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El gobierno estadounidense de Joe Biden se ha mostrado a favor de suspender temporalmente
las patentes de las vacunas contra el coronavirus para conseguir incrementar la producción global
de estos fármacos y acelerar la lucha contra la pandemia.
¿Es esta medida una buena idea?
¿Realmente va a acelerar la producción de vacunas y, por tanto, nos va a conducir más
rápidamente al fin de la pandemia?
Bueno, empecemos constatando que sí hay un problema en el ritmo de producción de vacunas.
No se están produciendo vacunas lo suficientemente rápido en el conjunto del planeta, y no tanto
para vacunar a la población occidental, cuyo ritmo es moderadamente aceptable.
Ojalá fuera más rápido, claro, pero en todo caso no es desesperadamente lento como
sí sucede en el caso del tercer mundo.
¿Y por qué es preocupante que el ritmo de vacunación en el tercer mundo vaya tan sumamente
lento?
No solo, obviamente, porque cuanto más se ralentice el ritmo de vacunación del tercer mundo mayor
terminará siendo la mortalidad en el tercer mundo, sino también porque cuanto más retrasemos
la inmunidad de la población frente al virus, más probabilidades hay de que el virus termine
mutando y termine adquiriendo resistencia frente a las vacunas que tenemos a día de hoy a
nuestra disposición.
Por tanto, podríamos decir que es del interés egoísta de Occidente acelerar la vacunación
en el tercer mundo para evitar la emergencia de nuevas variantes más resistentes del virus.
Ahora bien, para acelerar el ritmo de vacunación en el tercer mundo, el camino es suspender
las patentes.
Bueno, de nuevo aquí empecemos constatando que hay muchos liberales entre los que me
incluyo que tienen una visión bastante negativa de las patentes y que consideran que las patentes
en términos generales, al menos el nivel de protección que actualmente se otorga a través
de las patentes, no fomentan la innovación, sino que más bien la ralentiza.
Es decir, lo que voy a exponer a continuación no lo expongo desde una posición propatentes,
sino más bien desde una posición antipatentes.
Pero incluso desde una posición antipatentes hay que reconocer que ahora mismo el problema
que está restringiendo la producción de vacunas, el cuello de botella global a la producción
en gran escala de estos fármacos, no son las patentes.
¿Y por qué no son las patentes?
Pues por varios motivos.
En primer lugar, que una farmacéutica posea una patente sobre un determinado medicamento
no implica que otras farmacéuticas no puedan producir ese medicamento, justamente para
que esto sea posible, existen las licencias de uso de las patentes.
Y las farmacéuticas están ahora mismo otorgando licencias de uso a otras farmacéuticas tanto
porque son conscientes de la necesidad de acelerar la producción global de vacunas,
tanto porque al licenciar el uso de las patentes, esas farmacéuticas también están ganando
dinero.
Es decir, que hay un interés, si lo queremos, humanitario y también crematístico para
acelerar la licencia de uso sobre las patentes.
Por ejemplo, la farmacéutica española Redgeofre producirá la vacuna de Janssen en su planta
de Barcelona.
Y esto es solo un ejemplo anécdótico de las decenas que podríamos encontrar de farmacéuticas
licenciando el uso de sus patentes a otras farmacéuticas para que aceleren la producción
de vacunas.
En segundo lugar, la transferencia de conocimiento no es algo tan sencillo que se produzca meramente
liberando o suspendiendo una patente.
En la producción de un medicamento más allá de la fórmula patentada, existe mucho know-how
que no es explícito, que no está articulado, que no es fácilmente transmisible a otras
farmacéuticas y que es en suma conocimiento privativo de aquella farmacéutica que ha desarrollado
originalmente el medicamento.
Y, por tanto, liberar las patentes sin que las farmacéuticas, que son las propietarias
de las patentes suspendidas, no colaboren activamente en enseñar, en instruir a las otras farmacéuticas
en cada uno de los pasos que han de seguir detalladamente para producir los medicamentos
no va a servir de gran cosa.
Esto es especialmente cierto en el caso de las nuevas vacunas de la nueva tecnología
de ARN Mensajero, que es muy difícil de manejar por otras farmacéuticas distintas
de Pfizer o Moderna, precisamente porque es una tecnología novedosa que a duras penas
ha conseguido ser desarrollada por Pfizer y Moderna, y, por tanto, las otras farmacéuticas
no tienen todavía el know-how incorporado sobre cómo desarrollar, sobre cómo producir
en sus plantas estas vacunas.
Pero también es cierto con respecto a las vacunas más tradicionales, como la de Janssen,
AstraZeneca o Sputnik.
El proceso de fabricación es muy complicado y requiere, insisto, de la supervisión de
las farmacéuticas que originalmente desarrollaron las vacunas.
Por ejemplo, hace unas semanas nos enteramos de que una planta de Baltimore de la farmacéutica
Emergen BioSolutions, farmacéutica que puede producir la vacuna de Janssen o de AstraZeneca,
que estas compañías le han licenciado el uso de la patente, mezcló mal los ingredientes
de la vacuna de Janssen y echó a perder 62 millones de dosis de este fármaco.
Por consiguiente, si esto sucede con la supervisión, con la instrucción de las farmacéuticas
que son propietarios de las patentes y que poseen el know-how específico sobre su medicamento,
quínemonos que no sucederá si esas farmacéuticas no instruyen a cada planta que quiera producir
la vacuna sobre cuáles son todos sus pasos a seguir y, evidentemente, si se suspenden
las vacunas, estas farmacéuticas no querrán co-operar de buena fe con aquellos laboratorios
que quieran reproducir sus vacunas sin su consentimiento.
En tercer lugar, aún cuando los problemas anteriores no existieran, aún cuando no fuera
muy complicado, técnicamente, producir estas vacunas y no hubiese un problema de conocimiento
implicado, lo cierto es que ahora mismo el principal cuello de botella para escalar la
producción mundial de vacunas no son, como decía las patentes, sino la falta de componentes,
la falta de materias primas, la falta de materiales para producir las mismas vacunas.
Esto es, de nuevo, especialmente cierto en el caso de las vacunas de ARN mensajero, porque
estas vacunas hay que producirlas en plantas especiales y hay muy pocas fábricas en el
mundo que sean capaces de producirlas, de hecho, esas fábricas especiales han tenido
que ser construidas desde cero por Pfizer y Moderna.
Ahora mismo no hay capacidad ociosa en el conjunto del planeta de plantas de fábricas
que sean capaces de fabricar vacunas de ARN mensajero.
Por consiguiente, aunque liberáramos las patentes, aunque el conocimiento para producir estas
vacunas fuera muy fácil de aprender, aún así no habría fábricas suficientes para
producir hoy más vacunas de ARN mensajero.
Pero no pensemos que el único cuello de botella está en las vacunas de ARN mensajero.
También en las vacunas más tradicionales de adenovirus, por ejemplo la de AstraZeneca,
la de Novabax, la de Johnson, la de Sputnik, hay cuellos de botella importantísimos ahora
mismo.
Para fabricar estas vacunas se necesitan bioreactores y hay bioreactores que son muy complicados
de conseguir.
Hay bioreactores que son muy escasos si que es muy complicado incrementar la producción
de esos bioreactores en el corto plazo.
Por ejemplo, la vacuna de Novabax necesita de corteza de un árbol chileno milenario
y evidentemente la cantidad de árboles milenarios chilenos que hay disponibles ahora mismo
pues está limitada.
Por tanto, aunque liberáramos la patente de Novabax, no se podría escalar su producción
mucho más de lo que ya se va a hacer el cuello de botella en ese caso está en la corteza
del árbol milenario chileno, pero es que además existen cuellos de botella en factores
productivos tan aparentemente triviales como las grandes bolsas de plástico en las que
se tienen que mezclar los ingredientes para fabricar las vacunas.
Ahora mismo no hay suficientes bolsas de plástico grandes como para producir las vacunas.
Este es un cuello de botella más serio, más urgente de remediar en el corto plazo que liberar
unas patentes que, insisto, no están contingentando la producción de vacunas porque las farmacéuticas
ya están otorgando licencias de uso a aquellas plantas que tienen capacidad para producirlas.
Para escalar la producción de vacunas, lo que necesitamos es invertir muchísimo más
en incrementar la oferta de inputs, la disponibilidad de materiales, de componentes, de bioreactores,
de plantas especializadas en fabricar vacunas de ARNM mensajero para así aumentar nuestra
capacidad real de crear esas vacunas.
No la capacidad nominal diciendo que, como las vacunas ya están liberadas, entonces
cualquiera puede producir en un laboratorio de su casa esas vacunas.
Eso es totalmente falaz.
Ni siquiera grandes farmacéuticas, como ya hemos explicado, tienen ahora mismo capacidad
de producirlas aún cuando las patentes estén liberadas.
¿Y cómo se promueve la inversión en incrementar la capacidad de producción de los inputs
necesarios para fabricar vacunas?
Pues solo hay dos formas, o inversión privada o inversión pública.
Para que la inversión privada se acelere, es necesario generar incentivos efectivos para
esa inversión.
Por ejemplo, si se pagara más por las vacunas, evidentemente las farmacéuticas tendrían
más incentivos para acelerar la inversión en incrementar la capacidad instalada para
producir esas vacunas.
Pero si empezamos suspendiendo las patentes, de tal manera que los precios de los medicamentos
se puedan desplomar en cuanto empiece a haber algunas fábricas, algunas plantas que tengan
esa capacidad de producir vacunas, el incentivo para invertir masivamente en esas nuevas plantas
en el corto plazo no se va a dar.
En el largo plazo sí, porque la producción de vacunas seguirá siendo rentable y por
tanto será rentable aumentar, escalar la capacidad de producción.
Pero lo que nos interesa es que se acelere ahora mismo, no dentro de dos, de tres, de
cuatro o de cinco años, sino en el muy corto plazo.
Y dinero es tiempo, cuanta mayor es la rentabilidad de producir un bien, más se acelera la inversión
en incrementar la capacidad de producción de ese bien.
Más dinero, más recursos afluyen a incrementar, a aumentar la oferta de ese bien.
La otra alternativa, por supuesto, es incrementar la inversión pública en crear nuevas plantas
especializadas para fabricar ARN mensajero, en encontrar sustitutivos de algunos bioreactores
especialmente escasos como la corteza del árbol milenario chileno, en incrementar la
capacidad instalada para producir grandes bolsas de plástico, etcétera, etcétera.
Esas políticas públicas, que nos podrían gustar más o menos desde una perspectiva
liberal, pero al menos tendrían sentido para conseguir el objetivo que se nos ha dicho
que se busca, que es escalar la producción de vacunas.
Suspender las patentes no sirve ahora mismo para nada de eso, más bien puede ser un obstáculo
efectivo a acelerar la producción masiva de vacunas.
Sin embargo, a nuestros políticos les encantan los golpes de efectos, sacarse conejos de
la chistera, que aparentemente proporcionan soluciones a problemas reales, cuando en
realidad lo que pueden estar haciendo es agravar esos problemas reales, lo que buscan
es el espectáculo aparentar que hacen para que la gente se quede tranquila creyendo
que están en buenas manos, que están en una buena dirección.
Y esa política basada en fuegos artificiales, desde luego, también ha contagiado a la Administración
Biden.
Suspender las patentes sobre las vacunas de coronavirus podrá parecer un movimiento muy
audaz y tremendamente valiente por parte de la Administración Demócrata.
En realidad, y por desgracia, es un movimiento que solo va a entorpecer la inversión presente
para escalar la producción de vacunas, así como la inversión futura en desarrollar nuevas
vacunas que nos puedan proteger frente a potenciales nuevas variantes del coronavirus,
y la propaganda de las buenas intenciones antes que el rigor en las políticas públicas.
Gracias por ver este vídeo, nos vemos en el próximo vídeo, ¡hasta la próxima!