabia,
frustración, odio y sentimiento de culpa. Entre un 10 y un 25% dijeron haber
dedicado demasiado tiempo a la política y haber desatendido otras prioridades
vitales que una vez terminó el proceso político, una vez terminaron las
elecciones, vieron que eran más importantes que la propia política y
que en muchos casos ya no podían dar marcha atrás para recuperar ese tiempo
perdido. Asimismo, un 20% de los encuestados declaró que la política
había dañado sus amistades y generado problemas en su círculo familiar y
atención, un 4% admitió que había pensado en el suicidio por culpa de
la política. Es decir, la politización en un entorno donde los politizados son
hooligans, no son vulcanianos, no es sano, es una actitud fanatizada, una
actitud demasiado emocional que perjudica gravemente la salud de las
personas, no sólo de las personas, también de las sociedades porque es una
actividad, la política, que conduce a las personas a participar desde una
perspectiva no racional a la toma de asuntos colectivos que terminan afectando
negativamente la libertad de todos. Pero incluso desde una perspectiva
individual, la hiperpolitización de las sociedades daña gravemente la salud de
las personas. Por tanto, dejando ya de lado el republicanismo cívico y sus
errores, lo que deberíamos intentar conseguir es una despolitización de
nuestras sociedades, no una hiperpolitización de las mismas, no un
incremento de los ámbitos de decisión de la política sobre la vida de las
personas y de la participación de las personas en esa toma de decisiones
colectivas como votantes o como deliberantes. La sociedad es un espacio
donde las personas coexisten y cooperan para que cada cual pueda perseguir sus
fines individuales o colectivos, vía libre asociación. No es un entorno de
gobierno común en todos los aspectos que definen la vida de una persona, debemos
ampliar los espacios de libertad individual, los espacios de soberanía
individual para que cada cual sea libre y responsable de su propia vida, pero no
para que sea el dictador de la vida de otros, porque además esos otros, si
intentas gobernarlos, van a intentar gobernar tu vida y van a intentar
oponerse y luchar contra ti. La política, la hiperpolitización envenena las
sociedades porque nos convierte a todos en enemigos de los demás. En lugar de
vivir en una sociedad donde podamos convivir cordialmente terminamos
creando una sociedad de frentes, una sociedad de facciones, una sociedad de
partes o partidos donde unos intentan machacar, dominar, controlar, imponerles
su visión del mundo a los demás y eso evidentemente genera más hooligans, más
fanatización, más resentimiento, más fractura social, más polarización social
y en última instancia termina dañando la vida, la salud física y la salud
mental de aquellos que han participado en tan nefasto y negativo procesos.