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En muchas ocasiones tendemos a pensar que el poder político puede ser limitado a través
de la aprobación de leyes, de normas o de disposiciones constitucionales donde se restringan
las competencias que tienen los políticos sobre la sociedad. Es decir, tendemos a pensar
que el poder político puede ser limitado desde la política. Uno de los casos más
claros en los que este principio se pone en práctica es en el establecimiento de
techos a la emisión de deuda pública, y el país que desde su misma creación viene
aprobando estos techos a la emisión de deuda pública es Estados Unidos. En Estados Unidos
el Congreso fija un techo máximo, un límite máximo, un tope máximo de deuda pública
y si el tesoro supera ese límite tiene prohibido emitir nueva deuda pública. Por tanto, si
fuera cierto que podemos limitar el poder político desde la política, en este caso
deberíamos observar que los políticos se ven constreñidos efectivamente por este límite
impuesto por el Congreso a la hora de emitir nueva deuda pública. Pero ¿qué nos dice
la evidencia sobre la evolución de este límite? Pues básicamente nos dice que desde el año
1939 el límite ha sido muy poco efectivo para limitar de verdad la emisión de deuda
pública. Es decir, básicamente siempre que el poder ejecutivo ha tenido necesidad de
incrementar la emisión de deuda pública, el Congreso ha terminado aumentando el límite.
Vamos a observar claramente como la línea azul que marca el límite impuesto por el
Congreso va incrementándose sostenidamente según pasa el tiempo y según la necesidad
de emitir nueva deuda pública. De hecho, en un reciente artículo, el Premio Nobel de
Economía de Tomas Arjen, básicamente viene a decir esto, que el límite sí fue efectivo
antes del año 39 porque el límite a veces aumentaba, a veces se reducía y en todo
caso constituía un punto focal, un punto de referencia al cual los agentes podían mirar
para saber a largo plazo en qué entorno se movería la deuda pública, pero a partir
de 1939 desde luego el límite ha dejado de ser ese corse que limita la emisión de deuda
pública. O dicho de otra manera, si uno es ciudadano de Estados Unidos aquí y tiene
este límite de deuda pública fijado, es imposible que pudiese prever 10 años después, 20
años después o casi 30 años después cuál iba a ser la emisión, las existencias de
deuda pública estadounidense. Era imposible. ¿Por qué? Porque el límite se ha ido aumentando
según el Poder Ejecutivo ha tenido necesidad de incrementarlo. En cambio, según Tomas
Arjan, antes del año 39 uno sí podía razonablemente prever cuál iba a ser la existencia de deuda
pública en el país en función del límite de deuda, porque el límite, el techo de deuda,
sí era un límite verdaderamente operativo. Por tanto, desde el año 39 este límite ha
caído en absoluto papel mojado, no sirve absolutamente para nada. Pero aparentemente
sí servía antes del año 39, por tanto uno podría pensar las normas que limitan el poder
político desde la política en ocasiones sirven, es lo que sucedió con el techo de deuda antes
del año 39 en Estados Unidos, y en ocasiones no sirven, es lo que sucedió con el techo
de deuda en Estados Unidos a partir de 1939. Sin embargo, podemos plantearnos cuál es
la causa profunda de que a partir del año 39 el límite haya dejado de ser operativo,
verdaderamente funciona. Y la causa, muy probablemente, esté relacionada con la publicación en el
año 1936 de un libro llamado La Teoria General de John Maynard Keynes. Este libro, que supone
una revolución paradigmática dentro de la ciencia económica, lo que consigue entre
otras cosas es que la deuda pública se avista tanto por políticos, por economistas, y desde
luego por el conjunto de la población como algo bueno, como algo positivo, como algo
no dañino. Antes del año 39, sobre todo a principios del siglo XX o durante el siglo
XIX, la deuda pública, el déficit público, era visto con mucho recelo por parte de la
población, salvo en momentos de crisis bélica, muy severa, donde el Estado tuviera que endeudarse
para ganar una guerra. Había una sana desconfianza hacia el déficit, y por eso, aun cuando no
hubiese ninguna ley que restringiera la emisión de deuda pública, el político era muy consciente
de que no podía emitir deuda pública porque la población se lo hubiera sublevado. En
cambio, a partir del año 39, como la población se amansa y se vuelve mucho más condescendiente
con la emisión de deuda pública, por mucho que existan límites desde el Congreso, esos
límites no son verdaderamente operativos. Los políticos, como no temen que la población
les reproche la emisión de deuda pública, son libres, tienen las manos desatadas, para
modificar cuantas veces quieran el límite de emisión de deuda pública. Por tanto,
nuevamente nos encontramos con la siguiente conclusión. No son las normas que se da así
misma la política, las que limitan la expansión y el uso arbitrario del poder político, sino
que es la sociedad, las percepciones y los valores que tienen la sociedad de acuerdo
con lo que es legítimo o no es legítimo políticamente, lo que limitan de verdad la expansión del
poder político, por mucho que no hayan normas legalmente aprobadas al respecto. Allí donde
los políticos teman a la sociedad y teman que están transgrediendo los valores subyacentes
a la sociedad, los políticos no se atreverán a extralimitarse. En cambio, si los políticos
no temen a la sociedad o la sociedad se alía con los políticos para que estos hagan un
uso expansionista de su poder, por muchas leyes que se aprueben en el Congreso, esas leyes
no servirán absolutamente para nada, porque la sociedad verá con buenos ojos que se
arleyes se modifiquen para incrementar el poder político tal como ha sucedido con el techo
de deuda. Por tanto, y como conclusión, incluso extraeconómica, para limitar el poder político
no tenemos que dotarnos con un marco normativo perfectamente diseñado para constreñir,
para limitar la expresión de los mandatos de las fuerzas políticas. Eso puede ser un
síntoma, pero desde luego no es la causa profunda de por qué se limita el poder político.
El poder político se limita allí donde los valores subyacentes a la sociedad exigen la
limitación de ese poder político. Y por ello, antes de tener cualquier entramado institucional
que trate de controlar el poder político, debemos avanzar hacia una sociedad con valores
subyacentes mucho más liberales y mucho más contrarios a que el poder político se expanda.
Mientras eso no cambie, cualquier entramado institucional o normativo que podamos crear
para limitar al poder político será absolutamente inútil.