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John Lee Anderson, muy buenos días.
Buenos días.
Gracias por dedicarnos un rato de su tiempo,
sobre todo después de la mañana que lleva,
ya desde primera hora contestando preguntas de los periodistas.
Bueno, no, y sobre todo de los chicos acá de Tarragona,
que estuvo muy placentero.
Eran chicos activos e inquietos y hacían buenas preguntas.
Eso me gustó.
Usted les ha hablado del reto de explicar la verdad en plena guerra.
Yo me pregunto, ¿cómo se le explica a un adolescente
cómo y el porqué de una guerra?
Yo no entré en tratar de explicar el porqué de las guerras.
Yo creo que los chicos quizás no son tan leídos como chicos
de antiguas generaciones, pero sí son tan despiertos o si no más.
Ellos sí tienen mundo.
Han recibido mucha información en sus cortas vidas.
Están al tanto, están muy conscientes de cosas.
Les falta quizás vivencia y mayores conocimientos,
pero están al tanto de las cosas en el mundo.
Ellos no preguntan tanto el porqué de las guerras.
Ya saben que las hay y que los adultos los han hecho.
Es un mundo que ellos heredan y se tiene que devolverse en eso.
Es curioso.
Esta generación no parece ser una de estas generaciones que busca la utopía
o busca cambiar las cosas como están, sino adecuarlo a la mejor manera que pueden
para que ellos puedan sobrevivir lo que les viene, la vida que les viene.
Lamentablemente, estos chicos heredan un mundo muy complicado,
en que no solamente hay un cuadro de guerras, miseria, sobrepoblación
y el calentamiento global, más crisis económica.
Muchos bien pueden hacerse la pregunta si es que va a haber otra generación después.
O sea, quizás sea la primera generación humana que llegue a la edad adulta
con ese interrogante en el aire.
Por lo tanto, eso que usted dice que intentan adecuar lo que es la sociedad
no es tanto un síntoma de conformismo, sino más bien de inteligencia.
Sí, son astutos y ellos necesitan saber cómo desenvolverse
y cómo sobrevivir este mundo imperfecto en que van entrando.
A veces uno tiene la sensación, visto desde fuera, lógicamente,
que el periodista es un elemento, una variable más del conflicto,
por no decir incluso a veces hasta un arma que se puede utilizar en un conflicto.
Está muy claro que somos un arma más en el conflicto.
Si antiguamente los ejércitos se enfrentaban a través de campos y se tiraban
y lo que se ganaba era espacios geográficos,
hoy en día la mayoría de las guerras se pelean sobre las vidas
y los corazones de las personas.
Los civiles son los campos de batalla de las guerras de hoy en día.
Entonces, es el poder de convencimiento y la transmisión de información
de un bando al otro a través de la población civil.
Eso es el campo en donde juega y tiene que operar el periodista.
Y naturalmente, a cada bando en conflicto quiere desvirtuar,
canalizar, manipular o adueñarse de lo que produce el periodista.
Quiere utilizar lo que hace o lo que vea y siente el periodista
a favor de su bando en conflicto.
Entonces, hay muchas presiones de por medio que un periodista tiene que tener
presentes para poder proceder y todavía adherir a esa máxima que tenemos,
que buscamos ser objetivos o al menos balanceados, justos, aunque sea,
en nuestra repartición de lo que nos parece ser la verdad.
Eso no es tan fácil.
Pero al final no sé qué es la verdad o cómo se explica la verdad.
Hay muchas.
Exacto.
Hay muchas.
Entonces, uno quizás tiene eso de ser objetivo como una especie de utopía
inalcanzable, pero en la práctica cotidiana, al menos ser justo, ¿no?
Entonces, justo consigo mismo.
Pero claro, uno no puede ser justo si no tiene un código moral bien asimilado
para entonces enfrentar y sobrellevar los desafíos éticos que le va a presentar
para poder siempre ser justo con su información y en su oficio.
De todas formas, la objetividad como tal y en información como en otras cosas
probablemente no exista.
Existe más bien la honestidad del planteamiento inicial que hace el profesional de
bueno, yo parto de aquí, estas son mis ideas, este es mi estatus ético
y a partir de aquí yo os cuento cómo lo veo.
Dicen que usted nunca lleva ni grabadora ni blog de notas.
No, eso es una leyenda urbana.
Pues es una leyenda urbana, porque yo no me lo puedo creer.
Y perdonen, no dudo de su capacidad intelectual para retener todo aquello que ve.
Pero vamos, después de los libros, los artículos y las crónicas que hace
me parecía bastante inverosímil que no tomara ni una humilde nota.
No, no, no.
Todo esto tiene, no sé cómo se creó esto.
Yo he contado a otros periodistas en Tertulias y eso, cómo fue el ejercicio
de perfilar a Gabriel García Márquez.
Él me impuso que no podía grabarle.
Y cuando quise luego sacar un libro de apuntes y notar lo que me decía,
en el primer encuentro nuestro, me miraba así con unos ojos así, así,
de como alguien herido y me decía, ¿qué?
Yo pensé que estábamos hablando entre amigos.
Entonces, por un lado, me sobaba, ¿no?
Me gratificaba el ego, tratándome de amigo, y me echaba guante, ¿no?
Y por otro lado, este es mi dificultad de trabajo.
El segundo día, por supuesto, y yo saqué el libro de notas,
me miró con cara de afligido, pero igual me lo dejó hacer.
Nada más estaba jugando conmigo.
Pero él, famosamente, no gusta ser grabado.
Y yo aprendí a utilizar la grabadora menos a consecuencia de mi relación con Gabo,
porque tuvimos múltiples encuentros a través de siete meses.
Odio la grabadora, pero lo utilizo, por supuesto, cuando necesito hacerlo,
sobre todo cuando es alguien de un cargo público y que luego va a fiscalizar cómo lo cité.
Uno tiene que citarlo bien, ¿no?
No puedes adecuarlo a tu memoria, porque la memoria de uno siempre pone las citas de alguien mejor de las que los dijo.
Eso es lo que yo he descubierto.
En mis notas, tiendo a condensar lo que dijo la persona.
Y la cita que está en mis notas es siempre mucho mejor de las que dijeron realmente que está en la grabadora.
Entonces, no.
Yo a la grabadora no me gusta mucho y sí, no sé.
Bueno, comentaba lo de Gabo, que no le gustan a García Márquez las grabadoras.
Yo me imagino que Chávez mataría por una cámara, por una grabadora, por un micrófono, ¿no?
Usted que ha estado también muy en contacto con él.
La última vez que entrevisté a Chávez trajo su propia cámara.
¿Ah, sí?
Sí, o sea, tuvimos un encuentro a solas y había televisión presidencial ahí también.
No sé exactamente por qué, pero ya él es un mandatario virtual.
Cuando lo ves en su show, es que está despachando como presidente.
Yo digo, un poco jocoso, ¿no?
Que Chávez, cuando lo ves, eso es lo que hay, ¿no?
Cuando él tiene su show de aló, presidente, está siete horas con su escritorio hasta presidente.
Chávez es el personaje que conocemos, es así.
Sí, sí, exacto.
Él es así.
Pero él, cuando él lleva a la provincia, donde sea, hasta en el avión, le llevan su escritorio de madera hasta su portalápices.
Hay un chico con un maletín lleno de termos de café, porque es tremendo cafetero.
Todo, la foto de su hija, todo lo que tiene en la oficina, lo llevan con él en el avión y lo ponen de nuevo en el escritorio, al aire libre, donde él va con su show.
En los cinco o siete horas que él está al aire en vivo, ¿no?
En cadena.
Él despacha, él llama ministros, él hace decisiones de Estado, él firma decretos, él increpa a ministros que no han sido bien, él insulta a sus enemigos, canta a Fidel, hace todo eso.
El resto del tiempo, Chávez está conjurando.
O sea, cuando lo ves en su show, está en su ejercicio del poder.
El resto del tiempo está como conjurando, porque él es un gran conspirador y es así.
En lo privado, él es afable, más reflexivo, más reflexivo de lo que aparenta, menos bufón, menos bufón.
Pero fíjese, y usted eso debe saber mucho porque ha hablado, ha compartido horas con muchísimos mandatarios en todo el mundo.
¿Qué desespero cuando piensas que son personajes tan singulares, y dejémoslo aquí en cuanto adjetivos, los que toman las decisiones que afectan a millones de personas?
Exacto.
Una reflexión tan simple, ¿a mí qué quiere que le diga? Me pone los pelos de punta.
Y hablo en general, no señalo a nadie, pero todos sabemos que hay un buen catálogo de personajes singulares.
Exacto. Eso mismo es lo que yo digo a la gente cuando me preguntan,
John Lee, ¿por qué te interesa tanto el poder o los poderosos?
Como si uno está detrás del poder, con cierta noción quizás un poco escéptica o despectiva.
No es que uno está fascinado, obsesionado con el poder, sino, no.
Mi interés proviene justamente de eso, de una constatación de que el poder nos afecta a todos.
Y lamentablemente todavía vivimos en un mundo en donde el poder sobre las vidas y la suerte de millones resta en las manos de muy pocas personas.
Y ahora la política tiene un gran descrédito entre la ciudadanía.
No tanto la política, sino los mandatarios políticos.
Yo no sé si ese descrédito también afecta a los medios de comunicación y también a la profesión periodística.
Yo creo que sí cuando se trata de una compulsiva atención al qué hacer cotidiano de los políticos, a la retórica política,
a ese juego público de los políticos que día en día se expresa a través de la retórica y a veces muy poca acción.
Hay mucho que se dice, ¿no?
Y los periódicos cuando tienden a llenarse de esa retórica, tienden a convertirse en los folletines de los partidos políticos.
Y naturalmente a un joven que está entrando al mundo, si ve eso, se siente que es como, es alguien que ha llegado a una fiesta a la cual no ha sido invitada.
O sea, ¿cómo entender ese show político que ya se está dándose desde hace años?
Yo creo que es un error de los medios de acercarse demasiado al poder y de servir de representantes o portavoces demasiado de los partidos políticos.
Hay periodistas que se dejan querer, pero otros no.
Los que no se dejan querer, ¿cómo resuelven el día a día de su trabajo si trabajan para esos grandes medios?
Mira, a veces con dificultad.
A veces no terminan trabajando para esos grandes medios.
A veces se independizan o se convierten en columnistas o se lo resuelven de otra manera.
Algunos periodistas que yo conozco se han frustrado del todo y se han convertido en activistas de derechos humanos.
Cada uno tiene que seguir su juez rector interior para saber si puede vivir con lo que hace o no.
O sea, se asquea solo, ¿no?
Se asquea solo.
Yo trabajo en un medio mainstream, o sea, convencional, influyente.
Hay que hacer ciertos compromisos.
Pero a la larga pienso que puedo seguir siendo influyente haciendo lo que hago porque trabajo para un medio que a pesar de que, bueno, tiene cierta política, hay amplitud en esa política.
Es singular en ese sentido.
Hay tolerancia, diversidad de opinión dentro de la revista, desde más o menos centro izquierda hasta centro derecha.
Y entonces hay espacio para diversas voces, ¿no?
Diversas voces adentro.
Si yo llegara a un momento en que me sintiera totalmente truncado o frustrado y éticamente, digamos, atado de manos, a lo mejor abandonaría el medio en donde trabajo.
Ante este supuesto descrédito que pueden tener determinados grandes grupos de comunicación, ¿qué papel juega la red como transmisora de noticias?
Estamos pasando, con ella pasamos de un extremo al otro, de creernos todo también lo que llega a través de Internet, las noticias.
Porque, de hecho, los jóvenes y no tan jóvenes, digamos que están marginando los medios convencionales de comunicación y, digamos, que están al día de lo que pasa en el mundo a través de la red y no a través de cualquier otro medio, digamos, convencional.
Así es. Es un desafío para los noticieros, los medios convencionales.
Y creo que, en parte, es saludable, es bueno.
O sea, se ha democratizado el ambiente, el espacio informativo, ¿no?
Que un joven ahora puede acceder a múltiples fuentes de información para lo que está pasando en Afganistán o Venezuela o España misma, no es malo, es bueno.
Ahora, que eso afecta al modelo económico de los medios convencionales, eso sí, también, eso sí, se plantea un problema.
Sobre todo para los que trabajan en ese medio.
Pero creo que estamos un poco en un...
O sea, uno no es oráculo.
Uno no puede predecir el futuro del todo.
Pero tengo la sensación de que estamos un poco al borde de los primeros hielos de una nueva edad de hielo.
En que, pues, quedarán algunos sumergidos en el hielo, transmutarán otros en nuevas especies.
Y algunos, al final de esta edad de hielo, quedarán luciendo más o menos como lucen ahora, ¿no?
Los cocodrilos de antes de la edad de hielo eran muy grandes y ahora son más chiquitos.
A lo mejor eso es lo que nos pasa, nos pasará a los periodistas o a los grandes medios.
Pero, ¿usted cree que la sociedad a menudo exige al periodista algo más que información cuando hace su trabajo?
Juicio y honestidad.
Eso es lo que siento yo.
Ahora, si piden más, si piden opinión, sí, hay una tendencia, hay una necesidad de sabios, pienso yo.
Ellos, sobre todo entre los jóvenes, ellos quieren saber lo que tú piensas.
Necesitan modelos.
Necesitan modelos.
Y quizás sea por una ausencia de modelos en las instancias políticas.
Estamos en un mundo, a mi juicio, en donde hay muy pocos modelos a seguir en lo que es el mundo político y social.
Hay unos cuantos, pero no son del todo alcanzables o creíbles para la juventud.
Están sus imaginarios, están poblados en primera instancia por otros modelos que los colocan el mundo de la farándula y el entretenimiento.
Entonces, después de los músicos de turno o actores, que pertenecen en realidad a una especie de mundo de la fantasía o el imaginario, en la vida práctica, en el mundo real, quedan muy pocos como modelos a seguir.
Pero también hay un star system de periodistas.
Usted lo sabe perfectamente, que trabaja por todo el mundo.
De hecho, usted fue de los pocos periodistas que permanecieron en Irak y cambiamos un poco de tema durante la guerra.
Hay un antes y un después en cuanto a los conflictos bélicos, la manera de entender y desarreglar el mundo después del 11S, ¿verdad?
Sí. Yo creo que sí. Sí. Antes del 11 de septiembre, todo era distinto. Antes del 11 de septiembre, en algunos países habían unos seres llamados guerrilleros.
Ahora todos son terroristas. Y se lo digo, esto está cargado a la forma que lo estoy diciendo.
Se ha desatado una especie de colisión de culturas entre Occidente y el mundo musulmán, por más que algunos lo desconocen.
Yo creo que sí existe. El mundo ha vuelto mucho más inseguro.
Se ha desatado, se ha brotado un nuevo tipo de periodismo, que es el periodismo de enquistamiento, empoderamiento.
La mayoría de los periodistas que van a estas nuevas guerras se van enfilados con las tropas de su propio país, de Occidente.
Y llevan su carga ideológica encima.
No siempre.
No todos, pero sí. Es que ocurre en estas relaciones y es natural una especie de síndrome de Estocolmo.
Digo, cuando digo que es natural, lo explico, no es que lo justifico.
Si uno va con las tropas de un propio país en tierras inhóspitas, tiende a identificar con las tropas que está con uno.
Hablas el mismo idioma, son de la misma etnia, misma cultura, misma religión.
Los oriundos del país, Afganistán o Irak, son de otra etnia, otra cultura, otra religión.
Y además le están disparando y le están tirando bombas.
Si después de estar dos semanas con tropas españolas en Afganistán y has visto a uno morir o le han salvado la vida,
estoy segurísimo que siente afecto y lazos afectivos con el grupo.
Es más probable que la información que uno despacha va a ser más parcial que imparcial.
A lo mejor si vio alguna cosa que realmente fue, que sería un crimen de guerra, lo va a despachar o no.
A lo que voy es que hay una tendencia a la cobertura parcial debido a la idiosincrasia de las guerras de hoy en día.
Es muy hostil el terreno, es muy peligroso para los periodistas independientes.
Yo intento seguir cubriendo estas guerras de forma independiente, pero es altamente riesgado.
Y muchos han muerto por el camino, ¿no?
Muchos periodistas han sido secuestrados, muchos han muerto.
Entonces, es natural que los que van a cubrir la guerra, muchos van a pensar, no van a pensar más allá de ir a estar con las tropas del país de uno y salir de nuevo.
Al menos pueden estar con cierta seguridad.
Con, en contrabalanza, como consecuencia posiblemente negativa, de que la información que ellos sacan sea no tan imparcial.
Y parcial. Entonces, estamos en momentos en que la información que nos viene desde los campos de batallas del mundo
está viciado por estas relaciones y por la realidad misma de los fenómenos de la guerra.
O sea, es difícil.
No, mi última intención es parecer cínica, pero a los reporteros de guerra no les va a faltar trabajo.
No solo las nuevas, que van empezando cada día, las que ya tenemos, digamos, que forman parte de nuestro decorado particular global.
Y todas las que están olvidadas, que son muchas, y que continúan no latentes, sino en activo.
Y que los periodistas, pues, no hablan, porque ahora hay que hablar de otro conflicto.
Exacto, sí.
¿Usted seguirá siguiendo las guerras?
Mira, eh...
¿No llega un momento que dices, ya, hasta aquí, ahora otra cosa?
Porque emocionalmente, por muy bien estructurado que esté como usted apuntaba al principio,
llega un momento que dices, bueno, quizás que gire hacia otro lado, ¿no?
No es que yo exclusivamente voy a la guerra.
Es decir, yo he tenido etapas en que no he ido a la guerra porque me han interesado otras cosas.
Yo tenía una etapa de 12 años al principio de mi carrera en que no hice otra cosa que ir a las guerras.
Y fui a muchas de las olvidadas que acabas de mencionar, justamente motivado por ese mismo instinto
de por qué tengo que siempre ir a Palestina o a Irak.
Y que de Birmania o Sri Lanka o Colombia, estas guerras endémicas que tienen generaciones, ¿no?
Y fui ahí.
E hice 10 años de libros, algunos que tenían que ver con conflicto, pero no del todo.
Y con el 11 de septiembre, después de 10 años de ausencia de guerras, volví.
Sentía que era necesario, casi como una especie de deber de alguien que tenía cierta experiencia,
tanto de conflicto como de esos países.
Y bueno, y con un Bush en la Casa Blanca, sentía el deber ante mis conciudadanos
de informarlos con una especie de ansiedad que nunca había sentido antes, ¿no?
Y bueno, durante cinco años, yo psicológicamente estaba en guerra.
No como partidario, pero casi como una especie de misión.
Más o menos por el 2005 o 2006 comencé a sentir la necesidad dentro de mí
de volver a recuperar el resto del mundo de nuevo.
Entonces volví a sitios queridos y que me importan mucho,
tanto como ser humano como periodista, en América Latina, en África, en otros lugares.
Y desde más o menos en los últimos tres años he ido expandiendo mi portafolio de nuevo,
mi palet de colores, ¿no?
A los otros continentes.
Sigo yendo a lo que son estas guerras de... no he estado en Irak en tres años,
no he estado en Afganistán en tres años, pero sí estuve en Somalia el verano pasado y así.
O sea, voy a los lugares que me interesan y creo que son relevantes,
que incluye a veces las guerras olvidadas o las sociedades olvidadas.
Pero... y que pues incluían piezas como la tumba de Lorca,
que para mí es una especie de guerra olvidada.
Pero, bueno, no me tiraban bala ahí, ¿no?
Y a las balas todas estas las tiraron hace tiempo.
Pero...
Ahora estamos buscando los casquillos.
Exacto, exactamente.
Y me parece a mí muy importante,
porque es justamente en ese terreno en donde yo creo que las peores secuelas humanas se inciden
y creen sociedades viciadas después.
Y por eso he ido mucho a lugares donde tendemos a ignorar.
Porque creo que por ahí nos viene el futuro, si no nos cuidamos.
¿Iraki y Afganistán acabarán siendo guerras olvidadas como otras?
Yo no diría que no.
Yo no diría que no.
Lo que yo creo que nos va a venir es que con lo que vemos ahorita,
las famosas operaciones militares de la OTAN y demás,
el recrucimiento, un poco del refortalecimiento del ejército afgano por parte de la OTAN,
lo que busca Occidente, Estados Unidos y la OTAN es la forma de salir,
dejando un bando en una guerra civil más potente que el otro.
Es decir, la guerra en Afganistán va a seguir.
¿Que lo vamos a olvidar una vez que nuestras tropas se retiran?
Lo más seguro es que sí.
John Lee Anderson, el hombre que dicen que posee el arte de dar bien las malas noticias.
Muchísimas gracias por acompañarnos.
Gracias.
Ha sido un placer, de verdad. Buenos días.
Igualmente.