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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.

En mi último vídeo intento explicar que el liberalismo, como filosofía política que
promueve el respeto irrestricto a los proyectos de vida de las personas, se puede compatibilizar
en determinadas circunstancias y sometido a restricciones muy importantes con los denominados
estados de excepción, es decir, con la limitación temporal de algunas libertades de algunas
personas para proteger las libertades de terceros inocentes.
Si os interesa una argumentación más desarrollada sobre este punto, podéis acudir a este vídeo
que encontráis disponible en la pestaña de arriba.
Sin embargo, y a pesar de esta argumentación, que en todo caso podrá ser acertada o equivocada,
algunas personas siguen criticando a los liberales por supuestamente haber cambiado súbitamente
de opinión con respecto a su visión del Estado, con respecto al papel que le atribuyen al
Estado, de reclamar un Estado que no intervenga nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia,
a defender que el Estado puede tener un cierto papel a la hora de coordinar a los individuos
para impedir nuevos contagios, es decir, para impedir la conculcación de las libertades
de otras personas.
En principio, tampoco debería haber ningún problema, ningún inconveniente con que yo
fuera así los liberales y cualquier otra persona que sea honesta pueden perfectamente
cambiar de opinión si consideran que se han equivocado y que sus ideas no reflejan fielmente
la realidad.
En eso consiste el proceso científico en formular hipótesis, en observar cómo esas hipótesis
funcionan en el mundo real y en validar esas hipótesis o en refutarlas si observamos que
no se cumplen lo que se esperaba.
Por tanto, ya digo, en principio que los liberales cambiaran de opinión y ahora atribuyeran
un papel ligeramente superior al Estado en el caso de epidemias, tampoco debería ser
el fin del mundo para nadie.
Al contrario, lo que pondría a manifiesto es la honestidad intelectual de aquellos liberales
que son suficientemente flexibles y no dogmáticos para adaptarse al mundo real.
Ahora bien, lo que estos críticos quieren poner de manifiesto es que el liberalismo
en realidad no está constituido por un conjunto de principios firmes en los que los liberales
realmente crean sino por un conjunto de principios oportunistas, es decir, defiendo ciertas reglas
del juego cuando a mí me interesa y cuando súbitamente me deja de interesar propugno
propongo que esas reglas del juego cambien de nuevo en función de mi interés, en este
sentido, cambiar de opinión sobre la marcha y en función de los intereses particulares
de una persona, evidentemente si constituiría un auténtico misil en la línea de flotación
y a no del liberalismo, sino de cualquier otra filosofía política que se postule y
que se precie de ser o de aspirar a ser universal.
Ahora bien, ¿es verdad que el liberalismo ha cambiado de opinión a cuenta de esta
epidemia?
Es decir, ¿es verdad que el liberalismo jamás, bajo ninguna circunstancia, bajo ningún
contexto ha postulado que determinadas intervenciones estatales o intervenciones de otras instituciones
no estatales que reemplazarían en una sociedad anarquista al estado, ya digo, que esas intervenciones
estatales o no estatales son del todo incompatibles con el marco filosófico del liberalismo?
Bueno, permítanme leerles tres fragmentos de tres obras liberales que se escribieron
y publicaron antes de la situación actual y que por tanto no se pudieron ver influidos
por el contexto económico y social que hoy estamos viviendo.
En primer lugar, derecho, legislación y libertad de Friedrich Haye, que más en concreto,
el tercer volumen de esta obra, de este libro, el orden político de la sociedad libre, publicado
en el año 1979.
Nos vamos a la página 421 de la edición de Unión Editorial en el epígrafe La Seguridad
dentro del capítulo Sector Público y Sector Privado y podemos leer lo siguiente.
No es necesario tratar aquí con más amplitud la segunda función que el Gobierno debe cumplir
indiscutiblemente, incluso en un estado mínimo, la defensa contra los enemigos externos.
Junto con todo el campo de las relaciones internacionales debemos mencionarlo simplemente
para recordar cuán amplia es la esfera de las actividades del Gobierno no vinculadas
estrictamente por normas generales o incluso dirigidas eficazmente por una asamblea representativa
y en la cual se le dan al Ejecutivo unos poderes discrecionales de gran alcance.
Puede ser útil recordar que siempre ha sido el deseo de hacer que los gobiernos centrales
sean fuertes en sus relaciones con los demás estados, lo que ha llevado a confiarles tareas
cada vez más amplias que podrían desempeñar con mayor eficacia las autoridades locales
o regionales.
El peligro de guerra ha sido siempre la causa principal de la progresiva centralización
de los poderes del Gobierno, pero el peligro de enemigos externos y también de insurrecciones
internas no es el único que solo se puede evitar eficazmente con una organización dotada
de poderes coactivos.
Pocos pondrán en duda que solo esta organización puede ocuparse de las calamidades naturales
como huracanes, inundaciones, terremotos, epidemias, etc.
y adoptar medidas capaces de evitarlos o remediarlos.
Recordemos esto una vez más para poner de relieve otra razón por la que es importante
que el Gobierno controle los medios materiales y sea sustancialmente libre de usarlos discrecionalmente.
Por tanto, Hayek, en la que es probablemente su obra de filosofía política más importante
de derecho a legislación y libertad, en el libro tercero donde intenta acotar cuáles
son las funciones legítimas del Estado, pone claramente de relieve que la lucha contra
las epidemias es una de esas funciones, una de esas competencias.
No estoy diciendo que Hayek tenga necesariamente razón en lo que está postulando, no estoy
diciendo que todo el planteamiento que os he leído sea un planteamiento que yo considere
100% correcto, pero lo que sí estoy diciendo es que ya en el año 79 el que fuera uno de
los pensadores liberales más insignes del siglo XX, Friedrich Hayek, ponía a las epidemias
como un ejemplo de campo donde la intervención del Estado sí resultaba legítima.
De nuevo, no estoy diciendo que Hayek tuviera necesariamente razón, hay críticas que se
le pueden hacer, pero desde luego no cabe afirmar que los liberales hayan cambiado
súbitamente de opinión ante la pandemia que estamos viviendo.
Vamos ahora con otro libro, en este caso de mi autoría, una revolución liberal para
España del año 2013, si nos vamos al epílogo y más en concreto a la página 378, podemos
leer.
No existe ninguna presunción a favor de que una persona o grupo de personas coaccionen
a otra persona o a otro grupo de personas, insintivamente todos repudiamos que iniciar
la violencia contra otros seres humanos es algo malo que deberíamos intentar minimizar,
nosotros rechazamos el robo, el secuestro, el asesinato o la esclavitud como formas de
interacción social y nos opondríamos a padecerlas e incluso a que otros semejantes las padecieran.
En cierto modo, parecería que la presunción con la que natural e instintivamente operamos
es justo la contraria a la de aceptar la violencia, indubio prolibertate, a saber, cuando dudemos
maximicemos las esferas de libertad y minimicemos las de coacción.
Por supuesto, una presunción no es una certeza universal, que la violencia sea rechazable
en principio no significa que necesariamente deba serlo en todos y cada uno de los casos,
podría haber circunstancias donde no iniciar la violencia condujera al caos más absoluto
a la miseria y a la extinción del grupo humano.
Por ejemplo, si una sociedad fuera infectada por una pandemia que se extendiese rapidísimamente
y que acarreara una muy elevada mortandad, probablemente muchos considerarían aceptable
obligar aún mediante la fuerza a todos los individuos a vacunarse, pero incluso aquí
tenderíamos a reclamar que el problema se solventara con la mínima coacción necesaria
durante el mínimo tiempo imprescindible, dicho de otro modo, incluso cuando la iniciación
de la violencia pudiera quedar justificada, desde luego no cualquier nivel de violencia
quedaría justificado.
Vamos ahora con un tercer libro, también de mi autoría, de hecho el último libro que
he publicado sobre liberalismo, se llama Liberalismo los 10 principios del orden político liberal
del año 2019, si acudimos al décimo principio, el de la globalización, en la página 178
podemos leer lo siguiente.
Como ya hemos expuesto, los estados no son asociaciones voluntarias a las que sus miembros
les hayan autorizado a restringir sus libertades. Un club tiene derecho a limitar la membresía
solo a hombres, solo a mujeres, solo a cristianos, solo a ateos, solo a heterosexuales o solo
a homosexuales porque es una asociación voluntaria cuyas reglas han sido libremente
pactadas por sus creadores, pero un estado no es un club debido a que nadie le ha cedido
voluntariamente tal parcelada de su libertad y en consecuencia tiene tanta legitimidad
para prohibir la entrada de personas o de bienes extranjeros a su territorio como para
restringir la permanencia de católicos, homosexuales o arquitectos dentro de su territorio,
es decir, ninguna.
¿Acaso la única justificación que, excepcionalmente, si pueda invocar un estado para limitar esa
libre interacción y asociación entre personas de distintas comunidades políticas sería
la preservación de su orden público interno? Pues es la única competencia que, con el menor
quebrantamiento posible de los derechos individuales, está legitimado a administrar.
Por ejemplo, un estado podría legitimamente limitar la entrada de personas o mercancías
a su territorio si estas fueran portadoras de un virus altamente infeccioso o si se sospechará
que forman parte de un comando militar extranjero para invadir el país, o asimismo podría
condicionar la entrada y permanencia dentro del territorio del país a que una persona
dispusiera de un espacio privado en el que alojarse, es decir, a que esa persona no
necesite ocupar espacios públicos o privados que no tiene ningún derecho a ocupar, pero
en esos casos lo que hace el estado es modular el ejercicio de los derechos de algunos individuos
para evitar la conculcación de los derechos de otros individuos, lo que el estado no estaría
legitimado a hacer es, en cambio, anular arbitrariamente tales derechos.
De nuevo, no estoy diciendo que estas argumentaciones sean impecables o que no puedan ser criticadas
porque no contengan ningún error, perfectamente pueden tenerlo y perfectamente pueden ser
sometidas a refutación con mejores argumentaciones. Lo que sí estoy diciendo es que ya en 2013
y en 2019, antes, por supuesto, de que hubiese ningún síntoma, ningún amao de que la pandemia
actual iba a estallar por todo el planeta, los liberales, y en este caso, más en particular
yo, en dos obras, defendíamos que podía haber excepciones al principio general de
libertad, porque si ese principio general de libertad de unas personas se ejerce irresponsablemente,
es decir, si esas personas no se pueden hacer cargo de no contagiar a otros, en tal caso
puede estar justificado limitar temporalmente su libertad para no dañar a terceros inocentes.
Por tanto, más allá de si esta argumentación es correcta o no es correcta, es una argumentación
que se ha mantenido de manera más o menos coherente a lo largo del tiempo y no se puede
acusar a los liberales de haber mutado su argumentación oportunistamente en función
de las circunstancias. Básicamente, como dicen algunos que nos han entrado miedo ahora
y como nos han entrado miedo ahora, estamos dispuestos a renunciar a los principios que
normalmente hemos defendido. A contrario, incluso cuando no había ninguna previsión
de que esto pudiera llegar a suceder, ya planteábamos que las epidemias o las pandemias eran fenómenos
ante los que el Estado podía limitar temporalmente las libertades de unas personas para proteger
las libertades de terceros inocentes. En todo caso, démonos cuenta de que lo que sí han
hecho los liberales ha sido plantear siempre estas excepciones como algo excepcional. Es
decir, no se trata de dotar al Estado de nuevos poderes permanentes para controlar la libertad
de las personas, se trata de que excepcionalmente las libertades de unos se puedan limitar para
proteger las libertades de otros porque los unos no son capaces de ejercer responsablemente
su libertad en tanto no pueden evitar que otro se contagie. Aquellos que dicen que,
como los liberales estamos planteando ahora excepciones, estas excepciones habría que
plantearlas siempre en situaciones también de normalidad, que en ese contexto más normal
el Estado tuviera poderes similares a los que tiene ahora, lo que en realidad están
invocándose al establecimiento de una titanía. En situaciones normales, donde la libre interacción
de las personas se puede regular perfectamente con la presunción de libertad, es decir,
yo te respeto a cambio de que tú me respetes porque los dos podemos controlar si cada uno
respeta al otro, sería descabellado, sería liberticida, que el Estado se arrogará poderes
extraordinarios para hacer cenar esas libertades, es decir, sería del todo innecesario, injustificable,
liberticida, repito, que el Estado pretendiera establecer un estado de alarma cuando no hay
ninguna situación subyacente de alarma que lo justifique, sería del todo injustificable
que el Estado recluyera a las personas en su domicilio de manera permanente, aunque no
hubiese ningún motivo, motivo vinculado a la protección de las libertades de otras personas
que lo justifique. Por tanto, está muy bien que algunas personas pretendan formular críticas
contra el liberalismo, siempre es bueno que se critique a una filosofía política para
ver si resiste o no intelectualmente las críticas, pero en este caso concreto estaría mejor
que aquellos que formulan críticas de supuesta incoherencia del liberalismo se intentaran
informar antes sobre lo que el liberalismo en estos temas ha venido tradicionalmente
defendiendo. Aprovechemos la cuarentena para reflexionar, para pensar, para informarnos
sobre aquellos argumentos que queremos formular y en especial si esos argumentos son críticas
frente a otras personas o frente a otras ideologías, constatemos, cercibremonos de
que esas críticas están adecuadamente formuladas y de que no son consecuencia de nuestro propio
desconocimiento sobre lo que esas filosofías políticas o esas personas están realmente
defendiendo.