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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

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El Papa Francisco nos anima a combatir la pobreza mundial no multiplicando los panes y
los peces, sino dividiéndolos y subdividiéndolos.
¿Está en lo cierto el Papa Francisco cuando nos dice que hemos de dejar de crecer y hemos
de empezar a distribuir mejor lo que ya tenemos?
Analicémoslo.
Este domingo el Papa Francisco reinterpretó el episodio bíblico de la multiplicación
de los panes y de los peces para instarnos no tanto a querer multiplicar la riqueza que
tenemos a nuestra disposición sino más bien a compartir la riqueza que existe ahora mismo
en el mundo.
Escuchémoslo.
Nosotros tratamos de acumular y aumentar lo que tenemos, que Jesús en cambio pide dar,
disminuir.
Tengamos presente que uno puede compartir, puede dividir, puede redistribuir aquello
que previamente ha acumulado, sino acumulas si no tienes ningún excedente que puedas
entregar a los demás.
Por tanto, incluso desde una lógica redistributiva, para poder redistribuir primero hay que crear
aquello que se busca redistribuir.
Nos encanta añadir, nos gusta las adiciones, a Jesús le gustan las sustracciones, quitará
algo para dárselo a los demás.
Si siempre sustraemos y nunca añadimos, al final nos quedamos sin nada.
Por tanto, si a alguien le gusta sustraer, por necesidad le ha de gustar añadir, salvo
que el destino final sea quedarnos sin nada y, por tanto, sin capacidad para poder seguir
sustrayendo de aquello que hemos tenido que previamente acumular añadiendo.
Queremos multiplicar para nosotros, Jesús aprecia cuando dividimos con los otros, cuando
compartimos.
En esta frase el Papa Francisco parece establecer una disyuntiva entre acumular para nosotros
y compartir con los demás.
Si acumulamos para nosotros no podemos repartir, no podemos distribuir lo que tenemos con los
demás.
Sin embargo, dentro del sistema económico o capitalista, dentro del libre mercado,
uno solo puede acumular para sí mismo si previamente satisface las necesidades de los
demás.
Es más, uno se vuelve tanto más rico cuanto más ricos sean los demás.
El ciudadano medio en Suiza es mucho más rico que el ciudadano medio en Zimbabwe porque
en Suiza todos sus conciudadanos son mucho más ricos que en Zimbabwe.
Por tanto, para que uno sea más rico, necesariamente los demás sean de volver más ricos.
Es muy complicado y hasta cierto punto se vuelve imposible que uno se enriquezca de
manera continuada si sus conciudadanos se mantienen en la pobreza.
Es curioso que en los relatos de la multiplicación de los panes presentes en los evangelios,
no aparezca nunca el verbo multiplicar.
No.
Es más, los verbos utilizados son de signo opuesto, partir, dar, distribuir, no se usa
el verbo multiplicar.
No voy a entrar en interpretaciones teológicas sobre este fragmento de la Biblia porque desde
luego no es mi especialidad.
Si el Papa Francisco se hubiese limitado a interpretar teológicamente este fragmento
de la Biblia y no hubiese querido aplicarlo al mundo material, entonces no habría mucho
que decir, salvo acaso las interpretaciones tramposas que otros podrían hacer de las
palabras del Papa para promover su propia agenda política.
Pero como veremos a continuación, el Papa sí intenta aplicar esta interpretación,
que él efectúa de este fragmento de la Biblia a otros problemas cotidianos como acabar
con el hambre en el mundo.
Y si eso es así, hay que decir que esta interpretación que está haciendo es una
interpretación del todo inadecuada para la aplicación que él quiere hacer después
en los problemas de nuestro día a día.
Este porque si no multiplicamos la riqueza que tenemos a nuestra disposición, lo único
que nos resta es repartir la miseria actualmente existente.
Imaginemos por un momento que seguimos las recomendaciones del Papa y en lugar de centrarnos
en multiplicar la riqueza, nos contentamos con redistribuir la riqueza actualmente existente.
Cojamos el PIB mundial, es decir, el valor de todo lo que se produce en el conjunto del
planeta durante un año y distribuyamos ese PIB mundial equiproporcionalmente entre todos
los ciudadanos del planeta, de modo que nadie tenga más que otro.
En ese caso, el bienestar material de que disfrutaría cada uno de los ciudadanos del
planeta sería inferior al bienestar promedio del que hoy disfrutan países como Tailandia,
Boswana o República Dominicana.
Y es que la renta per cápita en el conjunto del planeta es ligeramente inferior a la renta
per cápita hoy en estos tres países, en Boswana, Tailandia o República Dominicana.
Se trata además de una renta per cápita que es menos de la mitad de la que a día
de hoy tiene España.
Si ya hay muchísimos españoles, una mayoría social, según nos repiten insistentemente
amplios sectores de la izquierda, que considera que hoy no vive adecuadamente que no llega
a fin de mes, que no tiene lo suficiente para cubrir necesidades que ellos consideran
indispensables y básicas, imaginemos si reducimos la renta de la mayoría de los españoles
a la mitad o a menos de la mitad.
Eso sería redistribuir la miseria que está proponiendo efectuar el Papa Francisco.
En lugar de seguir creciendo e incrementando las disponibilidades materiales de bienes,
sentémonos con el pauperismo y tengamos en cuenta, por supuesto, que si efectuáramos
la operación que acabo de describir, es decir, coger el PIB Mundial y distribuirlo
equiproporcionalmente entre todos los ciudadanos del planeta, el PIB Mundial se contraería
de manera muy acusada, aunque solo sea por los incentivos que perderían la mayor parte
de las personas para ser tan productivas como los Honoi.
Si yo voy a cobrar exactamente lo mismo, me esfuerce mucho o me esfuerce poco, evidentemente
caeremos en una tragedia de los comunes por la cual la mayoría de ciudadanos comenzarán
a esforzarse menos y por tanto la producción mundial caería.
Pero incluso aunque no sucediera eso, que evidentemente sucedería, redistribuir todo lo que produce
el mundo a día de hoy nos condenaría a unos niveles de bienestar material paupérrimos.
Por eso para poder saciar a los hombres no basta con distribuir, con repartir los panes
y los peces actualmente existentes, hay que seguir multiplicándolos y si en nuestro mundo
no los multiplica Dios, los tendrán que multiplicar los hombres cooperando productivamente dentro
del libre mercado.
El verdadero milagro, dice Jesús, no es la multiplicación que produce orgullo y poder,
sino la división, el compartir que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios.
Mucho me temo que los seres humanos no comen, no se alimentan, no prosperan únicamente
a través del amor, que no estoy diciendo que el amor no sea fundamental, pero desde
luego no es lo único importante, no es lo único fundamental en nuestro día a día.
Y si dividiendo e incrementamos el amor, pero nos quedamos sin alimentos y sin otros bienes
materiales, ni siquiera estamos asegurando las bases materiales de nuestra subsistencia.
Y si los hombres quedan saciados sobreviviendo al borde de la subsistencia, es que o bien
han rebajado muchísimo sus expectativas existenciales, es decir, prácticamente se convierten en
animales, sin mayores objetivos existenciales que sobrevivir y reproducirse mientras se
sobrevive, o bien es que efectivamente ha obrado algún milagro y produciéndolo básico
Dios multiplica lo materialmente disponible para el conjunto de los hombres.
Pero mientras este milagro no opere en nuestro día a día, más nos valdrá seguir esforzándonos
por multiplicar la riqueza actualmente existente.
Probemos también a nosotros a compartir más, probemos este camino que Jesús nos enseña.
Como ya he dicho, compartir más no es incompatible con multiplicar lo existente, podemos multiplicar
la riqueza actualmente disponible y compartir más en términos absolutos e incluso en términos
relativos de esa riqueza incrementada.
Por tanto, estamos de nuevo ante una falsa disyuntiva.
Es perfectamente comprensible desde valores católicos que se nos exhorte a compartir
más.
Lo que no es en absoluto comprensible es que se nos exhorte a producir menos.
Tampoco hoy la multiplicación de los bienes resuelve los problemas sin una justa distribución,
me viene a la mente la tragedia del hambre que afecta especialmente a los niños.
Como digo, si la interpretación de las escrituras hubiese quedado en el plano teológico sin
pretender aplicar esa interpretación, discutible en todo caso a la problemática real del mundo
material que nos rodea, entonces no habría sido necesario efectuar ninguna crítica a
las palabras del Papa Francisco, al menos no ninguna crítica desde un punto de vista
económico.
El problema, como vemos, es que el propio Papa da el salto a proponer recetas para
acabar con la pobreza en el mundo a partir de la interpretación, de nuevo, discutible
que ha hecho de las escrituras.
El mundo que el Papa está describiendo es un mundo maltusiano, que es un mundo maltusiano,
una economía de suma cero, si uno tiene más es porque otro tiene menos, y por tanto
para que los más pobres tengan más, los más ricos tienen que tener menos.
En el mundo maltusiano, siempre que aumentaba la población, disminuía el bienestar material
de las personas, porque lo que había se tenía que distribuir entre un mayor número de boca.
Al mismo tiempo, siempre que aumentaba el bienestar material, aumentaba la natalidad
y se reducía la mortalidad, y eso provocaba ese incremento de la población que a medio
largo plazo terminaba deteriorando los estándares de vida.
Es decir, en el mundo maltusiano existe una realimentación entre la producción material
y la población.
Más producción material es más población y más población es menos producción material
per cápita.
Y al revés, si en el mundo maltusiano ocurría algún tipo de catástrofe que reducía de
manera muy acusada la población, por ejemplo catástrofes naturales o plagas, como había
menos población, el bienestar material per cápita se incrementaba transitoriamente.
La misma producción material se distribuía entre un menor número de bocas.
Pero evidentemente, como esas pocas bocas pasaban a estar mejor alimentadas, se reproducía
el mecanismo anterior que hemos explicado, aumento de la natalidad, reducción de la
mortalidad, aumento de la población y, por tanto, nueva reducción de los estándares
materiales per cápita.
El mundo maltusiano era el mundo previo a la revolución industrial.
Antes de la revolución industrial, los estándares de vida estaban estancados desde hacía
siglos en todo el planeta.
Si se producía algún tímido progreso técnico, el pip per cápita aumentaba pero también
lo hacía la población y, por tanto, regresábamos al pip per cápita previo.
Es la revolución industrial la que permite un crecimiento económico continuado, una
multiplicación continuada de los panes y de los peces, y esa multiplicación de los estándares
materiales de vida es lo que permite escapar del mundo maltusiano.
Es lo que nos permite que, desde el siglo XVIII, la población global haya aumentado
de manera continuada como jamás lo había hecho antes en la historia y que, al mismo
tiempo, los estándares materiales per cápita del conjunto del planeta también hayan aumentado
de manera continuada como nunca antes lo habían hecho.
Durante más de dos siglos ha habido una desconexión entre población y estándares materiales
de vida.
Hay más gente en el mundo y se vive mejor en el mundo, no como en el mundo maltusiano,
donde si había más gente en el mundo, necesariamente se tenía que vivir peor en el mundo.
En la historia de la humanidad ha vivido tanta gente fuera de la pobreza extrema como la
que vive hoy, y eso ha sido posible gracias a que hemos escapado del mundo maltusiano,
gracias a que nos hemos dedicado a multiplicar los panes y los peces en lugar de meramente
redistribuir los pocos panes y peces que teníamos a nuestra disposición.
Por eso la aplicación económica que el Papa Francisco quiere hacer de su particular interpretación
de las escrituras es una aplicación tan terrible, porque si queremos acabar con la pobreza
en el mundo, debemos multiplicar los panes y los peces, no debemos contentarnos con redistribuir
los escasos panes y peces que existen hoy.
Si volvemos a ese mundo maltusiano, al que parece que quiere regresar el Papa Francisco,
sólo hay dos alternativas, o miles de millones de personas empeoran de manera muy significativa
su bienestar, o sobran varios miles de millones de personas en el mundo, porque el mundo
maltusiano es eso, o bienestar, o población, pero no podemos tener más bienestar y más
población a la vez.
Como supongo que el Papa Francisco no quiere que desaparezcan varios miles de millones
de personas de la faz de la tierra, entiendo que lo que está defendiendo es que los más
de 7000 millones de personas que pueblan hoy el planeta vivan muchísimo peor de lo que
viven actualmente, pero eso no es en absoluto necesario.
Si en lugar de limitarnos a dividir y subdividir los panes y los peces, seguimos multiplicándolos
como lo hemos venido haciendo durante los últimos 200 años, todos los que estamos hoy y los
que están por venir podrán vivir mucho mejor de lo que se vive hoy.
La economía no es necesariamente un juego de sumacero, si tenemos el marco institucional
adecuado para conseguir una cooperación productiva continuada enfocada en potenciar
el progreso técnico que nos permita multiplicar la disponibilidad material de bienes y servicios
a nuestro servicio, entonces todos podemos vivir mejor.
Estrangular este proceso voluntario de cooperación social enfocado hacia el progreso solo nos
conducirá hacia la pobreza generalizada.
El mensaje no puede ser que hemos de dejar de producir más panes y más peces para limitarnos
a compartir los que hay ahora mismo, el mensaje ha de ser que hemos de compartir, que hemos
de repartir, que hemos de distribuir los panes y los peces a través del proceso de cooperación
social que nos lleva a multiplicar esos panes y esos peces.