Fui a un restaurante muy bueno, muy bueno, muy caro, muy bueno, bueno cotizado valorado y cada euro
pagado lo vale y no me sentó bien y tuve que luego a vomitar. Que esto es habitual, perdona,
pero más aparte de esos menús degustación que se crea tal colapso gastroenterítico. Hubo un
colapso muy fuerte y me vi a mí mismo habiendo pagado mucho dinero y viendo, notando cómo iba
saliendo. Y se dio una curiosa que está como arrancando el personaje. Ocurrió que yo iba
vomitando. Esto va a ser desagradable. Si estáis cocinando mientras escucháis el programa,
yo lo pararía. No hay tramo limpio. Yo iba notando porque a medida que iba saliendo iba
notando, iba recordando sabores como hacia atrás de platos que habían entrado. Un camino inverso,
y entonces iba de alguna manera también calculando cuánto dinero. Y se dio un momento
muy patético yo solo en la taza y yo enfrentándonos y llegar a un punto en que yo de repente noté ya
entrantes. Y yo pensar, ya vamos por los 150 pagos hechos. Habría que parar ya para que como
de agarrado, de joder, quédate algo. Ah, estabas sufriendo porque se te iba el dinero. Intenté
siempre dar la expulsión. ¿Cómo? Pues poniendo la mano a la boca, intentar que no saliera. Va,
hombre, va. Y la naturaleza se abrió paso como en Jurassic Park y acabó llegando hasta donde llegó,
casi hasta el principio de los tiempos. Y la verdad fue una combinación de cosas que no
había pasado nunca. O sea, el vómito con el cánculo numérico. O sea, una mezcla de vómito
y economía y gastronomía. Fue una experiencia flipante.