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Y justamente mi charla, mi breve charla en el día de hoy, es sobre el cuerpo y el alma del capitalismo.
Si mi objetivo es, básicamente, responder a la pregunta de qué valores son necesarios para que florezca el capitalismo
y para que el capitalismo proporcione un progreso generalizado para el conjunto de la población.
A día de hoy, si intentamos responder a esta pregunta, es decir, qué valores son necesarios para que existe el capitalismo,
para que florezca, para que beneficie el conjunto de la población, la respuesta más común que encontremos es que necesitamos de instituciones,
instituciones entendidas como un marco jurídico donde se respete la propia privada, los contratos, la libertad individual,
dentro de un contexto de estabilidad macroeconómica y, acaso, de un estado limitado.
Son básicamente las ideas que brotan del llamado Consenso de Washington.
¿Qué receta necesitamos para conseguir el desarrollo? Pues justamente este marco.
Y, desde luego, no voy a negar que este marco sea una condición necesaria para que exista el capitalismo,
para que florezca el progreso del capitalismo.
Pero lo que voy a intentar explicar en esta charla es que, además de este marco funcional, son necesarios otros valores.
Es necesario un comportamiento virtuoso a la hora de comercial, siguiendo la tesis de la economista y historiadora,
de Idre Maklowski, para que haya capitalismo, para que florezca el capitalismo, para que el capitalismo tenga alma,
para que arraigue, para que beneficie al conjunto de la población, es necesario, como decía, un comportamiento virtuoso.
¿Y qué es una virtud? Pues una acción repetida, un hábito que nos acerca al bien.
Y el bien, en este caso, sería justamente el progreso económico dentro del capitalismo.
En Occidente, normalmente se ha hablado de siete virtudes, cuatro cardinales y tres teologales.
Las cuatro cardinales son la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza.
Las tres teologales, la caridad, la fe y la esperanza.
Y lo que hace Maklowski, lo que voy a intentar aplicar aquí,
es mostrar cómo estas siete virtudes son esenciales para que el comercio, para que el capitalismo, funcione.
¿Qué es la justicia?
La justicia o la virtud de la justicia es, esencialmente, dar a cada uno lo suyo,
es decir, respetar la libertad y la propiedad ajena, cumplir con la palabra dada, reparar el daño causado,
combatir los privilegios, reconocer a todas las personas como sujetos de igual derecho,
con independencia de su origen, sexo, posición económica, raza o religión.
El capitalismo requiere, por tanto, de justicia para todo esto,
que el capitalismo necesita respetar contratos, propiedad privada, igualdad jurídica,
luchar contra privilegios y reparar los daños causados.
El capitalismo también necesita de prudencia.
¿Qué es la prudencia?
Pues es la virtud que consiste en actuar de manera adecuada y con moderación,
pensar con madurez, decidir con sabiduría y ejecutar con rectitud.
El capitalismo requiere de la virtud de la prudencia para perseguir el interés propio,
comerciando en lugar de parasitando, para buscar el beneficio sin asumir riesgos alocados,
para reflexionar críticamente sobre nuestras decisiones, para ejecutar diligentemente nuestros planes,
para buscar el perfeccionamiento continuado de nuestra actividad empresarial
o para calcular las consecuencias de nuestras decisiones en el mercado.
¿Fortaleza? ¿Qué es la fortaleza?
Perfecer al miedo sin caer en la temeridad para perseguir aquello que nos parece difícil de alcanzar.
Es, por un lado, atacar para conquistar metas más altas en nuestra vida, venciendo los obstáculos
y es, por otro, resistir al desaliento, a la desesperanza.
Fortaleza es, por tanto, paciencia, perseverancia y constancia.
El capitalismo necesita de la virtud de la fortaleza para emprender, para innovar,
para penetrar en nuevos mercados, para competir con las empresas establecidas y dominantes,
para desafiar las regulaciones injustas, para reponerse frente a una bancarrota,
para resistir el pesimismo generalizado en medio de una crisis,
para no desfallecer ante la falta de logros inmediatos.
Y templanza, la cuarta de las virtudes cardinales,
que es la templanza, pues controlar nuestras pasiones para evitar caer en comportamiento socialmente disfuncionales.
Templanza es moderación, sobriedad, continencia y humildad.
El capitalismo necesita de la virtud de la templanza para ahorrar y acumular capital,
evitando el consumismo desenfrenado, para escuchar al cliente con humildad,
para no caer en la autocomplacencia empresarial y reconocer que la vida
y también la empresa es un proceso de aprendizaje continuo,
para, en definitiva, admirar y emular los logros ajenos en lugar de envidiarlos.
Estas son las cuatro virtudes cardinales y tenemos otras tres virtudes teologales,
que evidentemente en la era del comercio deben ser tres virtudes teologales secularizadas.
Primero la fe, ¿qué es la fe?
Pues confiar en aquello que no entendemos plenamente.
En este caso sería confiar en el pasado que hemos recibido,
entendiendo la importancia que tiene la tradición,
las normas y los usos que han estructurado la cooperación social
antes de que nosotros llegáramos y aceptar humildemente nuestras limitaciones cognitivas
a la hora de tratar de comprender la totalidad del mundo,
sin pretender reconstruir arrogantemente la sociedad desde cero.
Es la denuncia de lo que Hayek llamaba la fatal arrogancia.
Pero evidentemente la fe tiene que ser moderada por la prudencia,
para no caer en la superstición y el estancamiento tradicionalista,
en la dictadura del statu quo.
El capitalismo requiere de fe en las costumbres, en la cultura,
en las instituciones recibidas, en los usos comerciales
para evitar para no caer en la trampa del planificador central y del planificador social.
Esperanza, ¿qué es la esperanza?
Pues la confianza en un futuro que no conocemos pero al que sí nos dirigimos.
Esperanza para no vernos paralizados por el miedo al cambio,
sino para afrontarlo con optimismo espontáneo, lo que Keynes,
que bueno, no sé si conviene citarlo o no, pero en este caso encaja bien,
lo que Keynes llamaba los animal spirits,
la motivación a actuar en lugar de quedarse paralizado.
Una confianza que también, como la fe tiene que ser moderada por la prudencia,
para no caer en un optimismo inconsciente, vano y temerario,
un optimismo racional, como diría Matt Ridley,
no tener miedo a la evolución que no esté le dirigida por un planificador central.
Por tanto, el capitalismo requiere de esperanza,
no solo en nuestro propio éxito, sino también en el éxito ajeno,
en el progreso, en la tecnología, en el crecimiento económico y en las nuevas empresas.
Y por último, la caridad.
¿Qué es la caridad?
Pues la preocupación por el bien del prójimo
y la confianza en que los demás también se preocuparán reciprocamente por nosotros.
Es respeto, buena fe, predisposición a cooperar.
Es una forma de evitar caer en comportamientos oportunistas
que nos lleven, nos conduzcan a equilibrios antisociales
y sus óptimos propios del dilema del prisionero.
Es una forma de estructurar las relaciones humanas de cooperación
más allá de la textualidad de los contratos,
siempre necesariamente incompletos,
buscando el bien común en aquellos proyectos emprendidos voluntariamente en común.
Es rechazar la visión de la sociedad como una lucha fraticida entre explotadores y explotados,
como nos diría el marxismo,
y pasa por poder al menos contemplarla como un marco para la cooperación mutuamente provechosa.
Es, en definitiva, como diría Bastiat, armonía de intereses.
La caridad, a su vez, también debe ser moderada por la prudencia
para no caer en una entrega ciega y absoluta a los demás
que nos lleve a renunciar a nuestra individualidad, a nuestro interés propio,
y que en definitiva nos haga víctimas de un parasitismo ilimitado.
El capitalismo requiere, por tanto, de caridad hacia los trabajadores,
hacia los consumidores, hacia los proveedores, hacia los socios,
y hacia, en definitiva, el resto de la comunidad.
Requiere caridad para evitar el odio y la envidia hacia los éxitos del prójimo.
Las virtudes cardinales aplicadas al comercio
nos proporcionan lo que podríamos llamar el andamiaje básico y necesario
para que la cooperación capitalista sea posible.
La virtud de la justicia, estructurales, instituciones jurídicas formales
y dignifica el respeto a la ley.
La virtud de la prudencia coloca el foco sobre la racionalidad individual
en la búsqueda de los propios fines
y dignifica la realización de ese interés personal
dentro del marco de cooperación capitalista.
La virtud de la fortaleza imbuye a las personas de espíritu emprendedor
y dignifica la innovación y la empresa.
Y la templanza promueve la austeridad
dignificando así la frugalidad y la acumulación de capital.
Ahora bien, solo con justicia no tenemos capitalismo.
Hace falta, además, respeto y admiración hacia el empresario
y hacia el capitalista, hacia el individuo que comercia y que coopera.
Es decir, solo con instituciones formales no tenemos capitalismo.
Hace falta instituciones formales y lo que podríamos llamar racionalidad económica.
Es decir, no solo tenemos que tener la rueda, sino el deseo y la capacidad para moverla.
Ahora bien, solo con justicia a agentes económicos, empresarios y capitalistas
tampoco tenemos un capitalismo plenamente funcional.
Necesitamos también lo que he llamado antes, las virtudes teólogales secularizadas.
La virtud de la fe nos conduce a respetar críticamente,
siempre con ánimo crítico, el pasado, y a evitar el resentimiento generalizado
con la sociedad dignificando así aquellas tradiciones que sean funcionales para la cooperación.
La virtud de la esperanza nos conduce a escrutar el futuro con optimismo
y a tratar de mejorarlo y no de destruirlo,
dignificando así el emprendimiento y la innovación.
Y la virtud de la caridad nos exhorta a cooperar de buena fe con los demás,
entendiendo que nuestro bienestar también depende en última instancia
del bienestar ajeno, dignificando así el comercio y la cooperación comercial.
Es decir, es necesario suplementar las instituciones formales
y la racionalidad económica con instituciones informales,
lo que podríamos llamar en términos económicos capital social.
Es decir, no solo tenemos que tener una rueda y el deseo y la capacidad de moverla,
sino también entender que esa rueda forma parte y es un engranaje
dentro de un sistema cooperativo mucho más amplio, complejo, interdependiente
y también frágil.
Porque, por un lado, es verdad que el capitalismo,
en su mero desarrollo, en su mero despliegue,
promueve estas virtudes.
Conforme el comerciante se va relacionando, va interactuando
con sus proveedores, con sus socios, con sus trabajadores,
se va tejiendo una red de confianza de la que todos salen beneficiados.
El propio capitalista entiende a valorar el ahorro
y entiende a ver cómo el ahorro es tanto positivo para sí mismo como para los demás.
Pero, a su vez, estas virtudes, que son necesarias para que el capitalismo
no sólo exista formalmente, sino para que exista en la práctica,
también se pueden ver atacadas por intelectuales y por ideologías
que precisamente nacen o crecen
como forma de vilipendiar al capitalista, al empresario,
al agente económico, al emprendedor, al innovador
y, en definitiva, al capitalismo liberal.
Y creo justamente que la forma de contrarrestar esos ataques
a las virtudes burguesas, a las virtudes del comercio,
a la aplicación de aquellos comportamientos virtuosos
a la era del capitalismo, a la era del mercado, a la era de los intercambios,
es lo que, desde foros como este, tenemos que tratar de combatir,
se trata de combatir aquellas ideas que van minando la dignidad burguesa,
que van minando las bases culturales,
llamémoslo así, de la economía capitalista,
para que esas bases culturales no se desmoronen
y con ellas el capitalismo no deje de ser funcional.
Porque hemos visto, sobradamente,
cómo tratar de transplantar unas instituciones meramente formales
en países donde esos valores subyacentes que dignifican el intercambio,
que dignifican la innovación, que dignifican el ahorro,
que dignifican la cooperación pacífica, que critican o rechazan la envidia,
que rechazan el odio, que rechazan el resentimiento interclassista.
Hemos visto cómo tratar de transplantar el capitalismo en estas sociedades
sin ese poso subyacente no ha dado en general
o no ha dado en muchos casos buenos resultados.
¿Y cómo se puede minar el capitalismo minando también esos valores subyacentes?
Hemos de tratar de propugnar esos comportamientos virtuosos,
no con un ánimo meramente moralizante,
sino entendiendo cómo el capitalismo y el bienestar
del que hoy gozamos gracias al sistema económico capitalista,
también en gran medida depende de estos valores.
Muchas gracias.