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El liberal Manuel Llamas ha sido nombrado vice consejero de economía de la Comunidad de Madrid.
El liberal Juan Manuel López Zafra ha sido nombrado director general de política económica de la Comunidad de Madrid.
Algunos liberales están dando el salto a la política y eso ha generado una polémica tanto entre liberales como antiliberales
sobre si los liberales deberían entrar o no en política. Analicemoslo.
Durante los últimos días nos hemos enterado de que algunos conocidos y reconocidos liberales han dado el salto a la política
de la mano de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid.
Ese ha sido el caso, por ejemplo, de Manuel Llamas, que ha sido nombrado vice consejero de economía en el gobierno de la Comunidad de Madrid
o también de Juan Manuel López Zafra, que ha sido nombrado director general de política económica en la Comunidad de Madrid.
En otras latitudes también otros famosos liberales como José Luis Esperto, Javier Milay han dado el salto a la política
todo lo cual ha generado una cierta polémica sobre si los liberales, siendo coherentes con las ideas que suscriben,
deberían entrar o no en política y las críticas han procedido tanto desde el lado antiliberal como desde el lado liberal.
Los antiliberales aprovechan la entrada en política de cualquier liberal para supuestamente demostrar que el liberalismo
no es más que una fachada ideológica para perseguir el lucro particular de unas pocas personas sin escrúpulos.
Esas personas defienden el estado mínimo pero posteriormente no tienen ningún remilgo en cobrar de ese estado mínimo
ocupando puestos que supuestamente no deberían existir o puestos que supuestamente ellos querrían eliminar.
Y a su vez muchos liberales consideran que aquellos otros liberales que dan el salto a la política están traicionando
las esencias de su ideología, se están pervirtiendo, se están corrompiendo, se están aliando con el estado
y por tanto y en definitiva se han vendido al sistema embruteciendo el buen nombre de la filosofía política liberal.
Permítanme efectuar algunas reflexiones sobre esta polémica.
En primer lugar, rechazar de plano que los liberales puedan entrar en política es una proposición descabellada
puesto que supondría convertir la política en una actividad exclusiva para los antiliberales.
Sólo las personas que desprecian la libertad, que desean atacar la libertad,
deberían poder entrar en política para justamente atacar o pisotear la libertad de los demás.
En la medida en que los liberales no disfrutamos de libertad para separarnos políticamente de los antiliberales
es perfectamente coherente que un liberal opte por entrar en política para incrementar,
para respetar en mayor medida las libertades de los demás.
Es más, si ese liberal consigue dentro del ámbito de sus competencias incrementar las libertades efectivas de las que disfrutan los ciudadanos,
es decir, si ese liberal reduce la interferencia del estado sobre la vida de las personas,
si ese liberal repliega el estado dentro del ámbito de sus competencias,
creo que todos los liberales podremos estar de enhorabuena de que esa persona haya optado por dar ese paso
y haya conseguido establecer un mayor respeto sobre nuestras libertades.
Ahora bien, precisamente por esto, lo que sí resultará del todo criticable
es que un liberal entre en política no para incrementar las libertades efectivas de que disfrutan los ciudadanos,
sino meramente para pastar del presupuesto público.
La política para el liberal es un instrumento para ampliar las libertades,
o mejor dicho, para dejar de restringir las libertades de los ciudadanos que está restringiendo actualmente el estado.
Si el liberal no hace uso de ese instrumento para dejar de atacar las libertades de los ciudadanos,
para imponer desde dentro del estado un mayor respeto a las libertades de los ciudadanos,
entonces el liberal, siendo coherente, sí debería abandonar la política.
Vamos, que el liberal en política solo tiene dos opciones,
o seguir transitando por la senda de incrementos progresivos y graduales en las libertades de los ciudadanos,
o dejar la política.
Si el liberal entra en política y se da cuenta de que desde allí no puede mejorar,
no puede ampliar las libertades de los ciudadanos,
por ejemplo, porque quien lo ha nombrado para ese cargo bloquea
cualquier tipo de decisión que ese liberal pueda tomar para efectivamente incrementar las libertades de los ciudadanos,
el liberal coherente sí debería dimitir, si debería cesar de su cargo,
criticando incluso a aquel que lo ha nombrado, porque está bloqueando la ampliación de las libertades de los ciudadanos.
No digamos ya si desde arriba se le pide al liberal que reprima en mayor medida las libertades de los ciudadanos,
en tal caso debería salir escopeteado del cargo público para el que se le ha nombrado.
En definitiva, la coherencia o incoherencia de un liberal respecto a la política
no debe juzgarse por el mero hecho de que entre en ella.
La coherencia o incoherencia de un liberal respecto a la política
debe juzgarse en función de cuáles sean sus actuaciones dentro de la política.
Es decir, ¿qué libertades has incrementado?
¿Qué libertades has respetado en mayor medida hasta la fecha?
¿Y qué libertades tienes pensado seguir incrementando en el futuro?
Si un liberal no ha incrementado ninguna o ya no tiene planeado o incrementar ninguna más, sobra en la política.
Y sobra, repite una vez más porque su cometido ya ha concluido la política para el liberal no es finalista.
El liberal no debería buscar apesebrarse en la política,
sino que es instrumental utilizar la política para ampliar las libertades de los ciudadanos.
Con ello no quiero decir cuidado que un liberal no pueda apesebrarse en la política
o que tenga menos propensión de apesebrarse en la política que otros ciudadanos no liberales.
Ese no es en absoluto mi argumento.
Los liberales somos conscientes de que el poder corrompe
y por tanto el poder también puede corromper a los liberales que accedan a ese poder.
Y por eso lo que sí debería suceder es que todos los ciudadanos
y especialmente los ciudadanos liberales estemos muy vigilantes de las actuaciones de esos liberales que entran en política.
Que estemos vigilándoles de cerca para que cumplan con su palabra,
para que si han prometido que van a ampliar las libertades de los ciudadanos
efectivamente las estén ampliando,
que esa no haya sido una mera excusa, una mera etiqueta ideológica rimbombante para acceder al poder político.
Y precisamente la segunda reflexión que quería efectuar parte de este punto,
de la necesidad de distinguir las ideas de la filosofía política liberal
del comportamiento de aquellos que dicen abrazar la filosofía política liberal.
Imaginemos que una persona que se dice liberal traiciona los principios que dice abrazar,
es decir, los principios del liberalismo.
Significa que esos principios son inadecuados, no necesariamente,
quizá lo sean, pero por otras razones distintas a las que hemos expuesto,
que una persona traición en los principios que decía abrazar
simplemente califica a esa persona como una hipócrita.
Pero imaginemos adicionalmente que muchas personas que se dicen liberales
tienden sistemáticamente a traicionar los principios que decían abrazar.
Significaría a ello que las ideas liberales son equivocadas, son erróneas, no son valiosas.
De nuevo, no necesariamente, podría ser así.
Si las ideas liberales, siempre que se pretendieran aplicar,
dieran como resultado el opuesto a aquel que están propugnando,
entonces sí, claro, las ideas liberales podrían ser incorrectas.
Pero que muchas personas que se digan liberales
traición en las ideas del liberalismo,
puede llegar a indicar que las ideas del liberalismo son mucho más valiosas,
son mucho más necesarias de lo que, en principio, podría aparecer.
Como ya hemos visto, el liberalismo sostiene que el poder corrompe
y que precisamente por eso es muy necesario limitar el poder,
para evitar las corrupciones y los abusos de poder.
Imaginemos que muchos liberales, cuando se mezclan con el poder, se corrompen.
¿Significa eso que la filosofía política liberal está equivocada?
Al contrario, lo que significa es que la filosofía política liberal, al menos en ese punto, es correcta,
que incluso los liberales, cuando acceden al poder, se corrompen.
Y precisamente porque incluso aquellos que dicen abrazar las ideas de la libertad,
son susceptibles de corromperse cuando se entremezclan con el poder,
es tanto más necesario que limitemos ese poder,
que ese poder no pueda caer ni siquiera en las manos de los liberales,
en las manos de aquellos que dicen abrazar, defender, promover la libertad de los ciudadanos.
El liberalismo aboga por un conjunto de principios normativos que sean universales e impersonales,
por ejemplo la libertad de acción, por ejemplo la propiedad privada,
por ejemplo la autonomía contractual, por ejemplo la libertad de asociación,
por ejemplo la libertad de comercio,
y aboga por esos principios universales e impersonales,
para no depender de la arbitrariedad de las normas que emita ninguna persona.
El liberalismo no sostiene que hemos de ser gobernados por personas liberales,
el liberalismo sostiene que hay que poner límites,
y esos límites son los principios normativos universales e impersonales,
que hay que poner límites al gobierno,
también al gobierno ocupado por personas que se hacen llamar liberales.
Y esos límites, claro, han de ser externos al propio gobierno,
porque si el gobierno es el que pone los límites a la actuación del gobierno,
entonces el gobierno de facto no está limitado porque puede decidir cuando se salta o no se salta los límites.
Los límites han de venir desde fuera,
han de ser límites que le imponga a la sociedad,
una sociedad donde prevalezcan mayoritariamente las ideas liberales,
porque si no es así, no se impondrán tales límites,
han de ser límites que le imponga a la sociedad al gobierno,
también al gobierno ocupado por personas que se hacen llamar liberales.
Y de esta manera regresamos a la conclusión del punto anterior,
para imponer límites a los gobiernos, también a los gobiernos de aquellos que se hacen llamar liberales,
necesitamos vigilancia, fiscalización y rendición de cuentas.
Evaluar continuamente si aquellos liberales que entren en política
están consiguiendo los objetivos que nos dicen que se han marcado,
es decir, ampliar las libertades de los ciudadanos.
Y en caso de que no lo estén haciendo,
crítica, censura y presión externa para que lo hagan o para que se marchen.
Y para terminar, que nadie interprete ninguno de los argumentos anteriores
como una especie de justificación preventiva de misalto a la política.
Eso no sucederá.
Personalmente considero la política estatal como una actividad embrutecedora,
como una actividad innable, como una actividad en la que jamás personalmente entraría.
Pero además en las circunstancias actuales la considero una actividad esencialmente inútil
para hacer avanzar la agenda liberal.
Desde mi punto de vista, y por supuesto puedo estar equivocado,
no se pueden producir grandes revoluciones liberales, grandes reformas liberales,
salvo que una mayoría de la sociedad las desee activamente o al menos las acepte pasivamente.
Y para que eso suceda, previamente se necesita haber generado hegemonía cultural o hegemonía ideológica.
Es decir, las ideas y los ideales del liberalismo tienen que generalizarse dentro de la sociedad.
En una sociedad mayoritariamente no liberal,
el político como mucho puede aplicar reformas marginales, reformas pequeñitas,
reformas tibias en favor de una mayor libertad.
Qué bienvenida sean, pero se trata de un margen muy limitado
que no modifica de manera radical la situación en la que vivimos.
Por eso considero que soy mucho más útil dando,
tratando de dar la batalla de las ideas, la guerra cultural que metiéndome en política.
Es decir, al margen de que deteste personalmente la política,
al margen de que mi carácter sea incompatible con la gestión de la política estatal,
y por tanto, aún cuando pudiera ser útil dentro de la política, rechazaría formar parte de ella.
Aparte de eso, creo que la política es esencialmente inútil
hasta que se haya generado una cierta hegemonía cultural,
un cierto consenso mayoritario dentro de la sociedad alrededor de las ideas liberales.
Como mucho, la política podrá ser útil si se utiliza como instrumento para esa guerra cultural,
para esa batalla de las ideas desde la esfera política, que también es posible hacerlo,
pero desde luego la gestión política de la administración del Estado.
En una sociedad que es mayoritariamente no liberal,
creo que es una gestión que tiene muy estrechos márgenes para hacer avanzar la libertad efectiva de los ciudadanos.
En todo caso, ojalá los liberales, como llamas o como López Zafra,
que acaban de acceder a puestos de responsabilidad dentro del gobierno de la Comunidad de Madrid,
ojalá consiguen hacer avanzar la libertad de los madrileños como han prometido que piensan hacer,
porque si ese es el caso, su éxito personal terminará siendo el éxito de todos en forma de una mayor libertad.
Pero si ese no es el caso, todos los liberales deberemos estar vigilantes para criticarlo y censurarlo.