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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.

Esta semana, después de que su partido instara el hostigamiento de determinados periodistas
y medios de comunicación que han sido críticos con la actuación de Podemos,
el vicepresidente segundo del gobierno, Pablo Iglesias,
formuló las siguientes declaraciones.
Pero creo que hay que naturalizar que en una democracia avanzada,
cualquiera que tenga una presencia pública y cualquiera que tenga responsabilidades
en una empresa de comunicación o en la política,
pues lógicamente está sometido tanto a la crítica como al insulto en las redes sociales.
Pablo Iglesias pues considera que en una sociedad democrática el insulto ha de ser algo normal,
algo que ha de estar al orden del día y que por tanto no debemos condenar ni debemos repudiar.
Básicamente la sociedad democrática sería consustancial a una sociedad basada en el insulto al disidente,
en el insulto a aquel con el que discrepas.
Y desde luego yo soy de los que opina que la libertad de expresión en última instancia es la libertad de ofender a otros,
porque defender la libertad de expresión de aquellas personas que opinan exactamente igual que tú
no tiene ningún valor.
Una sociedad libre es una sociedad donde incluso aquellos que expresan opiniones minoritarias
opiniones que ofenden a muchísima gente son libres de poder expresarlas.
Tienen el derecho de que las mayorías que no coinciden con ellas,
las mayorías que incluso detestan sus opiniones, no los acayen, no los tensuren.
Por consiguiente es verdad que la libertad de expresión, una concepción reforzada de la libertad de expresión,
ampararía el insulto, ampararía que podamos ofender a otros, que podamos calificar a otros,
de maneras en las que esos otros consideren ofensivas.
Por consiguiente uno podría decir, en la línea argumental de iglesias,
que una sociedad liberal es una sociedad que tiene que convivir con el insulto,
lo cual parecería algo muy parecido a lo que está afirmando Pablo Iglesias.
Pero que sea parecido no significa que sea idéntico.
Una cosa es que el insulto en un régimen de libertades donde se protege al que habla, diga lo que diga,
vaya a ser un resultado inexorable de ese régimen de libertades,
porque si cada cual puede decir lo que quiere, habrá gente que utilice ese derecho para insultar a otros,
una cosa es, por tanto, que la sociedad liberal tenga que convivir como un mal inexorable con el insulto,
y otra muy distinta que debamos dar carta de naturaleza,
que debamos amparar moralmente, que debamos incluso promover el insulto hacia otros.
Y esto último es justamente lo que está diciendo Pablo Iglesias,
que debemos desdramatizar el insulto, que no debemos darle importancia,
sino que incluso debemos ver con buenos ojos el que cuando una persona expresa una opinión
que no agrada a otras personas, esas otras personas se organizen para hostigar,
para insultar, para intentar amedrentar a la persona que, como digo, está expresando unas opiniones que no agradan a los demás.
Y sí, es verdad que la libertad de expresión no es una libertad exenta de responsabilidades,
quien se expresa con libertad, quien hace uso de su derecho a poder decir lo que le dé la gana,
tiene que ser consecuente y asumir que pueda haber otras personas
a las que les desagrade lo que ha dicho y que a partir de ese momento intenten marginarlo, intenten evitarlo,
o incluso le reprendan, le respondan, le critiquen, o incluso, como digo, le insulten,
tal como ha sugerido Pablo Iglesias que debemos naturalizar qué ocurra.
Es decir, que si Vicente Valles dice algo que no les agrada a los de Podemos,
debemos naturalizar, debemos ver con buenos ojos
que los de Podemos se organizen para insultar a Vicente Valles,
porque la libertad de expresión de Vicente Valles no significa que los de Podemos pierdan su libertad de expresión
para decirle a Vicente Valles lo que les parezca oportuno, en este caso, que lo hostiguen a través de insultos.
Sin embargo, insisto, hay una diferencia fundamental entre qué la sociedad liberal,
dentro del respeto inatacable a la libertad de expresión de cabida o de posibilidad al insulto,
y otra muy distinta que todos los demás debemos ver con buenos ojos,
el que se insulte a una persona por el mero hecho de haber expresado unas opiniones heterodoxas,
por el mero hecho de haber expresado su propio punto de vista,
que las reglas de una sociedad permitan hacer algo,
no significa que todos los demás debemos aprobar moralmente el que se haga ese algo,
que las reglas de una sociedad permitan insultar a alguien,
no significa que los demás debemos aplaudir el que se insulte sistemáticamente a alguien.
Y desde luego no deberíamos obviar que aunque una sociedad liberal permita el insulto,
una sociedad liberal donde se insulte sistemáticamente a todo aquel que expresa verdades
que le resulten incómodas a determinados grupos mayoritarios de población,
será una sociedad liberal donde tenderá a imperar la ley no escrita del silencio,
porque al final si yo soy libre de expresar mis ideas, de expresar mis opiniones,
pero esa expresión de ideas u opiniones lleva aparejada una reprimenda social legítima dentro de la ley,
pero una reprimenda social que encarece muy sustancialmente el coste personal de expresar opiniones,
yo tenderé a no expresar opiniones. E insisto, no estoy cuestionando que los demás tengan derecho
a insultarme, a repudiarme, a criticarme por el hecho de que yo haya expresado una opinión
que no les guste. Su libertad de expresión también alcanza el que me puedan insultar,
criticar o repudiar por el hecho de mostrar desagrado hacia mis opiniones. Lo que estoy
diciendo es que una sociedad donde los individuos utilicen sus libertades para intentar silenciar,
para intentar acallar, para intentar hostigar a aquellas personas que expresan opiniones que
se salen del guión oficial, es una sociedad intolerante donde no va a haber intercambio
de ideas, donde no va a haber intercambio de opiniones, porque expresar ideas u opiniones
tiene un coste social asociado muy alto, y por tanto va a ser una sociedad decadente,
una sociedad donde no va a haber progreso ideológico, donde no va a haber progreso científico,
porque la base del progreso científico ideológico es el debate, y si ese debate está asesinado
de base, porque hay agrupaciones mayoritarias de personas que intentan bloquear el que otros
puedan cuestionar su estatu quo ideológico, entonces lo que va a suceder es que la mayoría
de la población se va a enrocar en sus prejuicios y no va a tolerar que otros falsen, que otros
los muevan de sus prejuicios, y eso, insisto, es una sociedad decadente y una sociedad,
por supuesto, intolerante. Y el que una sociedad liberal pueda de generar en una sociedad oscurantista,
en una sociedad donde las mayorías sociales no permiten que haya opiniones heterodoxas
o opiniones dissidentes, porque rápidamente cuando aparece una de esas opiniones heterodoxas
o dissidentes le cortan socialmente la cabeza, no es que conculquen su derecho a expresarse
libremente, pero le imponen socialmente castigos que llevan a que una persona practique la censura
previa, a evitar expresar opiniones que incomoden a otros por las consecuencias negativas esperadas
que los otros no puedan imponer sobre mí. Pues bien, el que una sociedad liberal pueda
de generar en una sociedad oscurantista es un peligro del que debemos ser muy conscientes,
no para censurar la libertad de expresión de los que insultan, sino para hacer un llamamiento
hacia la tolerancia y hacia la concordia, un llamamiento que no lo hemos escuchado del
vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, al contrario, lo que ha dicho Pablo Iglesias
es que hay que naturalizar el insulto, que insultar incluso forma parte del diálogo democrático
al que tenemos que acostumbrarnos, pero sí lo hemos escuchado esta misma semana, por
suerte, desde Estados Unidos. En Estados Unidos, 150 personas de un perfil ideológico
muy variado, desde la extrema izquierda hasta el liberalismo, encontramos nombres como
Noam Chonsky, Francis Fukuyama, Jonathan Hyde, Gary Gasparov, Derdre Maklowski, Stephen
Pinker, J.K. Rowling, Shalman Rassdie o Michael Walzer han suscrito una carta para la revista
Harpers, donde hacen ese llamamiento a ensanchar las fronteras de lo socialmente tolerable.
No es que estén defendiendo una reforma de la legislación para ampliar lo que está
legalmente permitido decir. En Estados Unidos se puede decir legalmente lo que uno quiera.
Lo que están reclamando es que los guardianes de las esencias progresistas no se confabulen,
no se coordinen para intentar cortarle socialmente la cabeza a aquellas personas que expresan
ideas, opiniones o que se comportan en maneras que no entran dentro del canon del guerrero
de la justicia social. Lo que están diciendo es, señores progresistas, por el hecho de
que escuchen a una persona a decir algo que no les gusta, no tienen acto seguido que fomentar
un boycott contra esa persona ni tienen por qué reclamarle a su empleador que lo despida
y reclamarle a otros potenciales empleadores que no lo contraten para hacerle la vida absolutamente
imposible a esa persona que ha expresado opiniones que a ustedes no les gustan. Puede que ustedes
estén en su derecho, puede que ustedes tengan plena libertad a hacer todo eso, pero que
tengan la libertad de hacerlo no significa que deban hacerlo, no significa que está moralmente
bien hacerlo, no significa que hacer eso sea beneficioso para el conjunto de la sociedad.
Porque como digo, una sociedad abiertamente intolerante hacia toda discrepancia con respecto
a las ideas mayoritarias que pueblan en esa sociedad es una sociedad condenada a la decadencia,
es una sociedad condenada al oscurantismo. Creo que no puede expresar lo mejor que los
propios autores de la carta en la revista Harper's y por eso os voy a leer el párrafo que creo
que es clave en su exposición. Dicen los autores de esta carta. El libre intercambio
de información e ideas constituye el alma de una sociedad libre, pero cada día se
va viendo más constreñida. La intolerancia hacia ideas opuestas, la moda por los linchamientos
públicos y el ostracismo, así como la tendencia a disolver cuestiones complejas en una cegadora
certidumbre moral. El resultado de todo ello ha sido que se han ido estrechando las fronteras de
lo que puede expresarse sin riesgo a represalias. Ya estamos pagando un alto precio por esta mayor
aversión al riesgo entre escritores, artistas y periodistas los cuales temen por su subsistencia
si se apartan del consenso o incluso si no forman parte del mismo con suficiente radicalidad.
La forma de derrotar las malas ideas es exponiéndolas, argumentando y persuadiendo,
no tratando de silenciarlas o deseando que desaparezcan. Rechazamos la falsa dicotomía
entre justicia y libertad. La una no puede existirse en la otra. Como escritores necesitamos
de una cultura que nos deje espacio para la experimentación, para la asunción de riesgos
e incluso para la comisión de errores. Necesitamos preservar la posibilidad de
discrepar de buena fe sin sufrir graves consecuencias profesionales.
Pues bien, ahora comparemos nuevamente este claro llamamiento a la concordia, a la tolerancia,
al intercambio de ideas de buena fe con las palabras que pronunció el vicepresidente segundo
del gobierno de España en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros de esta
semana. Pero creo que hay que naturalizar que en una democracia avanzada, cualquiera
que tenga una presencia pública y cualquiera que tenga responsabilidades en una empresa
de comunicación o en la política, pues lógicamente está sometido tanto a la crítica como al
insulto en las redes sociales.
En definitiva, cada uno es muy libre de expresar el tipo de sociedad en el que le gustaría
vivir. Los autores de la Carta de Harper, que ya digo son autores que van desde la extrema
izquierda al liberalismo, han expresado al menos en esta cuestión su preferencia por
una sociedad tolerante hacia el disidente, su preferencia por una sociedad que dé cabida,
que dé espacio a expresar ideas que sean opuestas, que estén muy enfrentadas con los consensos
sociales que existen a día de hoy, porque sólo cuestionando esos consensos sociales
podemos avanzar, podemos so bien reforzar los argumentos que justifican esos consensos
sociales o podemos darnos cuenta de que esos consensos sociales estaban equivocados.
Frente a esta preferencia explicitada por esos 150 intelectuales a favor de una sociedad
tolerante hacia el disidente, con lo que nos hemos encontrado en nuestro país es con
la preferencia también explicitada por el vicepresidente segundo del gobierno hacia
una sociedad embrutecida, una sociedad intoxicada por el insulto, una sociedad donde se persigue
dentro del ejercicio de sus libertades, pero donde se persigue socialmente al que discrepa,
donde se persigue al que no muestra conformidad, al que no se arrodilla ante las ideas promovidas
por determinadas agrupaciones políticas, en este caso agrupaciones políticas que para
Masinri están al frente del gobierno de España y donde por tanto existe una línea muy fina
entre el insulto y la amenaza institucional, una sociedad donde el debate racional y civilizado
o se vea reemplazado por el insulto y el linchamiento público hacia quienes no coinciden con las
líneas de pensamiento mayoritarias es una sociedad abierta al barbarismo, es una sociedad
como decía embrutecida e intoxicada, una sociedad donde el diálogo básico, el diálogo
científico básico no se puede desarrollar de buena forma, pero esa es la sociedad que
al parecer prefiere Pablo Iglesias, quizás sea porque esa sociedad embrutecida, esa sociedad
barbarizada, esa sociedad intolerante, esa sociedad intoxicada es una sociedad mucho
más fácil de manejar, de manipular, de controlar y de subyugar desde el poder político en
el que está instalado Pablo Iglesias.
Este es el canal de subtítulos en español de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos
Unidos de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Unidos de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos
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