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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

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Daron Acemoglu, Premio Nobel de Economía 2024 y también defensor de la censura estatal en Internet.
Veámoslo.
Los economistas Daron Acemoglu, James Robinson y Simon Johnson han recibido el Premio Nobel de Economía 2024
por sus contribuciones al estudio sobre cómo se forman las instituciones y sobre cómo éstas
afectan al desarrollo económico. Se trata de un campo de investigación que no han inaugurado
ninguno de estos economistas. Sin ir demasiado lejos, otro Premio Nobel de Economía en el año 1993,
Douglas North, fue galardonado justamente por esto mismo, por un estudio, a mi juicio,
bastante más sistemático y riguroso sobre el papel de las instituciones sociales en el desarrollo
económico. Incluso podríamos retrotraernos a Friedrich Hayek, otro Premio Nobel de Economía,
aunque no lo recibió por este motivo, en el año 1974, que también ha estudiado de manera muy exhaustiva
y rigurosa cómo se forman descentralizadamente las instituciones sociales y cómo éstas contribuyen
a la coordinación y al progreso económico. Pero si bien estos economistas no han iniciado
ni muchísimo menos la perspectiva neoinstitucional sobre el desarrollo económico, se han contribuido
a revigorizar y popularizar el debate sobre la misma, aplicando además técnicas econométricas
que, supuestamente, aunque con mucho debate y muchas críticas alrededor, permiten de alguna
manera parametrizar la calidad de las instituciones y su efecto cuantificable sobre el desarrollo
económico. Pero en el vídeo de hoy no quiero reflexionar sobre el contenido de las ideas de
estos tres economistas que les han llevado a ganar el Premio Nobel de Economía. Quiero reflexionar
más bien sobre los riesgos, sobre los peligros que existen por endiosar las opiniones emitidas por
los Premios Nobel de Economía, ya no en su campo de estudio y de especialización, sino más allá del
mismo. Y es que en los últimos meses, el que probablemente sea el más conocido de estos tres
economistas, Darón Acemoglu, ha promovido de manera pública ataques frontales contra la libertad de
expresión e incluso contra la libertad personal. Y lo ha hecho, además, en nombre del Estado de
Derecho y de las instituciones inclusivas que, dentro de su investigación económica,
constituirían la causa del desarrollo y del progreso económico. ¿Cómo lo ha hecho exactamente?
Pues en primer lugar, recomendando en sus redes sociales un artículo del exsecretario de trabajo
con Bill Clinton, Robert Reich. Ese artículo se titulaba
Elon Musk está fuera de control. Aquí explicamos cómo meterlo en vereda. Y entre las propuestas que
planteaba Robert Reich para meter en vereda, para controlar a Elon Musk, encontrábamos la siguiente.
Las autoridades de todo el mundo deberían amenazar a Musk con arrestarlo, repito, con arrestarlo,
si no deja de difundir mentiras y odio a través de la red social X. Y en el texto avalaba esta
propuesta diciendo que las autoridades francesas habían detenido a Pavel Durov, al fundador y dueño
de Telegram, y que, por tanto, podría hacerse perfectamente lo mismo con Elon Musk si Elon Musk no
censuraba Twitter, tal como las autoridades políticas de los distintos países querrían
que fuera censurado y reglamentado. Escrupuloso respeto a la libertad de expresión, al imperio
de la ley y a la no arbitrariedad del poder político. Pues bien, este vergonzoso artículo
de Robert Reich fue recomendado en sus redes sociales por Darren Acemoglu, en un principio sin ningún tipo
de matiz. Y cuando las redes sociales comenzaron a criticar a Acemoglu con razón por haber recomendado
ese artículo, el propio Acemoglu reculó en parte diciendo que, obviamente, él no estaba a favor de
arrestar a Elon Musk meramente por opinar como opinaba, pero sí consideraba que había un peligro en que Elon
Musk tuviese tanta capacidad de influencia en la esfera pública, y que por eso había que buscar
mecanismos para recortar esa capacidad de influencia en la esfera pública de Elon Musk. Algo bastante
llamativo porque ahora Darren Acemoglu, como premio Nobel de Economía, también va a tener un estatus
superior y una capacidad de influencia muy superior a la que tienen el resto de pequeños mortales. Y no creo
que Darren Acemoglu quiera censurarse a sí mismo por el hecho de tener ahora mayor capacidad de
influencia que antes y de la que tendrá jamás cualquier persona de la calle cuando expresa sus
opiniones. Y de la misma manera que habría que respetar, claro, la libertad de expresión de Acemoglu,
también habría que respetar la libertad de expresión de Elon Musk. Por mucho que uno crea que Acemoglu
tiene razón y que Elon Musk no la tiene, porque muchos otros pueden pensar al revés. Aunque bueno,
uno podría pensar que este error de Acemoglu al compartir el artículo de Robert Reich fue un
traspiés, que en el fondo él sigue estando muy a favor del estado de derecho, de la libertad de
expresión y de la libertad personal de los individuos. Sin embargo, poco tiempo después de
compartir este artículo, el propio Acemoglu firmó, junto con otros intelectuales, una carta defendiendo
la censura de X en Brasil por el hecho de que Elon Musk no quisiera censurar las cuentas que
arbitrariamente el Poder Judicial brasileño le exigía censurar. Atención a algunos párrafos de
esta carta firmada por Acemoglu. Nosotros, los abajofirmantes, deseamos expresar nuestra profunda
preocupación por los ataques en curso por parte de las grandes tecnológicas y de sus aliados en
contra de la soberanía digital de Brasil. La disputa del Poder Judicial brasileño contra Elon
Musk es sólo el ejemplo más reciente de un esfuerzo más amplio para restringir la capacidad de las
naciones soberanas para definir una agenda de desarrollo digital libre del control de las
megacorporaciones con sede en Estados Unidos. El caso brasileño se ha convertido en el frente
principal del conflicto global en evolución entre las corporaciones digitales y aquellos
que buscan construir un panorama digital democrático y centrado en las personas, enfocado en el desarrollo
social y económico. Las empresas tecnológicas no sólo controlan el mundo digital, sino que
también hacen lobby y operan contra la capacidad del sector público para crear y mantener una
agenda digital independiente basada en valores, necesidades y aspiraciones locales. Lo que necesitamos
es suficiente espacio digital para que los estados puedan dirigir las tecnologías poniendo a las
personas y al planeta por delante de los beneficios privados o del control unilateral del Estado.
Todos aquellos que defienden los valores democráticos deben apoyar a Brasil en su búsqueda por la
soberanía digital, es decir, que deben defender la censura que unilateralmente quiere imponer el Estado
brasileño. Exigimos que las grandes tecnológicas cesen en sus intentos de sabotear las iniciativas de
Brasil orientadas a la construcción de capacidades independientes en inteligencia artificial,
infraestructura pública digital, gobernanza de datos y servicios en la nube. Estos ataques
socavan no sólo los derechos de los ciudadanos brasileños, sino también las aspiraciones más amplias
de todas las naciones democráticas para lograr la soberanía tecnológica. También pedimos al Gobierno de
Brasil que sea firme en su implementación de su agenda digital y denuncie las presiones que está
recibiendo en su contra. El sistema de las Naciones Unidas y los gobiernos de todo el mundo deben
apoyar estos esfuerzos. Este es un momento decisivo para el mundo. Un enfoque independiente para recuperar
la soberanía digital y el control sobre nuestra esfera pública digital no puede esperar. También hay
una necesidad urgente de desarrollar dentro del marco de la ONU los principios básicos de regulación
transnacional para el acceso y uso de servicios digitales, promoviendo ecosistemas digitales que
pongan a las personas y al planeta por delante de las ganancias, para que este campo de pruebas de
las grandes tecnológicas no se convierta en práctica común en otros territorios. Básicamente están
legitimando la censura estatal de las redes sociales con el pretexto de que se está regulando el ecosistema
digital para colocar a las personas y al planeta en el centro en lugar de las ganancias. Pero ¿cómo
vas a colocar a las personas en el centro si estás legitimando la censura estatal de esas personas?
Desde luego el problema no es que Daron Acemoglu tenga opiniones. Tampoco ni siquiera que tenga
opiniones abiertamente liberticidas. El problema es que haya recibido el premio Nobel de Economía
teniendo opiniones abiertamente liberticidas y, por tanto, revistiendo a partir de ahora esas
opiniones abiertamente liberticidas con un aura de respetabilidad pública. Porque, claro, si un
premio Nobel de Economía está defendiendo estas cosas, entonces es que estas cosas no serán locuras
liberticidas, sino que deben de ser una agenda pública y reformista muy razonable. Y en estos casos es muy
necesario recordar las palabras de otro premio Nobel de Economía, de Friedrich Hayek, en el año 1974,
justamente pronunciadas durante el banquete de recepción de su galardón, de su premio Nobel en
Economía. Se trata de unas proféticas palabras que hacen apología de la humildad y de la prudencia
epistemología epistemológica que también deberían serles aplicables a cualquier otro experto y, desde
luego, a cualquier otro premio Nobel. Decía Hayek en el banquete de recepción del Nobel.
El premio Nobel confiere a una persona una autoridad que ningún hombre debería poseer en
materia económica. La influencia que tiene el economista va más allá de la influencia sobre sus
colegas expertos. También abarca la influencia sobre los profanos en economía, políticos, periodistas,
funcionarios y el público en general. Y no hay ninguna razón para que un hombre que haya hecho
una contribución significativa y distintiva en el ámbito de la ciencia económica sea omnicompetente con
respecto a todos los problemas de la sociedad, tal como la propia prensa tiende a considerar a aquellas
personas que han recibido el Nobel y tal como la propia persona que ha recibido el Nobel puede
terminar creyéndose. La persona que ha recibido el Nobel incluso puede sentir que tiene una especie
de obligación pública de pronunciarse, de emitir opiniones respecto a problemas a los que hasta ese
momento no había prestado especial atención. Casi me inclino a sugerirles que exijan a sus laureados,
a los galarronados con el premio Nobel de Economía, un juramento de humildad, una especie de juramento
hipocrático de no exceder en sus declaraciones públicas los límites de su competencia. Por ello,
la censura estatal de Internet sigue siendo hoy tan indefendible como ya lo era ayer, por mucho que a
partir de hoy cuente con el infundado aval intelectual de todo un premio Nobel en Economía.