logo

Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.

Desde que empezaron a adoptarse medidas de distanciamiento social al comienzo de esta pandemia,
se nos ha planteado que existía una disyuntiva radical entre salvar, por un lado, las vidas de los ciudadanos
y por otro salvar la economía. Si tomábamos medidas de distanciamiento social muy agresivas,
como un confinamiento domiciliario total, lograríamos salvar muchas vidas, pero a cambio hundiríamos la economía.
Y en cambio, si tomábamos medidas de distanciamiento social muy laxas, quizá buscando una rápida inmunidad de grupo,
conseguiríamos mantener aflote la economía, pero a costa de acabar con muchas vidas de los ciudadanos.
De hecho, ha sido habitual que se nos presentaran gráficos como los que podéis observar ahora mismo en pantalla,
en los que vemos una clara incompatibilidad entre los resultados de medidas muy duras de distanciamiento social
de cara a aplanar la curva de contagios y en cambio de cara a agravar la curva de hundimiento económico.
Pero realmente existe, desde un punto de vista estratégico, esta disyuntiva entre salvar vidas o salvar la economía.
Es verdad que a escala institucional podemos optar entre medidas que permitan mantener al mayor número de personas vivas,
pero a costa de hundir la economía o, en cambio, mantener aflote la economía, pero a costa de maximizar el número de fallecidos.
Es verdad, por tanto, que existe esta incompatibilidad entre las medidas dirigidas a salvar la economía y las medidas dirigidas a salvar vidas.
Bueno, como luego recalcaré, no pretendo negar que, en el margen, a la hora de tomar determinadas decisiones tácticas
sobre si debemos acelerar un poco más o un poco menos el fin de las medidas de distanciamiento social,
no pueda darse esta disyuntiva entre asumir algunos riesgos más en materia de vidas para acelerar la recuperación económica
o ser más conservadores a la hora de mantener las medidas de distanciamiento social a una costa de generar daño económico.
Como digo, no estoy negando que, en el margen, pueda darse esta disyuntiva.
Ahora, desde un punto de vista estratégico, desde el punto de vista del objetivo general de las medidas, no existe tal disyuntiva, no ha existido nunca.
Esencialmente por dos razones. Primero, porque muchas veces tendemos a caracterizar la economía desde una perspectiva, yo diría, bastante materialista y bastante marxista.
Es decir, economía es maximizar la producción de bienes o servicios que se puedan vender a cambio de obtener un lucro monetario.
Y, ciertamente, esto es una parte de la economía, pero no es ni mucho menos toda la economía.
La economía es una ciencia que estudia cómo maximizar la disponibilidad de medios para que los individuos puedan, a su vez, maximizar la satisfacción de sus fines personales.
Y, en la medida en que quepa suponer que uno de los más importantes fines personales de cualquier individuo es mantenerse vivo, evidentemente supondría un fracaso económico de primer nivel
que muchísima gente muriera porque esa no es su preferencia, porque ese no es su fin.
Si la economía busca cómo maximizar los medios para satisfacer fines, también entrará dentro del ámbito económico, tomará aquellas medidas institucionales que permitan que la mayor cantidad posible de gente sobreviva.
Incluso si para atinar, para sofisticar un poco más este análisis, quisiéramos cuantificar desde un punto de vista utilitarista el valor de las vidas humanas salvadas y el valor de la producción económica destruida,
podríamos hacerlo a través de un concepto económico que es el valor de una vida estadística.
¿Qué es el valor de una vida estadística? En esencia, ¿cuánto valora una persona en términos medios su propia vida?
Evidentemente puede parecer que tratar de conocer cuánto valora un individuo su propia vida es algo del todo inaccesible para un observador externo,
que una persona siempre tenderá a decir que valora su propia vida en cantidades infinitas, en cantidades no mensurables, no cuantificables.
Sin embargo, en el día a día los individuos toman decisiones donde dejan entrever, donde manifiestan, donde revelan cuáles son sus preferencias.
Por ejemplo, si una persona escoge un trabajo que implica un mayor riesgo que otro trabajo, a cambio de una remuneración mayor, a partir de esa prima salarial,
que ese trabajador está escogiendo cobrar a cambio de asumir un mayor riesgo para su vida, podemos inferir en última instancia cuánto está valorando su propia vida.
Por ejemplo, imaginemos que un individuo está dispuesto a cobrar 100.000 euros a cambio de asumir un riesgo de sufrir un accidente fatal del 1%
es decir, un riesgo de fallecer del 1%. En tal caso, ese individuo estaría valorando su propia vida en 10 millones de euros.
Evidentemente las relaciones no tienen por qué ser lineales, a lo mejor estamos dispuestos a cobrar 100.000 euros por asumir un riesgo del 1%,
pero en cambio por asumir un riesgo del 10%, no queremos un millón, sino 5 millones, pero los análisis estadísticos tienden a filtrar esta nueva linealidad
y lo que sabemos, al menos el valor que el gobierno estadounidense establece para la vida media de un ciudad no estadounidense, es de 9,3 millones de dólares.
Pues bien, de acuerdo con las estimaciones sobre la eficacia de las medidas de distanciamiento social, las medidas que se han implantado en Estados Unidos
para evitar el contacto y, por tanto, para romper la cadena de transmisión del virus, permitirían salvar al terminar el año 500.000 vidas.
Si esto es así, si las medidas de distanciamiento social aplicadas han conseguido salvar 500.000 vidas,
lo que tendríamos a un valor medio de 9,3 millones por vida salvada, es que esas medidas de distanciamiento social habrían generado,
digamos así, un bienestar en forma de vidas salvadas de casi 5 billones de dólares.
¿Cuánto es 5 billones de dólares? Pues es más de lo que se espera que se derrumbaría la economía estadounidense
si se mantuvieran las medidas de distanciamiento social la hibernación económica durante todo un año.
Si mantuvieramos la hibernación económica en Estados Unidos durante todo un año,
se estima que la economía caería un 22%, es decir, algo así como 4,2, 4,3 billones de dólares.
Las medidas de distanciamiento social salvan vidas valoradas en casi 5 billones de dólares.
El coste en destrucción de bienes materiales, de bienes comercializables, es de 4,2 billones de dólares.
Por consiguiente, desde esta óptica, a mi juicio irrespectuosamente, pero desde esta óptica utilitarista,
el valor económico de las vidas salvadas se superiora al valor económico de aquella producción comercializable que se ha dejado de producir.
Es decir, incluso desde esta óptica irrespectuosamente utilitarista se justificaría,
incluso, una hibernación económica en Estados Unidos de todo un año para conseguir salvar esas 500.000 vidas.
Evidentemente, si las medidas de distanciamiento social salvaran todavía más vidas,
esta diferencia sería todavía más acusada.
Sin embargo, uno podría decir que aún así existe una disyuntiva,
porque estamos escogiendo entre salvar vidas humanas o salvar producción material.
Por tanto, si entendemos economía únicamente como producción material, o lo uno, o lo otro,
pero desde luego no podemos, con un mismo conjunto de medidas, salvar vidas y salvar la economía.
Sin embargo, este de nuevo es un punto débil del argumento que plantea una disyuntiva,
una incompatibilidad entre salvar vidas o salvar la economía.
¿Por qué razón?
Bueno, pues porque tengamos presente que una propagación generalizada del COVID-19
llevaría a que muchos trabajadores enfermaran y a que, por tanto, estuvieran de baja laboral
durante varias semanas, una media de 20 días por persona contagiada.
No es necesario ni siquiera en esta valoración que incorporemos a las personas fallecidas,
simplemente tengamos presente a las personas que enferman y que, como consecuencia de esa enfermedad,
son incapaces de acudir a su puesto de trabajo.
Esto que provocaría, pues provocaría que muchas industrias, en la medida en que necesitan
a esos trabajadores para estar en funcionamiento,
muchas industrias tendrían que detenerse, tendrían que dejar de operar o, al menos,
deberían empezar a operar de manera muy parcial.
Si esas industrias cuyo funcionamiento se ve interrumpido como consecuencia de una propagación
generalizada del virus que lleva a que muchos trabajadores estén en casa de baja laboral
y no puedan acudir a su centro de trabajo,
si esas industrias que están paralizadas producen, fabrican, vienen intermedios,
que a su vez son inputs indispensables para que otras industrias puedan seguir en funcionamiento,
lo que tendríamos es que una propagación generalizada del virus interrumpidía directa
e indirectamente el funcionamiento de muchísimas industrias dentro del país,
con lo cual también es en parte una ficción pensar que si nos hubiesen tomado medidas de distanciamiento social,
pues bueno, habría muerto más gente, pero la economía habría seguido funcionando con una absoluta normalidad.
No es así, porque en la medida en que los trabajadores enferman y por tanto dejan de producir
y en la medida en que la producción de algunos trabajadores es esencial para que otros trabajadores puedan seguir produciendo,
nos podemos encontrar con cuello de botella masivos generalizados por toda la economía
que hagan que la economía igualmente tenga que parar por bajas laborales también masivas y también generalizadas.
Evidentemente este es un razonamiento abstracto que no tendría por quedarse en la realidad,
a lo mejor sucede en algunos casos concretos, pero no estamos cuantificando cuán importante sería ese efecto.
Pues bien, tres economistas de la Universidad de Cambridge acaban de hacer el ejercicio de tratar de cuantificar
cuál sería la magnitud del parón en la economía estadounidense de no haberse adoptado medidas de distanciamiento social
y por tanto de haberse propagado el virus de manera más o menos irrestricta por toda la sociedad
y por tanto de haber contagiado a determinados trabajadores
que son trabajadores esenciales en industrias que producen bienes intermedios para otras industrias
y la conclusión a la que llegan es que el PIB estadounidense podría haber caído más de lo que caerá
como consecuencia de adoptar medidas de distanciamiento social.
O dicho de otra manera, si no se hubiesen adoptado medidas de distanciamiento social no sólo habría sucedido que más gente habría muerto
sino que la economía, el PIB estadounidense, se habría hundido más de lo que se hundirá como consecuencia de las medidas de distanciamiento social.
Si esto es así, es evidente que no existe ninguna disyuntiva entre salvar vidas o salvar la economía.
El virus será un shock que nos habrá empobrecido a todos pero que nos habrá empobrecido al margen de las medidas que adoptemos para combatir el virus.
Dejar que el virus circule libremente también hunde, también hace colapsar la economía y además provoca una mortalidad mucho más elevada.
Y alternativamente, tomar medidas de distanciamiento social obviamente hunden la economía pero minimizan la magnitud de ese hundimiento al tiempo que consigue salvar vidas humanas.
Son los cálculos de estos tres economistas fiables, confiables o simplemente se basan en supuestos muy poco probables que por tanto vuelven sus resultados escasamente verosímiles.
Bueno, evidentemente si uno modifica los supuestos de partida, pues la conclusión a la que llega es muy distinta.
Sin embargo, tenemos un ejemplo relativamente cerca de un país que ha optado por medidas de distanciamiento social muy laxas y que al final va a experimentar un hundimiento económico similar al de los países de su entorno, que es Suecia.
Suecia es un país que como sabemos ha evitado la hibernación a gran escala de su economía y de momento su tasa de letalidad por millón de habitantes es mucho más elevada que la de los países nórdicos de su entorno.
Los muertos por millón de habitantes en Suecia superan ahora mismo los 300 y sin embargo en la vecina noruega apenas alcanzan los 40 por millón de habitantes.
Por tanto, parece que las medidas laxas de distanciamiento social se han incrementado la letalidad en Suecia con respecto a sus países vecinos, pero al menos Suecia conseguirá salvar su economía.
Ayer mismo el Banco Central de Suecia dijo que estimaba que esperaba que la economía sueca se iba a hundir entre un 7 y un 10% a lo largo de 2020.
Es decir, a unas tasas algo inferiores a las de España, tampoco muy inferiores, y desde luego unas tasas similares a las de los países de su entorno.
Por consiguiente, esta anécdota sí que validaría el resultado que han alcanzado estos tres economistas de Cambridge, que evitar tomar medidas de distanciamiento social no evita el colapso económico, incluso lo puede agravar.
Y sin embargo, sí eleva en mucho el número de fallecidos como consecuencia del coronavirus.
Esto no significa que, como decía al principio, todas las medidas de distanciamiento social sean igual de eficaces a la hora de salvar vidas y a la hora de salvar la economía.
Evidentemente hay medidas de distanciamiento social que pueden ser muy eficaces a la hora de salvar vidas, como el confinamiento domiciliario total,
y que, sin embargo, generan un daño, quizá excesivo para la economía, frente a otras medidas de distanciamiento social que tal vez conseguirían el mismo resultado en términos de salvar vidas,
por ejemplo, uso de mascarillas generalizado, uso de test masivos, herramientas de rastreo de las personas infectadas para poder aislar rápidamente a sus contactos.
Esas medidas de distanciamiento social quizá lograrían una eficacia en términos de salvar vidas similar muy cercana al confinamiento domiciliario y permitirían reanudar gran parte de la actividad económica.
Tampoco significa que, en el margen, no pueda existir una cierta disyuntiva entre salvar la economía y salvar vidas.
Es decir, queremos asumir algo más de riesgo a la hora de poder experimentar un rebrote de los contagios que rápidamente podamos contener, nuevamente, cerrando y Bernando la economía,
o queremos ser más conservadores asegurándonos que no habrá rebrote manteniendo medidas de confinamiento social muy duras durante mucho tiempo.
Ahí, evidentemente, sí existe esa disyuntiva, pero tengamos presente que el objetivo común, tanto de las distintas medidas específicas de distanciamiento social,
confinamiento domiciliario o medidas de protección frente a la transmisión del virus y de los distintos ritmos de relajación de las medidas de distanciamiento social,
tengamos presente que el objetivo común de todas ellas es salvar vidas y salvar la economía.
Evidentemente, estamos en un contexto de elevadísima incertidumbre, no sabemos realmente qué medidas son en el margen más eficaces cuando,
y por eso tendría mucho sentido que optáramos por una estrategia de descentralización jurisdiccional.
Es decir, que haya muchas jurisdicciones distintas, muchos departamentos administrativos distintos que tomen diferentes medidas de desconfinamiento.
Algunos departamentos podrían optar por desconfinar antes y ver qué sucede con el número de contagios,
si su estrategia de desconfinamiento funciona en el sentido de que, aún cuando repuntaran un poco los contagios, no se satura el sistema sanitario,
y por tanto no hay un riesgo elevado de que se reproduzcan los trágicos eventos de marzo y abril,
esa estrategia de desconfinamiento sería copiada por otros departamentos que estuvieran en una situación similar.
Si, en cambio, ese departamento, que ha sido más osado que el resto, fracasa estrepitosamente,
todos los demás aprenderíamos la lección de que no se puede desconfinar tan rápidamente,
al menos si tenemos unos marcadores epidemiológicos similares a los de ese departamento, precozmente desconfinado.
Necesitamos, por tanto, muchos experimentos diversos, mucha descentralización,
en cuanto a las tácticas concretas para ir desconfinando, para ir regresando a la normalidad.
De lo que no ha de caber ninguna duda, al menos no ninguna duda, según los análisis que hoy mismo tenemos,
por supuesto, todas sus análisis están abiertos a disputa, hay acontradicción, si aparecen análisis mejores,
pero de lo que no cabe ninguna duda, al menos, según los análisis que tenemos a fecha de hoy,
es que para salvar la economía hay que salvar vidas.
No solo porque la economía también sean vidas humanas, y por tanto salvar esas vidas humanas
tiene una traslación positiva para la economía en sí misma, sino también porque la estrategia
que utilizamos para salvar vidas es la estrategia que sirve para minimizar la magnitud del colapso económico,
sacrificando vidas para supuestamente salvar la economía, lo único que consigue al final es
sacrificar las vidas y sacrificar también la economía.