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¿Hermana, yo sí te creo? ¿O solo te creo cuando me conviene? Veámoslo.
Uno de los estandartes del activismo político del feminismo colectivista ha sido ese eslogan de
«Hermana, yo sí te creo». Es decir, que había que conceder presunción de veracidad a cualquier
acusación que presentara una mujer en contra de un hombre, simplemente porque la acusadora era una
mujer y el acusado era un hombre. Se trata de un eslogan que no solo socava la igualdad ante la
ley, porque es «Hermana, yo sí te creo», no «Hermano, yo sí te creo». De hecho, el «Hermana, yo sí te creo»
implica «Hermano, yo no te creo». Porque si hay dos versiones contradictorias, la de la hermana y la
del hermano, y creemos sí o sí a la de la hermana, descreemos la del hermano. No solo es que socave
la igualdad ante la ley, sino que hace saltar por los aires todos los presupuestos garantistas del
procedimiento penal. Y es que el procedimiento penal es garantista porque sólo acepta condenas más
allá de toda duda razonable. Se parte de la presunción de inocencia y sólo si se acumulan
pruebas más que suficientes para tumbar esa presunción de inocencia, la persona sospechosa,
la persona acusada de haber cometido un delito, es finalmente condenada. Pero si no se acumulan
pruebas suficientes para declarar a alguien culpable más allá de toda duda razonable, prevalece la
presunción de inocencia. Y claro, el «Hermana, yo sí te creo» presupone partir de la presunción de
culpabilidad. De entrada, creo a la parte acusadora si la parte acusadora es mujer. Y por tanto, lo que
tiene que hacer la parte acusada es demostrar que no es culpable. Porque a la parte acusadora, por ser
mujer, hay que creerla. Y en el éxtasis del desquicie, ha habido feministas colectivistas que
han llegado a acusar a aquellos que con razón rechazaban este eslogan de «Hermana, yo sí te creo»,
han llegado a acusar a las personas que rechazan ese eslogan de connivencia con la violencia contra
las mujeres. Porque claro, si uno no acepta que a cualquier mujer que diga haber sido víctima de
violencia hay que creerla por el hecho de ser mujer, parecería que estás amparando la violencia
potencial contra las mujeres. En realidad, sin embargo, ninguno de los defensores del eslogan
«Hermana, yo sí te creo» estarían dispuestos a defender la textualidad de ese eslogan si se
dirigiera en contra de ellos o en contra de los suyos. Si alguien que reza «Hermana, yo sí te creo» es
acusado arbitrariamente de violencia contra una mujer, obviamente esa persona no querría que el
sistema judicial de un país creyera las acusaciones arbitrarias de esa mujer en contra de él simplemente
por el hecho de ser mujer. En ese caso es evidente que reivindicaría, bien reivindicado, su derecho a
la presunción de inocencia. Pero claro, en ese caso caemos en la doblez moral. A mí aplícame unos
principios, la presunción de inocencia, y a todos los demás, que no soy yo o que no son los míos,
aplícales, porque me conviene ideológicamente defenderlo así, aplícales la presunción de
culpabilidad. Pues bien, esta flagrante hipocresía moral la estamos visualizando en estos momentos
con absoluta claridad en muchos sectores del peronismo argentino. Como es bien sabido,
Fabiola Yáñez, expareja de Alberto Fernández, expresidente peronista de la República Argentina,
acaba de acusarlo de violencia doméstica, de haberla agredido violentamente durante años. Y
eso, obviamente, ha generado una conmoción dentro del movimiento peronista nacional. Los ha habido que
le han dado la espalda a Alberto Fernández, después de haberlo apoyado y de haberlo encumbrado
a la presidencia del Partido Justicialista y a la presidencia de la República Argentina. Y hay
otros que, en cambio, están cuestionando la versión de Fabiola Yáñez, que en esencia están
sugiriendo que la expareja de Alberto Fernández se lo está inventando todo. Y cuidado, es muy legítimo
cuestionar la versión de la parte acusadora, en este caso, de Fabiola Yáñez. Es decir, es muy
legítimo defender la presunción de inocencia de Alberto Fernández. Lo que ocurre es que esa práctica
casa muy mal con el discurso tradicional de estas mismas personas sobre hermana yo sí te creo. Aquí
más bien ocurre que, hermana, no me da la gana de creerte porque estás acusando a alguien que me
cae bien. Y por ello resulta especialmente ilustrativo escuchar cómo las personas que
están cuestionando la versión de Fabiola Yáñez y que históricamente han defendido el eslogan de
hermana yo sí te creo, tratan de compatibilizar estos dos postulados antagónicos. Este ha sido el
caso de la periodista y jurista de izquierdas en Argentina, Julia Mengolini. Escuchémosla.
Digo, la palabra de Fabiola vale, bueno, también vale poco, digámoslo. Ustedes escucharon la
entrevista, después vamos a escuchar algunos recortes, ¿no? Yo no voy a ser políticamente
correcta ni en extremo cuidadosa con este asunto y voy a de verdad decir lo que creo
sobre esto. Creo que tengo suficiente espalda para hacerlo porque tengo una trayectoria que
me sostiene, ¿no? Cuando nosotros decimos yo te creo, hermana, eso es un recurso retórico
y político, es un principio general para decir, miren, durante siglos a las mujeres no nos
creyeron, nunca ni nos escucharon, entonces nosotras en principio vamos a empezar a escuchar
a las mujeres cuando denuncian violencia. Perfecto. Esto no es literal. Esto no quiere decir que
cualquiera llega y dice, a mí me pasó tal cosa, entonces yo le creo, no, no, no, yo te voy a escuchar
y vos vas a tener que probar lo que estás diciendo.
Un recurso retórico y político. Vamos, que el eslogan de hermana, yo si te creo, era
propaganda política, era activismo político. Quizá propaganda política bien intencionada,
pero propaganda política. Y si eso era así, ¿por qué se demonizaba tanto a todas aquellas
personas que, en general, rechazaban este eslogan por socavar la igualdad moral de las personas,
y que, en particular, en algunos procedimientos penales concretos, cuestionaban la versión de
la mujer o, al menos, defendían, dentro de ese procedimiento penal concreto, la presunción de
inocencia de la parte acusada? Si al final lo único que se pretendía era que alguien escuchara a las
mujeres, por ejemplo, los tribunales dentro de un procedimiento penal, y que, por supuesto,
si una mujer acusaba de algo a un hombre, la mujer tuviese que demostrar su acusación,
¿por qué, cuando dentro de un procedimiento penal se reivindicaban esos mismos principios
constitutivos, los que vociferaban, hermana, yo si te creo, demonizaban, denostaban, marginaban,
a quienes únicamente recordaban que la palabra de la parte acusadora no bastaba en absoluto?
Más bien parece que lo que suceda sea otra cosa, que como el eslogan, hermana, yo si te creo,
era puro activismo político, la defensa política de ese eslogan estaba subordinada a lo útil,
a lo funcional, a lo instrumental que resultara para el movimiento político que lo estaba propugnando.
Es decir, hermana, yo si te creo, siempre y cuando creerte le sea útil, le sea funcional a la izquierda
o al feminismo colectivista. Si el hecho de creerte hermana daña a la izquierda o al feminismo
colectivista, entonces, hermana, no te creo. Lo cual, en última instancia, lo que hace es destapar al
feminismo colectivista como un movimiento político obsesionado por conquistar el poder. No por defender
a las mujeres, sino por instrumentar su discurso a favor de las mujeres para conquistar el poder.
Porque cuando la conquista del poder entra en contradicción con la defensa de mujeres en particular,
lo que prevalece es la conquista del poder. Y por eso hay que denunciar este tipo de discursos y de
ideologías como lo que son. Ataques de raíz en contra de la libertad individual para saciar el
hambre de poder de todos aquellos que consiguen apropiarse en su propio beneficio de este tipo
de discursos antiliberales y colectivistas.