This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.
vamos a hablar del ya famoso discurso de la escritora Anna Iris Simón,
de aquello en lo que acierta, pero también y sobre todo de aquello en lo que se equivoca.
El discurso podríamos estructurarlo de la siguiente manera, una tesis inicial en el pasado,
en los años 70 y en los años 80, la vida era mucho más fácil que en la actualidad
y justamente porque la vida del pasado, la de los años 70 y 80, era más fácil que en la actualidad,
la gente podía tener muchos más hijos de los que tiene hoy.
Mi mensaje será muy claro, me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad.
Con 29, que es la edad que tengo yo ahora, mis padres tenían una hija de 8 y esperaban su segundo hijo.
¿Y por qué la vida hoy es mucho más complicada, mucho más dura, mucho menos estable de lo que lo era en el pasado?
Pues en primer lugar, por culpa de la globalización.
La aldea global arruinó la aldea real.
En los 70, mi abuelo podía mantener 8 hijos con 12 hectáreas de vides.
Ahora, mi primo Rubén, que es el único que aún se dedica al campo como alguna de las compañeras,
se las ve y se las desea para poder sacar adelante a sus tres hijas.
La globalización para Anaírisimón es responsable de haber desindustrializado
y de haber desagrarizado España en perjuicio de sus ciudadanos.
Lo que ocurrió después lo sabemos todos.
El desmateramiento industrial que España pagó como peaje a Europa
o el vaciamiento de lo que ahora se ha convenido en llamar el rural.
Y es esa desindustrialización y esa desagrarización
lo que habría llevado a que hoy la economía española ofrezca
muchas menos oportunidades laborales para los jóvenes.
Sería esa desindustrialización y desagrarización
lo que provocaría las altas tasas de paro juvenil,
las altas tasas de temporalidad entre los jóvenes y los bajos salarios
que reciben hoy las nuevas generaciones.
En España hay más madres de 40 que de 25 y es normal.
Tenemos un 40% de paro juvenil y los salarios de los jóvenes
son un 50% más bajos que en los 80.
Y así, ¿cómo no envidiar la vida de nuestros padres?
Y como consecuencia de esa precariedad y de esa inestabilidad laboral
provocada por la globalización,
los españoles hoy no cuentan con las mismas oportunidades
que nuestros padres o que nuestros abuelos
para devenir propietarios de vivienda,
para devenir incluso propietarios de un automóvil
y como consecuencia de todo ello,
tampoco se plantean traer tantos hijos a este mundo tan cruel.
Porque a mi edad mis padres tenían claro una hipoteca.
También tenían un coche e incluso una termomix
que mi madre compró con lo que ahorró dejando de fumar.
Pero sobre todo tenían la certeza de que podrían mantener sus trabajos
a sus hijos y pagar la hipoteca.
No tengo coche y no tengo hipoteca
y si no los tengo es porque no puedo.
¿Y qué hacer para darle la vuelta a todo esto?
Pues básicamente luchar contra el capitalismo global
que nos ha arrebatado la soberanía nacional.
Reindustrializar el país al margen de las dinámicas competitivas internacionales,
proteger los productos nacionales
frente a la competencia extranjera a través de aranceles,
controlar, regular todavía más el mercado inmobiliario,
en definitiva desglobalizarnos.
Que los jóvenes de pueblo no nos veamos obligados
a acinarnos en grandes ciudades
y se vacían hasta las capitales de provincia
pasa por revertir lo que nos trajo aquí.
Por reindustrializar el país,
por una regulación inmobiliaria sin medias tintas
y por medidas que benefician nuestros productos
frente a los de fuera.
Recuperar en definitiva la soberanía perdida
frente al capitalismo global y europeo.
Una vez resumidos los principales puntos del discurso de Ana Yrisimón
vamos a analizar cada uno de los argumentos que emplea.
En primer lugar, es verdad que durante los años de globalización
la economía española se haya empobrecido.
Es verdad que la aldea global haya empobrecido a la aldea real.
Desde luego que no.
Como podemos observar en este gráfico,
desde comienzos de los 70 la renta per cápita española,
descontada ya la inflación,
se ha más que triplicado en nuestro país.
Y desde comienzos de los años 80 se ha más que duplicado.
Por tanto, hoy los españoles generamos mucha más riqueza
de la que generábamos en los años 70 y en los años 80.
No solo la generamos, sino que la tenemos disponible para nosotros.
Y lo sabrá que acaso repliquen que sí,
que hoy generamos y disponemos en agregado de más riqueza
de la que generábamos y disponíamos en los años 70 o en los años 80.
Pero que esa riqueza está hoy peor distribuida que entonces.
Y que, por tanto, gran parte de la población española
vive hoy peor de lo que vivía entonces.
Pero nuevamente, en este caso, se equivocan.
La desigualdad en la distribución de la renta es hoy, en España,
la misma que era en los años 70 o en los años 80.
El índice Gini, que es una de las formas más habituales de medir la desigualdad,
se ha movido desde los años 70 entre 30 y 35.
Por tanto, no ha habido en los últimos años un estallido de la desigualdad
que lleve a que, a pesar de que produzcamos y dispongamos
en agregado de más riqueza que en los años 70 y 80,
está este peor distribuida que entonces.
Y si no lo está y generamos más riqueza y disponemos de más riqueza que entonces,
eso significa que durante los años de la globalización
no nos hemos empobrecido materialmente, sino que nos hemos enriquecido materialmente.
Segundo argumento que expone Anairi Simón,
nos hemos desindustrializado y nos hemos desagrarizado
como consecuencia de la globalización, pues tampoco.
Conforme una economía se enriquece, va dedicando cada vez menos recursos,
incluyendo menos trabajadores, al sector primario, al campo
y al sector secundario, a la industria.
¿Por qué razón? Pues porque nuestra productividad,
nuestra capacidad para producir alimentos o para producir manufacturas,
se incrementa más de lo que aumenta la demanda por estos productos.
Imaginemos que para producir un televisor necesitamos 10 trabajadores
y por tanto, si queremos 10 televisores, necesitaremos 100 trabajadores
en la industria de los televisores.
Ahora, imaginemos que al cabo de los años
se produce un incremento de la productividad en la industria de los televisores
y un trabajador es capaz de producir 100 televisores auxiliado por maquinaria.
Si mantenemos en la industria de televisores los 100 trabajadores
que teníamos empleados antes, como cada uno de ellos tiene capacidad
para producir 100 televisores, produciremos 10.000 televisores.
100 trabajadores produciendo cada uno de ellos 100 televisores, 10.000 televisores.
¿Hay demanda para tantos televisores dentro de la sociedad?
Pues si no la hay, evidentemente habrá que reducir el número de trabajadores
que están empleados en la industria de los televisores.
Si una sociedad como mucho quiere 500 televisores
bastará con que haya 5 trabajadores en la industria de los televisores
y los otros 95 que estaban empleados anteriormente en esta industria
tendrán que dedicarse a otras labores
y esas otras labores se llama sector servicios.
La idea de que España sea desindustrializado para que otras economías
como Alemania o China se industrialicen a nuestra costa es una idea errónea.
Basta con observar que el peso de la industria manufacturera dentro del PIB chino
o dentro del PIB alemán se ha reducido en más de 10 puntos
desde comienzos de los años 80.
Por tanto, no es que ellos preserven la industria,
preserven el peso de la industria dentro de sus economías a costa de la economía española.
Lo que ocurre es que todo el mundo se está desindustrializando
en el sentido de que la industria cada vez pesa menos dentro del PIB mundial
porque, como hemos dicho, no hay suficiente demanda por manufacturas
como para absorber toda la capacidad que tenemos hoy de producir manufacturas.
Y tres cuartos de lo mismo podríamos decir evidentemente con respecto a la producción agraria.
No hay tanta demanda de alimentos como capacidad tenemos hoy para producir alimentos
gracias al incremento de la productividad que hemos logrado durante las últimas décadas.
Por mucho que renunciéramos a la globalización,
si España siguiera desarrollándose, siguiera mejorando su productividad al margen de la globalización,
estas tendencias se producirían exactamente igual como se han producido hasta la fecha
para evitar la tendencia secular hacia la desagrarización y desindustrialización de una economía
solo ha ido a alternativas o mantener a esa economía pobre
o obligar a sus ciudadanos a que compren bienes que no necesitan.
Tercer argumento que emplean a irisimón como consecuencia de la desindustrialización y desagrarización de nuestra economía
el paro juvenil, las tasas de paro juvenil, se han disparado durante los últimos años.
¿Es esto cierto? Tampoco.
Como podemos observar en este gráfico, las tasas de paro juvenil en los años 80 eran muy similares
a las actuales, en particular la tasa de paro de las personas entre 20 y 24 años
hostilaba entre el 30 y el 40% y las tasas de paro entre 25 y 29 años
hostilaban entre el 20 y el 30%, las mismas que se han dado durante los últimos años justo antes de la pandemia.
Eso no significa, por supuesto, que esas tasas de paro no sean escandalosas
y no sean una anormalidad en nuestro entorno de países desarrollados.
Lo que significa es que el problema no viene de los últimos años, ni siquiera de la última década,
es un problema que ya estaba con nosotros en los años 80, una de esas décadas que Anaís Simon dice añorar
porque sus padres pudieron desarrollar su proyecto de vida en medio de ese contexto.
Ni fue la globalización ni fue la desindustrialización porque hay países en nuestro entorno
que están tan globalizados como España y están tan poco industrializados como España
y, sin embargo, tienen tasas de desempleo juvenil mucho más bajas que las de nuestro país.
La razón por la cual tenemos tasas de paro anormalmente altas es porque nuestra regulación laboral
es una regulación laboral que está pensada para proteger especialmente a las personas
que ya llevan muchos años dentro de una empresa a costa de desproteger absolutamente
de condenar a la intemperie de un mercado laboral ultra precarizado
a aquellas personas que se están empezando a incorporar al mercado laboral.
Es decir, que se sobreprotege a los adultos a costa de desproteger a los jóvenes.
Es la famosa dualidad de nuestro mercado laboral.
Y esta dualidad también explica, en parte, el otro dato descontextualizado
con respecto a la situación laboral de los jóvenes que ofrece Anaís y Simon
a saber que los jóvenes en la actualidad ganan un 50% menos que los jóvenes en los años 80.
Este dato se debe no a que el salario por hora de los jóvenes hoy sea un 50% inferior
al salario por hora trabajada de los jóvenes en los años 80.
Desde luego que no, porque no es así.
El salario por hora en términos reales, es decir, descontada la inflación,
es hoy el mismo para los jóvenes de lo que lo era en los años 80.
Los motivos por los que ingresan menos a fin de mes son otros.
Por un lado, la dualidad del mercado laboral,
que los jóvenes han intentado capear de mala manera.
Esa mala manera ha sido a través de contratos temporales y de contratos parciales.
Se trabajan pocas horas en régimen de temporalidad para al menos obtener algunos ingresos
dado que este mercado laboral con una regulación disfuncional
no permite que estos jóvenes encuentren puestos de trabajo a jornada completa
y de tipo indefinido.
Pero en segundo lugar, hay otro motivo por el cual hoy los jóvenes ingresan menos
que en los años 80.
Y es porque voluntariamente trabajan menos horas.
¿Y por qué voluntariamente trabajan menos horas?
Porque deciden prolongar el tiempo de estudio.
Y por tanto, entre los 20 y los 25 años, incluso entre los 25 y los 29,
hoy los jóvenes también deciden trabajar menos horas que en los años 80
para poder formarse.
Y menos horas trabajadas a un mismo salario por hora, inevitablemente conduce
a menores ingresos totales a Fíndenes.
Anaíri Simón también nos dice que como consecuencia de todo lo anterior,
hoy las familias tienen mucho más complicado que en los años 70 o en los años 80
de venir propietarias de una vivienda o incluso comprarse un automóvil.
Y ciertamente la precariedad laboral y los bajos niveles de ahorro de los jóvenes
dificultan que estos puedan solicitar, puedan obtener una hipoteca
y que, por tanto, puedan convertirse en propietarios de vivienda.
Sin embargo, tampoco habría que idealizar la situación en los años 70 o en los años 80
creyendo que era infinitamente mejor, infinitamente preferible de lo que es en la actualidad,
que en aquel momento cualquiera podía convertirse en propietario de vivienda
y que hoy nadie o prácticamente nadie o solo los más afortunados
pueden convertirse en propietarios de vivienda o tener un automóvil.
En 1970 había 2,37 millones de turismos para 33,59 millones de españoles,
es decir, 70 automóviles por cada 1.000 habitantes.
En el año 1980 había 7,55 millones de turismos para 37,35 millones de habitantes,
es decir, 202 automóviles por cada 1.000 habitantes.
En el año 2019 hay 25 millones de turismos para 47 millones de habitantes,
es decir, 532 automóviles por cada 1.000 habitantes,
casi ocho veces más que en 1970 y más del doble que en 1980.
¿Y qué decir del acceso a la propiedad de la vivienda principal?
En el año 1970 el 63% de las familias eran propietarias de la vivienda donde residían,
en el año 1980 este porcentaje se elevó hasta el 73%.
A día de hoy es el 76%.
Por tanto, hay hoy más familias propietarias de su vivienda, de la vivienda en la que residen,
que en el año 70 o en el año 80, las décadas que Anaíri Simón estaba idealizando.
Pero además no solo es importante si somos o no somos propietarios de una vivienda,
sino de qué vivienda somos propietarios.
La calidad de las viviendas en nuestro país ha mejorado extraordinariamente durante las últimas décadas.
En 1970 solo el 78% de las viviendas tenía agua corriente,
es verdad que en el año 81 ese porcentaje ya se elevó hasta el 97%,
pero aún así había un 3% de todas las viviendas sin agua corriente.
En el año 1970 solo el 54% de las viviendas contaba con baño o con ducha,
y en el año 81 ese porcentaje ya se había incrementado hasta el 88%,
pero seguía habiendo un 12% de las viviendas que carecía de baño o de ducha.
En el año 1970 solo el 8% de las viviendas tenía calefacción,
y en el año 81 ese porcentaje ya se había elevado hasta el 20%,
pero aún así seguía habiendo un 80% de las viviendas sin calefacción,
y finalmente en el año 1970 solo el 23% de las viviendas tenía teléfono,
y en el año 80 ese porcentaje se había elevado al 40%,
pero aún así seguía habiendo un 60% de todas las viviendas sin acceso a la telefonía fija.
De verdad eran tan maravillosos los años 70 y los años 80
como ahora Anaíri Simón intenta idealizar en retrospectiva,
y si de verdad eran tan maravillosos porque había tanta gente que migraba dramáticamente de España.
Porque emigrar fue un trauma para mi abuelo de los 70.
Y vayamos con el mensaje central que conecta todos los argumentos que han pleado hasta el momento Anaíri Simón,
que toda esta precariedad económica generada por la globalización
es lo que está llevando a que muchas familias queriéndolo rechacen tener hijos
y que como consecuencia de todo ello España se esté quedando sin españoles.
Pero de verdad el problema de la natalidad es un problema vinculado únicamente con la economía,
es verdad que si la economía de las familias jóvenes fuera mucho mejor de lo que es actualmente
la natalidad sería mucho más alta de lo que es en estos momentos,
dudoso o al menos una conclusión incompleta.
Aunque no conocemos todos los motivos por los que la natalidad ha ido bajando en España,
este es un fenómeno que viene produciéndose desde mediados de los años 70.
Sí, esa década que Anaíri Simón idealiza como el momento ideal al que habría que regresar para relanzar la natalidad.
En este gráfico podemos observar cómo a mediados de los 70 el número de hijos por mujer se ubicaba en torna 3
y a partir de ese momento va descendiendo hasta que a principios de los 80,
esa otra década que Anaíri Simón idealiza,
el número de hijos por mujer cae por debajo de la tasa de reemplazo, por debajo de 2,1
y sigue descendiendo hasta prácticamente el día de hoy.
Por tanto, la caída de la natalidad en España no es un fenómeno reciente,
es algo que se viene acumulando desde mediados de los 70,
ni tiene que ver con la globalización, ni tiene que ver con la desindustrialización,
ni tiene que ver con la desagrarización,
o al menos no de manera especial o de manera única con estos fenómenos que menciona Anaíri Simón.
De hecho, como podemos observar cuando el Instituto Nacional de Estadística sondea a las mujeres
cuántos hijos idealmente desearían tener en el mejor de los contextos imaginables,
lo que encontramos es que esas respuestas no nos conducen a una tasa de natalidad especialmente alta.
Por ejemplo, el porcentaje de mujeres que no quieren tener ningún hijo,
no porque la situación económica sea buena o mala,
sino porque, idealmente, en su concepción de vida no quiere tener hijos,
es el 12,27%.
El porcentaje de mujeres que sólo quiere tener un hijo es el 14,11%.
El porcentaje de mujeres que quieren tener dos hijos, el 47,28%
y el porcentaje que quiere tener tres o más hijos, el 26,34%.
Obviamente, querer tener hijos no significa terminar teniéndolos,
pero estos porcentajes, si nos indican,
el número máximo de hijos por mujer que podríamos llegar a tener dentro de la sociedad actual,
aún cuando no hubiese ningún problema económico, ningún problema de conciliación,
aún cuando las mujeres encontraran a sus parejas ideales, etc.
Y si lo calculamos, estos porcentajes nos conducen aproximadamente a que en el mejor de los escenarios imaginables,
aquel en el que todas las mujeres tuviesen el número de hijos que desean, idealmente, tener,
el número de hijos por mujer sería de 2,1%, no más de 2,1%.
Es decir, en el mejor de los mundos posibles, conseguiríamos mantener el reemplazo de la población,
pero nada más, no conseguiríamos crecimiento demográfico.
Pero es que, además, las nuevas generaciones son más reacias a idealmente tener hijos.
Si realizamos esta misma encuesta a las menores de 25 años,
que quizá conforme vayan creciendo, cambiando opinión, pero al menos su opinión en el presente,
nos encontramos con que el 27% no es 12,27%, sino el 27% no quiere tener ningún hijo.
El 6% quiere tener un hijo, el 42,6% dos hijos, y el 24,4% tres o más hijos.
Si recalculamos cuántos hijos por mujer suponen estos porcentajes,
nos encontramos con que en el mejor de los escenarios imaginables,
entre las nuevas generaciones, las mujeres de menos de 25 años, apenas alcanzaríamos los 1,9 hijos por mujer.
Ya digo, en el mejor de los mundos posibles.
Aquel donde todas las mujeres encuentran las mejores condiciones imaginables
para realizar su deseo de tener o de no tener hijos.
Y 1,9 hijos por mujer ni siquiera garantiza el reemplazo poblacional,
es decir, que iríamos a poblaciones menguantes.
Por tanto, lo que estamos diciendo, repito una vez más,
es que en el mejor de los mundos posibles, el número de hijos por mujer sería de 1,9 a 2,1 aproximadamente.
Pero en la actualidad ni siquiera estamos en esas cifras, sino que estamos muy por debajo, 1,2.
Entonces, ¿a qué se debe que las mujeres quieran tener 1,9 hijos o 2,1 hijos por mujer
y terminen teniendo 1,2?
La tesis de Anaís y Simón es que todo esto se debe a razones económicas.
Pero cuando consultamos estas mismas encuestas,
nos encontramos con que la diferencia entre el número de deseado de hijos
y el número que finalmente se tiene de hijos, solo en un tercio o como mucho la mitad,
es explicado por razones económicas y de conciliación de la vida personal y profesional.
La otra mitad se explica por otros motivos,
por no haber encontrado a la persona adecuada para tener ese hijo, por no sentirse preparados,
por razones de salud, porque nunca se encuentra la edad óptima para tener el hijo,
cuando se es joven porque se es demasiado joven y conforme va pasando el tiempo
por motivos de salud o de edad avanzada porque ya es demasiado tarde para tenerlos, etcétera.
Y esos otros motivos pueden ser tan o más importantes que los motivos económicos
y Anaís y Simón únicamente ha mencionado los económicos
como si estos explicaran la totalidad, la mayor parte o la parte principal
de la reducción en nuestra tasa de natalidad, lo cual es una hipótesis muy osada.
Con esto no quiero decir que no haya obstáculos económicos a que familias, jóvenes tengan hijos,
por supuesto que los hay, y por supuesto que habría que intentar resolver esos obstáculos económicos
porque además y en contra de lo que dice Anaís y Simón,
no son obstáculos que provengan de la globalización, la desindustrialización,
la desagradización u otros sospechosos habituales.
No, la razón de la precariedad laboral se encuentra como ya hemos dicho en nuestra pésima regulación laboral
y la razón de las dificultades para acceder a una vivienda se deben a esa pésima regulación laboral
que dificulta la creación de empleos estables y de calidad
y también a una regulación inmobiliaria que favorece que los precios de la vivienda se vayan encareciendo
porque restringe la oferta de nuevo suelo y porque encarece los costes de urbanización y de edificabilidad.
Y justamente Anaís y Simón está proponiendo en este discurso que se vaya en la dirección opuesta,
que se vaya en la dirección de más intervencionismo del Estado, en el mercado laboral, en el mercado inmobiliario,
en la actividad económica, en la planificación de la estructura económica de España,
todo lo cual lo único que hará es complicar todavía más la inserción laboral de los jóvenes,
encarecer todavía más el precio de la vivienda y minar todavía más nuestra productividad
condenando a las generaciones futuras a salarios mediocres o incluso más bajos que los actuales.
En definitiva, estoy bastante de acuerdo con Anaís y Simón cuando dice lo siguiente.
Por eso creo que cualquier plan demográfico ha de pasar en primer lugar por fomentar el acceso al trabajo y a la vivienda.
No estoy de acuerdo con las medidas que ella probablemente con buenas intenciones,
propugna para facilitar ese acceso al trabajo y a la vivienda,
dado que desde mi punto de vista generarían los resultados opuestos,
es decir, dificultar todavía más el acceso a un empleo de calidad y a una vivienda barata.
Tampoco estoy de acuerdo con que los problemas de acceso al trabajo y a la vivienda
provengan de la desindustrialización o de la desagrarización.
Tampoco estoy de acuerdo con que la desindustrialización o la desagrarización
provengan de la globalización.
Tampoco estoy de acuerdo con que el problema de la natalidad que padece España sea un problema exclusivamente económico.
Hay otros factores que Anaís y Simón no mencionan.
De hecho, hay otros países en Europa que no tienen los problemas económicos que tiene España
y también padecen un problema de natalidad.
Y por último, tampoco estoy de acuerdo con ese ejercicio de nostalgia recurrente
hacia eras pasadas supuestamente mejores que las presentes.
No es verdad que la situación material en los años 70 o en los años 80
fuera en términos generales preferible al actual, ni muchísimo menos.
Cuidémonos de discursos que recurriendo a la evidencia anecdótica
nos vendan que tiempos pretéritos fueron mucho mejores que los actuales
y que, sobre todo, pretendan trasladarnos a todos a esos tiempos pretéritos
a través del recorte de nuestras libertades y del intervencionismo estatal.