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Primero he soñado que mi niño de 11 años fumaba,
que me quitaba cigarros.
Había descubierto dónde tenía yo los cigarros.
Entonces se los escondía como atrás en la espalda
y lo pillaba que fumaba.
Y yo decía, hombre, hombre, cariño.
Y yo la decía súper sincero.
Mira, es un vicio tan feo.
Yo, además, cuesta tanto acostumbrarte porque es que está malo.
Y luego no te lo puedes quitar.
Digo, que es que no tiene ningún sentido.
Me contestaba.
Pues a mí me gusta, estás a la ICO.
Estás a la ICO.
Un disgusto.
Y cuando iba con ese disgusto en el sueño,
se me encabalga otro sueño, que es que me llama por teléfono...
Como las plataformas, ¿no?
Que pones... ¿Quieres seguir viendo el próximo capítulo?
Sí, que te enterlaza.
Ya ha saltado la introducción, me imagino.
He saltado los créditos.
Y el otro sueño me llamaba por teléfono García Ferreras,
el periodista de la sexta.
¿Y periodista? Sí.
Periodismo.
Y entonces me llamaba. Berto.
Espera, espera, que ya verás.
Yo estaba en la consulta de un doctor con mi mujer.
Sí.
Y estaba hablando con ella.
Yo cogí el teléfono, pero no podía hablar para no interrumpirles.
Sabes lo típico que descuelgas para decir,
un momentito, ahora hablo.
Ahora te llamo.
Y entonces oí a él que decía,
Berto, Berto, esto.
No me acoges, ahora no habla.
Y empezaba. Ahora no habla.
Ahora no quería. Y entonces lo empezaba.
Ahora, cuando quieren salir de la tele, sí te hablan.
Cuando les pides tú, entonces no te hablan.
Hay que tener unos huevos muy gordos.
Y se empezaba a enfadar.
Y yo pensaba, ahora ya no hablo,
ahora ya voy a escuchar como somos en Gorila.
Claro.
Empezó a insultar.
Estaba en directo en su programa.
No lo sé.
Sí, no seguro.
Empezó a insultar.
Empezó a insultar.
Empezó a insultar.
¿Eh?
Estos tíos no sé qué se cree, me pilló una mala hostia.
Oh, oh, oh, oh, hostia, qué falso.
Bueno, eh...
Me he despertado, no estoy bien.
Yo creo que Antonio Noria es un buen periodista,
de raza, olfato, sabueso.
Pues se enfada mucho por teléfonos, si no le contestas.
Ya, joder, si lo sé, cuando me llame le coger el teléfono.
Bueno.
Para mi siguiente narración necesito terror.
Para mi siguiente número.
Claro, estamos dentro de un hírico, pero es un poco terror.
Adelante.
Bueno. Sí, sí.
Un poquito...
Estaba yo en la cama.
Es terror de sustos, no psicológico.
Es terror de sustos.
Pues mira, es de sustos.
Estaba yo durmiendo, porque me fui a dormir antes,
le dije a mi mujer, yo me voy a dormir y tengo un sueño.
Muy bien.
Bueno, os ahorro una escena doméstica que no tiene más.
Y ella me dice otra vez, digo ¿cómo que otra vez?
Bueno, os ahorro la escena doméstica.
Cada día duermo, ¿no? Sí, sí.
Eh... No, me dijo, pero si has hecho si está...
No tengo por contrato matrimonio, cada día duermo.
¿Sabes qué me dice? Pero si has hecho si está.
Porque mi mujer cree que cuando haces si está
ya no dormes por la noche. Que te convalida también.
Digo, bueno, pero es igual, pero me ha pasado 8 horas de la siesta.
No te enfadas, no te enfadas.
Joder.
Pero no, no, y me voy a dormir y dice, vale, vale, yo ya bajo.
En fin, me pongo en la camita, sueño, duermo.
De repente, tengo la sensación, pero muy real,
de que un hombre se ha puesto en mi cama.
Un incubo. ¿Cómo? Un incubo.
No, un hombre.
Un cubo, sí, su cubo.
Esto está en la tradición.
No me digas eso, porque luego se me queda dentro y me iba otra vez.
Bueno, dilo, va.
No, no, no, no, la tradición religiosa...
Es histórica.
¡Tarquitón!
Hablar de presencias, hay presencias nocturnas.
Sí.
Como un demonio.
Llamar un incubo.
Vale.
Es que se te ponen encima, se te echan encima, se te echan la gama.
No, tanto no sé si llegamos.
Te piden cigarros.
No, no, no.
Noto que hay...
Yo tengo la sensación de que hay alguien,
pero no encima de la cocha o que te cogen los pies,
esos terroles recurrentes.
No, no.
Alguien a mi lado.
Hostia.
Alguien a mi lado.
Y no es Silvia, eh.
Y entonces yo digo, hostia, hostia,
hay alguien, hay alguien.
Levanto la mano derecha, papalpar.
Tocas pecho, tocas pecho.
No, no.
Tocó cabeza y hay alguien.
Hay alguien.
Pero escúchame.
Vamos.
Ahora porque estamos aquí a gusto, ya ha pasado todo.
Pero en ese momento, trasládate a ese momento.
No, yo con tu mujer, no me voy a trasladar.
No, no, aprete.
Yo tengo la sensación clara,
la percepción de que hay un tío en mi cama,
al que le estoy tocando la cabeza y la nariz.
Sí, sí.
Te estoy tocando, veo que no eres tú.
Porque no coincide con el mapa.
Exacto.
No tengo que escalar una montaña,
sino que vamos un poco más a mano.
Vale, cálmate ya.
Sí, vale.
Es verdad, y toco, toco, hombro, toco, hombro, hostío.
Entonces, empieza un micropánico.
Bueno, panico, ni micro, ni hostia, es panico.
Sí.
Que hace un tío en mi cama.
Hombre claro.
Estás en el duermevela, ¿no?
No estaba, se ve que luego el reloj eran las dos.
Esto se conoce.
Ahora puedes quitar el pánico.
Se conoce.
Que Silvia bajó la cama.
Y se metió en el dentro, claro.
Pero si duerme contigo cada noche.
Ya lo sé.
Pero una parte de mi cabeza no lo procesó.
No la había computado.
Mandó una información de objeto extraño.
Y los guionistas de la cabeza...
Me llamarle a tu mujer objeto extraño.
No, hombre, ser desconocido, ser desconocido.
Entonces las neuronas empezaron a tramar una pelea de terror.
Hostia, tío, pero que me caga.
Me desperté y ya ni se enteró.
Y dije, ah, es Silvia.
Nunca estuve tan contento de saber que era mi mujer.
No, no, no.