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Juan Ramón Rallo

Laissez faire, laissez passer. Laissez faire, laissez passer.

Transcribed podcasts: 2280
Time transcribed: 38d 6h 22m 10s

This graph shows how many times the word ______ has been mentioned throughout the history of the program.

Esta semana se produjo en el Congreso de los Diputados un debate entre Francisco José
Contreras de Vox e Íñigo de Rejón de más país sobre las causas de la desigualdad.
De acuerdo con Contreras, la desigualdad se debía, en parte, a que las personas se
esforzaban de manera distinta y tenían talentos heterogéneos, de tal manera que había algunas
personas que, trabajando más horas y generando más valor añadido, obtenían mayores ingresos
que otras personas que trabajaban menos horas si aportaban un menor valor añadido.
Rejón respondió de manera muy aerada diciendo que eso era falso, que la desigualdad no
tenía nada que ver con el esfuerzo o con el mérito y que era totalmente imputable
a la desigualdad originaria de oportunidades.
Escuchemos este intercambio.
Los que creemos en la libertad sabemos que en un país libre no puede haber igualdad
socioeconómica, porque sencillamente las personas somos distintas, tenemos talentos
distintos, tenemos distintos niveles de esfuerzo, adquirimos una cualificación profesional
más o menos esperada y por consiguiente terminamos teniendo rentas distintas y ese
disparillado de rentas es legítima.
A la izquierda, en cambio, nunca ha aceptado la meritocracia, necesita atizar el resentimiento
social y, por tanto, necesita presentar como y legítimas cuales quiera desigualdad socioeconómica.
Está ahí la obsesión igualitaria que detectamos en la política presupuestaria del Gobierno.
Ha dicho un diputado a la derecha que la igualdad en una sociedad libre es imposible, porque
tenemos talentos y esfuerzos diferentes.
Hay que tener la cara muy dura, porque esto lo que significa básicamente es que los ricos
los son porque se esfuerzan más y tienen más talento y que los pobres son pobres porque
se esfuerzan menos o porque tienen menos talento, por eso dice que es natural.
Esto es una sinvergonzonería, pero además es que toda la evidencia científica ha demostrado
que no es así.
La desigualdad se hereda.
Un estudio acaba de demostrar hace poco que los ricos en la ciudad de Florencia son los
mismos desde hace 600 años, porque se forzara más, no porque fueran más listos, sino porque
le daron las fortunas y los apellidos que les permitieron seguir siendo igual de ricos
que sus padres.
Por eso en nuestro país, por ejemplo, la Fundación Bofila ha dicho que un niño que
nace en una familia de origen humilde tiene seis veces más posibilidades de repetir
curso que un niño que ha nacido en una familia más pudiente.
¿Esto qué es?
¿Que ese niño se esfuerza menos?
¿Esto es que ese niño resulta que por el agua que hay en su barrio resulta que es
que menos listo?
No.
Es que la desigualdad se hereda, la desigualdad, señores de la derecha, no tiene nada que
ver con el mérito ni con el esfuerzo, tiene que ver, fundamentalmente, con una profunda
injusticia de base que hace que algunos nazcan y comiencen la carrera con pesos atados a
los tobillos.
Bueno, antes de entrar en la cuestión de fondo, fijémonos cómo el rejón ha manipulado
las palabras de Francisco José Contreras, básicamente porque el diputado de Vox no
ha dicho que toda la desigualdad sea explicable por cuestiones de talento o de esfuerzo, sino
que incluso en una sociedad libre habría desigualdad porque los individuos somos distintos y nos
esforzamos de manera diversa y esforzarse más no es necesariamente mejor que esforzarse
menos.
Quizá quien se esforza más es un amargado que no disfruta de la vida, pero en cualquier
caso hay individuos que se esforzaran más para generar renta y habrá otros individuos
que no preferirán tanta renta y se esforzaran menos y también habrá individuos que tendrán
más talento para generar valor para terceros y habrá individuos que tendrán menos talento,
a lo mejor porque se han esforzado menos, para generar valor para terceros.
Pero eso no significa, insisto, que toda la desigualdad necesariamente sea reducible
a estas dos causas.
Y mucho menos significa que esa es la conclusión, a mi juicio sí, insultante, que ha querido
colocar el rejón en boca de Vox, que los pobres sean pobres porque no tienen talento o porque
no se esfuerzan.
Los pobres, la inmensa mayoría de casos son pobres porque el Estado los condena y los
perpetúa vía regulación en la pobreza, porque el Estado elimina las oportunidades
para escapar de la pobreza, por ejemplo, en España, consolidando durante 40 años una
tasa de paro del 17%, tanto en depresiones como en expansiones, tasa media del 17%, como
consecuencia de una legislación laboral horrorosa que, insisto, impide, a una parte
muy sustancial de nuestra sociedad, insertarse en el mercado laboral y empezar a obtener
ingresos estables dentro de ese mercado laboral.
Contreras no dice que los pobres sean pobres porque no se esfuercen o porque no tengan
talento.
De hecho, estoy convencido de que él es consciente, perfectamente consciente, porque
en otras ocasiones lo ha dicho, que una de las principales causas que perpetúa a muchas
sociedades en la pobreza es justamente el intervencionismo estatal y no, como dice
Rajón, la falta de talento o la falta de esfuerzo de los pobres.
Lo que está diciendo Contreras es que la izquierda es tan igualitarista que incluso
esta desigualdad, que es consustancial a una sociedad libre y que no resultaría en
absoluto criticable desde ningún punto de vista, incluso esta desigualdad sería una
afrenta para la izquierda e intentaría contrarrestarla.
Por supuesto se podría criticar al diputado de Vox de haber relacionado esta cuestión,
que es una cuestión teórica muy relevante y una crítica de fondo a discursos ultraigualitaristas
con estos presupuestos generales del Estado.
Habría que analizar si estos presupuestos generales del Estado realmente buscan combatir
la desigualdad que surge de estas causas que son consustanciales al ser humano y a cualquier
sociedad libre o si, en cambio, buscan corregir otras causas de la desigualdad distintas
de las anteriores y si, de verdad, buscarán corregir otras causas distintas de las anteriores,
este argumento que ha empleado Contreras no sería válido.
Y eso no significa que no pueda haber otras críticas que sean válidas a esa búsqueda
de la igualdad por parte del Gobierno a través de los presupuestos, solo que las críticas
no podrían ser las que ha utilizado Contreras del mérito, del esfuerzo o del talento.
En todo caso, como decía el Rejón, básicamente ha tomado las palabras de Contreras y le ha
hecho decir algo que no ha dicho, Contreras no ha dicho que toda la desigualdad sea debida
al talento y al esfuerzo.
En cambio, el Rejón se ha dicho que ninguna desigualdad es imputable a las diferencias
de esfuerzo o a las diferencias de talento entre las personas y que toda, absolutamente
toda la desigualdad, procede de un origen injusto, de una desigualdad de oportunidades
de partida.
De nuevo, aquí podríamos examinar si, de verdad, la desigualdad de oportunidades de
partida es injusta o no.
Personalmente, y como liberal y, por tanto, como partidario de una visión procedimentalista
pura de la justicia, considero que si una situación es el resultado de acciones todas
ellas perfectamente justas, todas ellas perfectamente lícitas, ese resultado no puede ser, al menos
prima facie, injusto.
No se puede rechazar un resultado que deriva de acciones, insisto, todas ellas justas desde
un principio.
Nos podrá gustar más o menos ese resultado y, entonces, habrá que trabajar por modificar
ese resultado desde la sociedad civil, pero, desde luego, no habrá que calificar ese resultado
como injusto y, por tanto, como un resultado que puede ser objeto de la planificación
de la intervención y de la coacción estatal correctora de esa injusticia.
En general, a mí no tiende a gustarme esta idea muy propia del igualitarismo de concebir
la sociedad como una carrera, que es el símil que, en última instancia, utiliza el rejón,
como una carrera en la que todos estamos compitiendo con todos y, por tanto, si unos salen un poquito
antes que otros, los primeros ganan y los segundos pierden, es obvio que hay ciertas partes
de la sociedad donde sí hay competencia pura, por ejemplo, entre empresas, también la competición
por determinados puestos de trabajo, la competición por el estatus, la competición sexual, incluso
por emparejarnos con las personas con las que queremos emparejarnos, todos ellos son
ejemplos de competencia dentro de nuestras sociedades donde, evidentemente, partir con
ventaja sí favorece que unos logren el resultado antes que otros, pero, en general, la sociedad
no es una carrera, en general, la sociedad no es un ámbito en el que todos competimos
por todo con todos, no es un ámbito donde, si tú ganas, yo pierdo, no es un juego de
suma cero, la sociedad es, más bien, un ámbito en el que cooperar para que todos podamos
salir mutuamente beneficiados, yo coopero contigo para que tú me ofrezcas algo que yo
necesito a cambio de que yo te ofrezca algo que tú necesitas, y en ese ámbito de cooperación,
como digo, todos podemos salir ganando, que unos pueden salir ganando más que otros,
bien, pero todos pueden salir ganando, no es que si tú ganas yo necesariamente he
de perder, y, por tanto, quizá deberíamos dejar de obsesionarnos con esta extrema competitividad
en todos los ámbitos de la sociedad, y en lugar de intentar nivelar absolutamente todos
los puntos de partida para que todas las carreras que se desarrollan dentro de la sociedad
sean justas desde ese punto de vista, a lo mejor deberíamos esforzarnos más por incrementar
las opciones de cooperación dentro de la sociedad para que todos puedan salir más
beneficiados de lo que salían con anterioridad, es decir, fomentar el crecimiento económico
inclusivo más que la redistribución forzosa de los recursos para intentar igualar permanentemente
las oportunidades haciendo una tabla rasa de la sociedad. Con ello tampoco quiero decir
que no puede haber banderas igualitaristas que no puedan ser justas desde un punto de
vista liberal, si dentro de una sociedad existen privilegios, es decir, no existe igualdad
ante la ley, y en función de esos privilegios, algunas personas consiguen extraer, consiguen
parasitar, consiguen explotar a otras personas, evidentemente esos privilegios de base serán
unos privilegios que habrá que corregir, que habrá que eliminar, suprimir, incluso
los privilegios tendrán que indemnizar a las víctimas desde un punto de vista liberal,
esa bandera igualitarista, esa bandera de igualdad ante la ley, por supuesto que sería una bandera
liberal. También desde un punto de vista liberal nos podemos preocupar porque determinadas
sinercias se puedan perpetuar dentro de nuestras sociedades y eso de alguna manera consolide
una desigualdad que si bien no sería injusta desde un punto de vista liberal, sí podría
ser rechazada o combatida para intentar eliminar esas sinercias y mejorar la calidad de vida
de esos ciudadanos atrapados en esas sinercias. Por ejemplo, imaginemos una familia sin conocimientos
financieros que por tanto no transmite conocimientos financieros a los hijos, que por tanto esos
hijos tampoco transmiten conocimientos financieros a sus hijos, los nietos de la primera familia
y a su vez esos hijos tampoco los transmiten a sus hijos, etcétera, etcétera. Ahí nos
podemos encontrar con una inercia que si bien no es injusta porque no es el resultado de
que nadie haya impuesto, nadie haya condenado, nadie haya coaccionado a unas determinadas
personas para impedirles acceder a esos conocimientos financieros, desde luego si es una situación
indeseable para esa generación de individuos que no van a poder florecer financieramente
por la ignorancia, por el desconocimiento. Pero en esos casos, lejos de reivindicar la
actuación estatal, lo que deberíamos hacer es organizarnos desde la sociedad civil para
tratar de corregir estos problemas, por ejemplo, proporcionando información financiera para
familias sin esa cultura financiera de base. En todo caso, este sería otro debate mucho
más extenso, sería un debate de fondo entre la socialdemocracia y el liberalismo, lo que
me interesa para terminar este vídeo es analizar la afirmación factual que realiza Inigo
Rejón cuando dice que toda la evidencia empírica demuestra que absolutamente ninguna parte
de la desigualdad dentro de nuestras sociedades es imputable a diferencias de esfuerzo o a
diferencias de talento y que absolutamente toda la desigualdad tiene un origen injusto
y en concreto tiene el origen de la desigualdad de oportunidades, de la perpetuación intergeneracional
de esa desigualdad de oportunidades. ¿Qué porcentaje, por tanto, de toda la desigualdad
que estamos experimentando en nuestras sociedades tiene un origen injusto, tal como el Rejón
define la injusticia, es decir, desigualdad de oportunidades, transmisión intergeneracional
de esa desigualdad de oportunidades? Bueno, un reciente paper, los economistas Paul
Huffer, Ravi Cambur y Andreas Pleig intentan responder justamente a esta cuestión, que
porcentaje de toda la desigualdad que experimentamos en las sociedades occidentales es injusta,
definiendo injusticia en función de dos criterios. Primero, la desigualdad es injusta cuando
la desigualdad va de la mano de la pobreza. Aquellas personas que no lleguen a un umbral
mínimo de ingresos que les permita mantener un nivel decente mínimo de vida, estos tres
autores consideran que son personas que sufren un tipo de desigualdad injusta. Y en segundo
lugar, la desigualdad también es injusta para estos autores si deriva de circunstancias
que los individuos no pueden controlar, por ejemplo su sexo, su raza o la renta de sus
padres, la transmisión intergeneracional de riqueza, de renta, de conocimientos, de cultura
de la que habla el Rejón. Fijémonos que este criterio es un criterio incluso más amplio
del que menciona el Rejón, porque no solo incluimos lo que el Rejón define como desigualdad
injusta, sino que ampliamos el término para también integrar la desigualdad que vaya
de la mano de la pobreza. Pues bien, de acuerdo con estos autores menos del 25% depende del
país, pero prácticamente todos ellos menos del 25% de las desigualdades que experimentamos
tienen un origen injusto, es decir, es desigualdad vinculada a pobreza o es desigualdad vinculada
a factores que quedan fuera del control de una persona. O dicho de otra manera, el 75%
de las desigualdades si se explicarían en función de lo que Francisco José Contreras
ha dicho que explicarían las desigualdades o que explicaría gran parte de las desigualdades,
es decir, diferencias de esfuerzo y diferencias de talento. Y eso que los autores ya están
teniendo en cuenta, que los esfuerzos en parte se pueden ver condicionados por circunstancias
que quedan fuera del alcance de los individuos. Por ejemplo, si los individuos que se esfuerzan
más son los individuos que han recibido una mejor educación, entonces si la educación
depende, por ejemplo, del poder adquisitivo de los padres, el esfuerzo en última instancia
estaría también condicionado por circunstancias que quedan fuera del control de los individuos,
no habría igualdad de oportunidades y esa desigualdad debido a esfuerzos sería injusta.
Pues bien, los autores, insisto, en las cifras que mencionado antes, ya están teniendo
en cuenta ese factor y lo corrigen dentro de su modelo, y aún así, ya digo, menos
del 25% de la desigualdad que experimentamos en Occidente, es una desigualdad que Rejón
puede calificar como injusta. Tres cuartas partes es justa, 25% es injusta.
Por tanto, Francisco José Contreras no solo tenía razón en el mensaje que transmitía
a saber que hay desigualdades que no tienen origen injusto, que hay desigualdades que
se deben al esfuerzo, que se deben al talento y que incluso en una sociedad libre habría
ese tipo de desigualdades, algo que Rejón tuvo que manipular para criticar, sino que
además también tiene razón en los propios términos que establece Rejón, porque si vamos
a comparar si hay más desigualdades injustas, tal como las define Rejón, o justas, tal
como las define Contreras, que también es Rejón, porque Rejón admitiría, supongo
que esas desigualdades debido a distinto talento y distinto esfuerzo, serían justas, pues
bien, hay más desigualdades justas, debido a distinto talento, a distinto esfuerzo,
que injustas, tal como las define Rejón. Eso no significa, de todas formas, que debamos
despreocuparnos por las desigualdades injustas, que debamos desentendernos de ellas porque
son un porcentaje muy pequeño, pueden ser un porcentaje muy pequeño y suponer un problema
muy grave para muchísimas personas. Por lo que he dicho, la desigualdad injusta, según
estos autores, por un lado es la desigualdad que va de la mano de la pobreza, y evidentemente
la pobreza es un gravísimo problema que tenemos que remediar, porque a menor pobreza, mayor
calidad de vida para todos. Pero además, incluso la desigualdad que no esté vinculada
con la pobreza, que esté vinculada con la desigualdad de oportunidades derivada de la
transmisión intergeneracional de esa falta de oportunidades, según cual sea el origen
de esa desigualdad, también puede merecer una respuesta muy enérgica por parte del
liberalismo. Imaginemos que esa transmisión intergeneracional de desigualdades se debe
a privilegios regulatorios que permiten a determinadas familias con buenas conexiones
políticas, con buenas conexiones político-empresariales perpetuarse en el poder en una especie de
capitalismo oligárquico de amiguetes, pues evidentemente eso debería ser algo a atajar
de manera inmediata. Hoy imaginemos que, como decía antes, haya determinados valores, determinadas
culturas que se transmitan intergeneracionalmente y que no sean los valores o las culturas más
propicias para favorecer el enriquecimiento personal, la cooperación de un individuo
dentro de la sociedad, y por tanto sean valores o sean culturas que de alguna manera perpetúen
atrapen a las personas en la pobreza. Pues bien, esos valores, esas culturas, esas costumbres,
esos hábitos también habría que intentar corregirlos, pero no desde la acción coactiva
del Estado, porque la coacción no es justa y, si nos preocupa la justicia, debemos intentar
minimizar esa injusticia, es decir, la coacción, y además porque el Estado podría aprovechar
esa intervención para buscar otros propósitos que nada tienen que ver con realmente mejorar
la calidad de vida de esas personas. Por ejemplo, podría subsidiar a esas personas, podría
convertir esas personas en clientes electorales para perpetuar a determinados gobernantes
en el poder. En todo caso, si el Rejón hubiese subido a la tribuna del Congreso de los Diputados
a decir, señores de Vox, no hablen solamente de las desigualdades justas, no nos hagan
creer que solamente existen las desigualdades justas, hablen también de las desigualdades
que nosotros, los socialdemócratas, consideramos injustas, porque esas desigualdades también
merecen atención por parte de los poderes públicos, pues bien, habría articulado un
discurso riguroso desde un punto de vista socialdemócrata, es decir, no le habría dado patadas a la
realidad y habría construido una narrativa ideológica coherente con los valores de la
socialdemocracia, es decir, el igualitarismo a una golpe de coacción. Pero el Rejón no
hizo eso, lo que hizo el Rejón fue afirmar que toda, absolutamente toda la desigualdad
tenía un origen injusto, que ninguna parte de la desigualdad se podía explicar por cuestiones
de esfuerzo o por cuestiones de talento, ilustró su argumento, su opinión, con alguna evidencia
anecdótica, que quizá pueda ser relevante para explicar la perpetuación de ciertas
élites oligárquicas, pero que no es relevante para explicar la desigualdad que se produce
en el conjunto de la sociedad, y todo esto para justificar una determinada política
estatal siempre hacia la igualdad, siempre hacia una mayor igualdad, a través, obviamente,
del empoderamiento del Estado y, por tanto, a través de la coacción estatal. Es decir,
lo que hizo el Rejón en última instancia fue mentir para justificar la expansión
del poder del Estado.