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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

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¿Debe tener un estudiante universitario el derecho a trabajar en aquello que ha estudiado?
Veámoslo.
Este pasado sábado, en La Sexta Explica, el programa sucesor en España de La Sexta
Noche, se produjo la siguiente controversia que ha tenido mucha reverberación en las
redes sociales.
Y soy una persona universitaria con un máster, estoy estudiando mi segundo máster, tengo
26 años.
Periodismo.
¿Has elegido una carrera que no tenías que haberla elegido?
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¡No!
¿You will find a more high professional workers than most qualified professionals?
Aparte, ¿qué estamos hablando?
¿Hay un rango de profesionales, vale más uno que otro?
Hay una demanda de trabajo para periodistas y hay otra para ingenieros, si fueras ingeniera
En primer lugar, sobre el tema que se está debatiendo de fondo, sobre si una persona,
por el hecho de estudiar periodismo, tiene derecho a trabajar como periodista. En cualquier tipo de
sociedad, no solo en las sociedades de mercado, sino en cualquier tipo de sociedad, bajo cualquier
clase de organización económica, es la producción, es la oferta la que tiene que adaptarse a la
demanda. Producimos socialmente, ya sea a través del mercado o fuera del mercado, pero producimos
socialmente para satisfacer las necesidades de las personas. Si los individuos no tienen necesidad de
un determinado bien o de un determinado servicio, no hay que producir ese bien o ese servicio. Y si
no tienen tanta necesidad por un determinado bien o por un determinado servicio, no hay que producir
tanta cantidad del mismo. Si fuera la demanda la que tuviese que adaptarse a la oferta,
eso significaría que las personas estarían obligadas a consumir aquello que unilateralmente
los productores deciden producir. Aunque ese algo que deciden los productores producir no sea
aquello que necesitan los ciudadanos. Por ejemplo, si mi afición es escribir haikus, pero nadie quiere
leer mis haikus, aquí hay dos opciones. La primera, que yo me dedique a hacer otras cosas que sí
necesitan el resto de personas. La otra opción, que yo obligue al resto de personas a leer mis
haikus y a que me entreguen lo que ellas producen a cambio de esos haikus. Y dejando de lado que
supondría un ataque a la libertad de terceros, el que yo les obligara a consumir lo que yo he
producido, démonos cuenta de que existe un problema más amplio. Si todos nos dedicamos
unilateralmente a producir aquello que a nosotros nos gusta producir con independencia de si el
resto de la sociedad lo necesita, al final todos producimos cosas que nadie quiere. Por tanto,
a cambio de mis haikus yo recibiré otras cosas que han producido otros pero que tampoco necesito,
porque esos otros tampoco tienen ninguna necesidad de producir aquello que yo necesito consumir. De
modo que si yo produzco lo que ellos no necesitan y ellos producen lo que yo no necesito,
¿para qué estamos trabajando todos? Pues bien, si aplicamos esta lógica elemental al debate que
hemos visualizado antes, si los españoles no necesitan, no desean consumir más servicios de
periodismo, si ya están saturados de información periodística y no quieren más periodistas,
entonces si una persona estudia periodismo solo podrá trabajar como periodista en dos supuestos.
El primero es que reemplace a alguno de los periodistas existentes. Puede que esa persona
que haya estudiado periodismo sea mejor periodista que alguno de los que actualmente está ejerciendo
la profesión. En ese caso, si ofrece mejores servicios de periodismo a la sociedad, la sociedad
tenderá a preferir los suyos a los del periodista que ya está ejerciendo pero que lo está haciendo
peor. Habrá un reemplazo de periodistas. Yo entro a cambio de que tú salgas. La otra posibilidad
en la que esa persona podría ejercer como periodista si la sociedad no quiere consumir
más servicios de periodismo es obligar a los ciudadanos a que consuman más periodismo de
más periodistas. Y eso puede hacerse de diversas formas. Por ejemplo, imponiendo un tributo a la
sociedad para subsidiar a aquel periodista cuyos servicios la sociedad no quiere consumir. Pero
a través del tributo les obligas a sufragar esos servicios aunque no los quieran. Y sí,
puede que subsidiar directamente a periodistas sea algo demasiado obsceno para que la sociedad
lo tolere. Pero hay formas más encubiertas de hacer esto mismo y que hoy en día se practican.
Por ejemplo, crear medios de comunicación públicos. Financiamos con impuestos esos
medios de comunicación públicos, inflamos las plantillas de los mismos y colocamos a
esos periodistas cuyos servicios la sociedad no quiere consumir, los colocamos en esos medios
de comunicación públicos que la sociedad está obligada a financiar. O a su vez regamos con
publicidad institucional los medios privados para que negocios que no son rentables se
mantengan a flote y por tanto esos negocios puedan mantener en plantilla a una cantidad
desproporcionada de periodistas. Eso ya se está haciendo hoy y si se hace en mayor medida la
sociedad española estará obligada a consumir más servicios de periodismo y por tanto más
periodistas podrán encontrar empleo aunque, repito una vez más, esa sociedad española no
necesite sus servicios. Pero eso, como ya decíamos, no deja de ser un ataque a la libertad de los
ciudadanos para determinar qué quieren consumir y qué no quieren consumir. Y si no atacamos la
libertad de los ciudadanos y esos ciudadanos no quieren consumir más servicios de periodismo,
entonces las personas que estudian periodismo deberían ser conscientes de que se exponen al
riesgo muy cierto de que cuando completen sus estudios la sociedad no quiera comprarles los
servicios de periodismo que están ofreciendo. Por ejemplo, si acudimos a la encuesta de inserción
laboral de titulados universitarios que elabora el INE cada 5 años, podremos encontrar algunas
estadísticas que todo estudiante de cualquier grado debería conocer antes de tomar la decisión
sobre qué quiere estudiar. Por ejemplo, ¿qué porcentaje de estudiantes universitarios que se
graduaron en periodismo o en ingeniería de telecomunicaciones están trabajando en el año
2019, es decir, 5 años después de completar sus estudios? Pues en el caso de periodismo el
87% está trabajando frente al 97,1% de ingeniería de telecomunicaciones. Es decir,
que un 13% de todos los que se graduaron en periodismo en el año 2013-2014 no están
trabajando en nada, no como periodistas, sino en nada en el año 2019. En cambio,
solo un 2,9% de los que se graduaron en ingeniería de telecomunicaciones no trabajaban en el año
2019. No solo eso, de todos los que están trabajando, ¿cuántos están trabajando en
un empleo que requiere un nivel de formación equivalente al que han alcanzado, es decir,
graduados universitarios? Pues el 7,8% de los graduados universitarios en periodismo en el
curso 2013-2014 que tenían empleo en el año 2019, el 7,5% está trabajando en un empleo que
requiere una formación profesional de grado medio o bachillerato, es decir, no un título universitario.
Y el 3,5% en empleos que requieren formación profesional básica y el 3,8% en puestos de
trabajo que solo necesitan de la ESO o de la EGB, es decir, de la educación obligatoria. En cambio,
con ingeniería de telecomunicaciones, solo un 2% de los que trabajan, y recordemos que trabajaba
el 97,1% de los que terminaron, solo un 2% de esos que tienen empleo está empleado en trabajos
que requieren formación profesional de grado medio o bachillerato, y únicamente el 0,4% en
formación profesional básica. Y nadie en empleos que meramente requieran la ESO o la EGB, es decir,
primaria y secundaria obligatoria. No solo eso, parece que el título universitario no es especialmente
útil para conseguir un empleo. Si les preguntamos a todos los graduados universitarios de periodismo,
que terminaron en el año 2013-2014 y de ingeniería de telecomunicaciones, si les ha
servido o no les ha servido el título para encontrar hasta el año 2019 en algún momento
empleo, la respuesta que obtenemos es la siguiente. El 33,6% de todos los graduados en periodismo en
el curso 2013-2014 que han conseguido un empleo en los 5 años posteriores a su graduación,
afirman que el título no les ha servido en absoluto para encontrar empleo. Es decir,
que si han trabajado no ha sido por tener esa titulación, frente a solo el 8,2% en ingeniería
de telecomunicaciones. Es decir, que el 92% de todos los ingenieros en telecomunicaciones que han
trabajado con posterioridad a graduarse consideran que han trabajado gracias a que tenían el título.
Pero no nos fijemos solo en la empleabilidad, sino también en las expectativas salariales.
El 46% de los graduados en ingeniería de telecomunicaciones curso 2013-2014 estaban
cobrando en el año 2019 un salario superior a los 2.000 euros mensuales. En cambio,
solo el 12,8% de los graduados en periodismo obtenían esta misma remuneración. Y en cambio,
el 67% de los graduados en periodismo estaba cobrando en 2019 menos de 1.500 euros mensuales,
frente a solo el 20,5% de los graduados en ingeniería de telecomunicaciones.
¿Qué estamos hablando, de que hay un rango de profesiones o vale más una que otra?
Cuidado, no se está diciendo que unas profesiones sean más intrínsecamente valiosas que otras. Se
está diciendo que en estos momentos la sociedad necesita más ingenieros de telecomunicaciones y
no necesita tantos periodistas. Es enteramente una valoración subjetiva de la sociedad,
del conjunto de personas que han de consumir o no consumir los servicios profesionales que
tú proporcionas. Que nos podrá parecer horrible que la sociedad tenga esas valoraciones subjetivas
específicas y no tenga otras. Bien, pero esa será una valoración subjetiva tuya. Querrías que al
resto de personas le interesara más el periodismo, pero el caso es que no lo hacen. Y por tanto,
si tú quieres recibir aquello que producen esas otras personas, tendrás que ofrecerles algo que
sí quieran consumir. Y si no lo haces, si entra en conflicto tu vocación profesional con las
necesidades, con los deseos, con los caprichos del resto de la sociedad, pues entonces deberás tomar
una decisión. Una decisión informada y responsable. Es decir, haciéndote cargo de las consecuencias que
implica tomar esa decisión. Si mi vocación profesional entra en conflicto con las necesidades,
con los deseos, con los caprichos del resto de la sociedad, sigo mi vocación profesional aunque
ello suponga una menor empleabilidad y un menor salario al que podré acceder a través del mercado,
que me lo van a tener que pagar esos otros que no quieren que me dedique a esto, o cambio de
profesión para tener más opciones de empleabilidad y acceder a mayores salarios. Esa es la decisión que
ha de tomar cada persona, insisto, con la mayor información posible sobre cuáles son las consecuencias
esperables de las decisiones que tome. Y esto no supone conculcar la libertad de nadie. En el
debate hay un momento en el que se escucha, eso no es liberalismo, es dirigismo. Cada persona es
libre de escoger su profesión, asumiendo, eso sí, las consecuencias de escogerla. Si tú escoges
una profesión que los demás no valoran, no puedes esperar que los demás te vayan a pagar
por esa profesión, salvo que queramos dirigir la vida de los demás obligándoles a pagarte aquello
que no te quieren pagar. El dirigismo sería obligar al resto de la sociedad a que demanden
más servicios de periodismo cuando no lo quieren hacer. Tú tomas tus decisiones profesionales y
los demás toman sus decisiones de consumo, cada uno en libertad y haciéndose cargo de las
consecuencias que ello implica. La libertad en sociedad no supone que yo les imponga a los demás
cómo quiero vivir mi vida. La libertad en sociedad consiste en que ni yo agreda a los demás para
imponerles a esos demás cómo quiero yo vivir mi vida, ni que ellos me agredan a mí para imponerme
por la fuerza cómo quieren ellos que yo viva mi vida. Cada uno tomamos las decisiones autonomamente
que consideramos pertinentes tomar y nos asociamos o no nos asociamos entre nosotros en función de
las decisiones que tomemos. Y precisamente por eso, vivir en sociedad suele implicar
ajustes recíprocos. Si yo quiero asociarme contigo, si yo quiero cooperar profesionalmente
contigo, pues a lo mejor tengo que renunciar en parte a mi vocación o, en cambio, renuncio
a cooperar profesionalmente contigo porque quiero continuar con mi vocación. Pero si tú no estás
obligado a cooperar profesionalmente conmigo, por ejemplo, consumir mis servicios profesionales,
pues entonces si yo persevero en una vocación profesional mía que no es aquella que tú deseas
consumir, tú no tienes ninguna obligación de asociarte conmigo, de consumir mis servicios.
Por eso la concepción de derecho que maneja el presentador también es tan problemática.
Debería tener las mismas garantías de encontrar un trabajo digno y las mismas condiciones dignas que
otras profesionales. Cada individuo tiene el mismo derecho que cualquier otro individuo a plantear
sus ofertas profesionales en el mercado. Pero ese derecho es un derecho negativo, es decir,
un derecho a que no me prohíban plantear esas ofertas profesionales en el mercado. No es un
derecho positivo. El derecho a que los demás me compren mis servicios profesionales. Porque si
los demás no necesitan más periodistas, pero sí más ingenieros de telecomunicaciones, el resto de
la sociedad comprará, preferentemente, ingenieros de telecomunicaciones y no periodistas. No debemos
obligar al resto de la sociedad a que demande cada servicio profesional de cualquier persona en la
misma medida que los servicios profesionales de cualquier otra persona. Porque, como decíamos,
esos servicios profesionales se tienen que ajustar a sus necesidades, y no al revés.
Y trasladarles a los jóvenes estudiantes este mensaje, tienes derecho a que estudies lo que
estudies, termines consiguiendo el mismo empleo con la misma remuneración que cualquier otra persona
haya estudiado lo que haya estudiado, es infantilizar a esos jóvenes estudiantes.
No es tratarlos como adultos maduros y responsables, es tratarlos como niños a
los que les sigues engañando con el cuento de Papá Noel. Es engañarles, prometiéndoles algo
que no va a suceder, es privarles de la información y del conocimiento y de la formación que deberían
adquirir antes de tomar una decisión tan delicada, tan crucial en el resto de sus vidas como qué
estudiar o qué no estudiar, y es terminar generándoles frustración una vez completen
sus estudios universitarios y vean que esto no es así y que sus planes vitales, conformados
con información engañosa, se ven completamente trastocados. De ahí que sea tan deplorable que
la única persona que tenía dos dedos de sentido común en este debate, Javier Díaz Jiménez,
el economista que recordaba que no todas las profesiones valen lo mismo y que no todas
las profesiones encuentran con igual probabilidad un empleo bien remunerado,
ese economista fuera unánimemente abucheado cuando decía algo de sentido común.
En lugar de decir públicamente en este medio de comunicación que el consejo que está dando
Javier Díaz Jiménez es el consejo que deberían aplicarse todos los jóvenes que ahora mismo han
de tomar la decisión sobre qué quieren estudiar en la universidad o qué no quieren estudiar en
la universidad, en lugar de poner esas declaraciones como ejemplo de lo que hay que hacer y las
decisiones vitales de esta graduada en periodismo, que se expone públicamente porque quiere,
como ejemplo de lo que no hay que hacer, estudiar aquello que te gusta sin informarte sobre las
opciones de empleabilidad o sobre los sueldos promedios que son esperables en esos estudios,
en lugar de hacer esto se hace lo contrario. Se promueve que los jóvenes sigan tomando
decisiones desinformadas sobre qué estudiar y se coloca al señor que está hablando desde
el sentido común, se lo coloca como el malo de la película, como aquel que está soltando una
burrada. Por tanto, se contribuye a mantener en el infantilismo a la población joven que ha de
tomar la decisión sobre qué estudiar en su futuro. Ahora bien, y por no cargar totalmente
las tintas contra aquellos jóvenes que escogen unos estudios universitarios que luego no son
demandados en el mercado, el sistema universitario español estatal también tiene una enorme
responsabilidad en esto, porque este sistema universitario estatal subsidia hasta el punto
de volver prácticamente gratuitos el coste de los estudios universitarios, aproximadamente el 90%
del coste de las titulaciones universitarias está soportado no por el estudiante, no por la familia
del estudiante, sino por el conjunto de contribuyentes. Y esto por tanto incentiva a que muchos de estos
jóvenes escojan estudios universitarios sin plantearse si aquello de lo que trabajarán
en el futuro cubre o no cubre los costes de adquirir esa formación universitaria. Pero no
sólo esto, como se subsidia a que los jóvenes escojan cualquier estudio universitario, sean
estudios universitarios útiles para el resto de la sociedad o no lo sean, las propias universidades,
que son burocracias estatales con un enorme interés por crecer, es decir, por incrementar la
plantilla, por ejemplo, de profesores universitarios, tampoco tienen ningún incentivo a adaptar su
oferta de títulos universitarios a la demanda profesional de las empresas en el mercado. El
sistema universitario público español les podría decir a los estudiantes, mirad, este año no voy
a sacar más de 500 plazas en el conjunto de universidades públicas españolas del grado
de periodismo porque consideramos que ahora mismo España no necesita más de 500 nuevos graduados
en periodismo. Por tanto, si ofrecemos más plazas de estudiantes de periodismo subsidiadas
por los contribuyentes, son estudios que desde nuestro punto de vista luego no van a ser
aprovechados en puestos de trabajo de periodistas. Por tanto, las 500 plazas gratuitas de estudios
de periodismo que vamos a sacar en el conjunto de universidades públicas españolas van a ir a parar
a los 500 estudiantes que las demanden con mejor nota. Y el resto, si quieren estudiar periodismo
por vocación, que se lo paguen, porque si no, el contribuyente está subsidiando el desempleo y el
supeempleo, abocando a los estudiantes a estudiar algo que sabemos que no tiene demanda social.
Pero claro, en las universidades públicas, por mucho que nos digan que persiguen el bien común,
obviamente persiguen su bienestar privado, el bienestar de la institución y el bienestar
de los burócratas que trabajan para la institución. Y es mucho más cómodo para cada universidad pública
sacar, por ejemplo, muchísimas plazas de periodismo o de cualquier otro grado.
Simplemente estoy ejemplificándolo con el periodismo porque es el caso que nos ocupa
en el extracto del debate que estamos comentando. Es mucho más cómodo para la universidad seguir
ofertando muchas plazas de periodismo que son pagadas por el conjunto de los contribuyentes,
porque así tienes a muchos profesores de periodismo colocados y esos profesores de
periodismo cuyo puesto de trabajo depende de que el Estado siga subsidiando estudios de periodismo
sin demanda social, esos profesores de periodismo tampoco quieren perder su empleo. Por tanto,
en lugar de reducir las plazas subsidiadas de periodismo o de otras titulaciones que no tengan
demanda social en el mercado para ajustarlas a esa demanda social en el mercado, las mantenemos
infladas a costa del contribuyente para a su vez mantener colocados a aquellos profesores que
dependen de esas plazas. Y esos profesores y el personal no docente de esas universidades públicas
hipertrofiadas siguen teniendo el incentivo a engañar a los estudiantes, a no decirles la
verdad, porque si se la dijeran y los estudiantes actuarán en consecuencia, ellos perderían su
empleo. En definitiva, todo el sistema es ahora mismo una perversión. Una perversión a costa del
contribuyente, pero también a costa de estos jóvenes a los cuales se les está destrozando
el futuro. Y se les está destrozando el futuro por engañarlos sobre los derechos que tienen o que
no tienen, por ocultarles la información sobre empleabilidad y sobre sueldos medios
esperables al concluir sus estudios universitarios y por abocarlos a estudiar algo que no tiene demanda
social simplemente para mantener infladas las burocracias universitarias. La perversión estatista
en funcionamiento que, en efecto, está corroyendo las bases de nuestra sociedad.