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Argentina, como cualquier otra economía, se enfrenta a un trilema monetario. No puede tener
a la vez libertad de movimientos de capitales, autonomía monetaria del Banco Central y tipos
de cambio fijos. ¿A cuál de estos tres objetivos renunciará el gobierno de Javier Milei? Veámoslo.
En economía suele hablarse de trilema monetario o de trinidad monetaria imposible para referirse
a la incompatibilidad de tres posiciones de política monetaria. En particular, una economía
no puede disfrutar a la vez de libertad de movimientos de capitales, tipo de cambio fijo y política
monetaria soberana. Uno de estos tres objetivos ha de ser por necesidad abandonado. Podemos
tener una economía que disfrute de libertad de movimientos de capitales y de tipos de cambio
fijos, pero entonces el Banco Central no será autónomo para fijar los tipos de interés.
Esta es la situación en la que se hallaban la mayoría de economías durante el patrón oro.
El tipo de interés se determinaba internacionalmente, el tipo de cambio entre divisas era fijo, dependía
de la cantidad de oro que cada una de esas divisas nacionales prometía reembolsar, y finalmente
en el patrón oro había libertad de movimientos de capitales. O podemos tener tipos de cambio
fijos y autonomía del Banco Central para determinar los tipos de interés, pero entonces no podemos
tener libertad de movimientos de capitales. Esta era la situación que se daba bajo el modelo de
Bretton Woods, el sistema monetario que rigió en Occidente desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial
hasta el año 1973. Y por último, también cabe la posibilidad de tener libertad de movimientos de
capitales, un Banco Central Nacional autónomo, pero entonces los tipos de cambio deberán ser flotantes,
no fijos. Esta es la situación, de hecho, en la que nos encontramos la mayoría de países ahora mismo.
¿Por qué estos tres objetivos no pueden alcanzarse a la vez? Imaginemos un país que tiene tipos de
cambio fijos y libertad de movimientos de capitales. Si ese país fijara un tipo de interés más alto que
el del resto de países, el capital global iría, penetraría en ese país, y una mayor oferta de
financiación interna significaría tipos de interés menores. A su vez, si ese país fijara un tipo de
interés más bajo que el del resto del mundo, el capital interno saldría del país, buscando ser
invertido internacionalmente a tipos de interés más altos, y la reducción de la financiación nacional
forzaría a subir los tipos de interés. Por eso, si un país quiere tener un tipo de interés más bajo o
más alto que el del resto del mundo, una de dos. O impone controles de capitales, todo el capital
extranjero que quiere ser invertido dentro del país no puede entrar en el país, o todo el capital
interno que quiere salir del país no puede salir del país, o bien, si hay libertad de movimientos de
capitales, ha de dejar flotar el tipo de cambio. Si tengo un tipo de interés interno más alto que el
del resto del mundo, el capital extranjero querrá entrar masivamente a invertir en mi país, y eso
contribuirá no a reducir el tipo de interés, porque queremos mantener la autonomía monetaria, sino a
apreciar el tipo de cambio. Y por el contrario, si tengo un tipo de interés interno más bajo que el
del resto del mundo, el capital interno tenderá a salir del país, y eso, en lugar de empujar al alza el
tipo de interés, como queremos mantener la autonomía monetaria, llevará más bien a una
depreciación del tipo de cambio. En cualquier caso, comprobamos que no es posible alcanzar los tres
objetivos anteriores a la vez. No es posible compatibilizar tipos de cambio fijos, con libertad
de movimientos de capitales y con autonomía interna en la fijación de los tipos de interés. Y este
trilema monetario también es observable en la situación económica de la Argentina. En primer
lugar, Argentina tiene soberanía monetaria. Muchos pensarán que, por desgracia, la tiene a tenor de la
terrible gestión monetaria hiperinflacionaria que ha venido practicando desde hace décadas. Pero,
en cualquier caso, hoy por hoy tiene autonomía monetaria. Y, por tanto, si tienes autonomía
monetaria, has de escoger o entre tipos de cambio flotantes, variables, o entre controles de capitales.
Pues bien, aunque en Argentina existen tipos de cambio paralelos, el tipo de cambio oficial dentro
del país es un tipo de cambio fijo. Lo determina el Banco Central en función de sus reservas internacionales
de dólares y de la oferta y de la demanda previsible de esas ofertas de dólares contra pesos. Ahora bien,
tal como expone el trilema monetario que hemos visto, si combinas soberanía monetaria con tipos
de cambio fijos, lo único que te queda es establecer controles de capitales. Y eso mismo hace Argentina a
través del famoso cepo cambiario. Los argentinos no tienen la libertad de comprar todos los dólares que
querrían comprar al tipo de cambio oficial. Existen restricciones políticas a la cantidad de dólares que
un ciudadano argentino está autorizado a comprar. Y justamente en aquellos ámbitos legales o ilegales
en los que sí pueden comprarse de manera más o menos libre dólares, lo que sucede es que el tipo
de cambio entre el peso y el dólar no es fijo, sino que es un tipo de cambio que va fluctuando en
función de la oferta y demanda de dólares. En principio, el presidente libertario de Argentina,
Javier Milei, ha repetido en muchas ocasiones que su objetivo es levantar el cepo cambiario,
es decir, levantar los controles de capitales. Y si es cierto que los termina levantando, en función
del trilema monetario anterior que hemos visto, tendrá que escoger entre dos tipos de regímenes
monetarios. El primero es un régimen monetario que combina tipos de cambio fijos con anulación de la
soberanía monetaria del Estado argentino. Este régimen monetario se correspondería con la famosa
dolarización. Si la economía argentina se dolariza, puede tener libertad de movimientos
de capitales y tipo de cambio fijo con respecto al dólar, porque de hecho sólo existiría el dólar,
pero desde luego ya no habría autonomía monetaria. De hecho, en la dolarización pura y dura,
el peso desaparece. Y si bien la dolarización es la opción extrema dentro de este régimen monetario,
hay otras opciones no tan extremas como la dolarización, pero que para su implementación
también requieren de la renuncia a la soberanía monetaria. Por ejemplo, el establecimiento o la
defensa, por parte del Banco Central de la República Argentina, de un tipo de cambio fijo entre el peso
y el dólar con libertad de movimientos de capitales. Si Javier Milei opta por ese régimen monetario,
tendrá que renunciar a fijar los tipos de interés internos de manera desalineada con los
tipos de interés internacionales. Por lo que ya hemos dicho, si fijara los tipos de interés
internos más altos que los internacionales, el tipo de cambio del peso se tendería a apreciar,
salvo que establecieras controles de capitales. Y si fijaras el tipo de interés interno más bajo
que el internacional, el tipo de cambio del peso se tendería a depreciar, salvo que impusieras
controles de capitales. Aunque, por supuesto, en una Argentina sin controles de capitales, Javier
Milei también podría optar por un segundo régimen monetario, consistente en preservar la autonomía
de la política monetaria a costa de dejar flotar el tipo de cambio entre el peso y el
resto de divisas. Sería un régimen monetario similar al que tiene el conjunto de la eurozona
frente al resto del mundo. Aunque démonos también cuenta de que, internamente, ese no es el régimen
monetario que tiene la eurozona. El euro supone la existencia de tipos de cambio fijos entre
economías nacionales, España y Francia, por ejemplo, con libertad de movimientos de capitales.
No hay controles en los movimientos de capitales entre España y Francia. Y, por tanto, a lo que han
renunciado los países de la eurozona para establecer el euro ha sido a la autonomía o soberanía
monetaria. Los bancos centrales nacionales, como el Banco de España, no emiten su propia moneda ni
fijan su propio tipo de interés distinto al del resto de la eurozona. ¿Y por cuál de ambos caminos
optará Javier Milei? Pues está por ver. Está por ver, primero, cuándo levantará el cepo cambiario,
que debería hacerlo en no mucho tiempo. Y está por ver, en segundo lugar, qué camino monetario optará
por seguir una vez levante el cepo cambiario. Desde mi punto de vista, indudablemente debería
optar por la primera de esas sendas monetarias. Es decir, renunciar a la autonomía monetaria del
Banco Central de la República Argentina para defender una cierta estabilización del tipo de
cambio del peso, si es que sigue existiendo el peso, frente al dólar. Y, en el mejor de los casos,
incluso apostar por la dolarización. Es decir, que la moneda argentina sea propiamente el dólar.
¿Y por qué creo que la primera opción es superior a la segunda? Pues por dos motivos. En primer lugar,
porque históricamente se ha demostrado que el Estado argentino, las élites, las oligarquías
políticas argentinas han sido incapaces de gestionar de manera mínimamente adecuada la
autonomía monetaria del Banco Central. La han utilizado más bien para robar a sus ciudadanos
generando recurrentes inflaciones galopantes. Y, por otro lado, precisamente porque desde un
punto de vista histórico la autonomía monetaria del Banco Central de la República Argentina no ha
resultado confiable, cabe anticipar que los inversores seguirán sin confiar en el peso una
vez levantado el cepo cambiario, porque la historia pesa mucho. Y aunque mi ley a corto plazo sea
capaz de gestionar de manera más o menos sensata el peso, nada garantiza que en el futuro no puedan
volver los políticos argentinos a las andadas. Y por eso, repito, es dudoso que, una vez levantado
el cepo, el peso sea generalizada y sosteniblemente reputado como una moneda confiable. Y si no es así,
el peso, frente al dólar, sufrirá de una elevada volatilidad. Y esa elevada volatilidad cambiaria es muy
negativa para cualquier economía, dado que dificulta de raíz el cálculo económico dentro de la división
internacional del trabajo. Los exportadores no pueden anticipar a qué precio efectivo van a conseguir
vender en el futuro sus mercancías y los importadores no pueden anticipar cuál será el coste real que van a
tener que pagar por comprar mercancías en el extranjero. Y sí, los exportadores y los importadores pueden
protegerse frente a la volatilidad cambiaria a través de los adecuados productos financieros.
Pero cuanta mayor sea la volatilidad cambiaria, más caros son esos instrumentos financieros de
cobertura y, por tanto, mayor es el perjuicio de que una economía tenga una moneda internacionalmente
no confiable y, por tanto, con un tipo de cambio volátil frente a la moneda internacional de referencia,
que en este caso es el dólar. En definitiva, como ningún país, tampoco Argentina, puede escapar de este
trilema monetario, el gobierno de Javier Milei, si cumple con su promesa de levantar el cepo,
tendrá que optar o por tipos de cambio fijos, o más o menos fijos, renunciando a la autonomía
monetaria del Banco Central de la República Argentina o entre autonomía monetaria del Banco
Central de la República Argentina con tipos de cambio flotantes. Y esperemos que opte por el
primero de los caminos, porque el segundo sólo sirve para salvaguardar la autonomía monetaria del
Banco Central de la República Argentina. E, históricamente, esa autonomía monetaria sólo ha
servido para robar a los ciudadanos argentinos.