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Si vols veure la vida amb esperança
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Tots els diumenges a dos quarts de deu del matí
A Tarragona Ràdio
Un programa de l'Església Protestant de Tarragona
Porta a l'Esperança
Obre la teva porta a l'Esperança
A Tarragona Ràdio
La única razón de mi adoración
Eres tú mi Jesús
Mi único motivo para vivir
Eres tú mi Señor
Mi única verdad está en ti
Eres mi luz y mi salvación
Mi único amor eres tú Señor
Y por siempre te amaré
Eres todo poderoso
Eres grande y majestuoso
Eres fuerte, invencible
Y no hay nadie como tú
La única razón de mi adoración
Eres tú mi Jesús
Mi único motivo para vivir
Mi único motivo para vivir
Eres tú mi Señor
Mi única verdad está en ti
Mi única verdad está en ti
Eres mi luz y mi salvación
Mi único amor
Mi único amor
Eres tú Señor
Y por siempre te amaré
Eres todo poderoso
Eres grande y majestuoso
Eres fuerte, invencible
Y no hay nadie como tú
Tú eres todo poderoso
Eres grande y majestuoso
Eres fuerte, invencible
Y no hay nadie como tú
Música
Música
Música
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
Fins demà!
!
!
Fins demà!
Fins demà!
!
Fins demà!
Fins demà!
I no me quiero conformar, he probado y quiero más.
Yo quiero enamorarme más de ti, enséñame a amarte y a vivir, conforme a tu justicia y tu verdad.
Con mi vida quiero adorar, con todo lo que tengo y lo que soy.
Con todo lo que he sido te lo doy, que mi vida sea para ti, como un perfume a tus pies.
Yo quiero enamorarme más de ti, enséñame a amarte y a vivir, conforme a tu justicia y tu verdad.
Con mi vida quiero adorar, con todo lo que tengo y lo que soy, todo lo que he sido te lo doy.
Que mi vida sea para ti, como un perfume a tus pies.
Cuando pienso en tu cruz y en todo lo que has dado, tu sangre por mí, por llevar mi pecado.
Y cuando pienso en tu mano, hasta aquí hemos llegado, por tus fidelidades.
Yo quiero enamorarme más de ti, enséñame a amarte y a vivir.
Conforma tu justicia y tu verdad.
Con mi vida quiero adorar, con todo lo que tengo y lo que soy, todo lo que he sido te lo doy.
Que mi vida sea para ti, que mi vida sea para ti.
Como un perfume a tus pies.
Y este mensaje aparece repetido tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento.
Y siempre ha sido, pues, el mensaje predicado por los cristianos.
Tenemos un ejemplo en Gálatas 2.16 donde dice el apóstol Pablo
sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo.
Nosotros también hemos creído en Jesucristo para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley.
Por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.
Este es el mensaje que encontramos en las Escrituras desde los mismos comienzos.
Desde el principio Dios toma la iniciativa para salvar a su pueblo
y al aceptar a éste como su único Dios, el pueblo entra en una relación con él.
Una relación irrompible.
Capítulo tras capítulo de la Biblia comprobamos que las imperfecciones del pueblo de Dios
no son usadas por Dios como excusas para romper esta relación,
sino que se utilizan más bien para fortalecerla a través de un conocimiento mutuo renovado.
Si hay un mensaje que se repite una y otra vez en la Biblia
es que el amor de Dios no se esquiva fácilmente, sino que permanece con su pueblo,
aun cuando éste se comporta de forma equivocada.
En este mensaje se basan las famosas cuatro leyes espirituales,
al igual que en él se basan también las campañas evangelísticas organizadas por las iglesias.
Y si eso fuese todo lo que en ellas se dijera,
si ese fuese el único mensaje que se predicara,
no tendría nada que decir en contra.
Consta que esto no es así,
sino que algunos cristianos no confían suficientemente en este mensaje
y necesitan rodearlo de varias obras extras de la ley.
Me consta también que algunos cristianos han generado toda una teología de la salvación
en la que rodean este sencillo mensaje
y que imponen como a modo de carga
sobre los hombros de las personas a las que les predican.
Efectivamente, Vicente.
Ya no es suficiente componer nuestra confianza en el sacrificio aceptado por Dios.
Ya no es suficiente componer nuestra fe en Jesucristo.
Ahora también tenemos que aceptar unas cuantas doctrinas extras
que definen si realmente hicimos bien la oración
o que determinan con certeza si nada falló durante nuestro nacimiento.
Quizá, parecen pensar estas personas,
nuestro nacimiento fue imperfecto.
Quizá tenemos el cordón umbilical aún rodeando nuestro cuello
y estamos a punto de morir asfixiados.
Y la única forma de saber esto, con certeza,
ya que la fe parece ser que no es suficiente,
es hacer el test del nuevo nacimiento.
¿Qué opinas sobre la evolución?
¿Es la Biblia un libro inspirado, inerrante o infalible,
aunque no sepamos qué significan estas palabras?
¿O también qué opinas de la homosexualidad?
Una vez respondidas estas preguntas,
estos maestros del nuevo nacimiento deciden si tu salvación se ha cumplido,
si estás inscrito en el libro de la vida,
si hiciste bien la oración y el poder de Dios te ha alcanzado
o si se quedó a medio camino.
Pero mirad, lo irónico de este asunto es que,
aunque estos maestros del nuevo nacimiento abundan en nuestras silencias,
cada uno tiene un test de preguntas distintos.
Para unos, lo más importante es leer la Biblia literalmente.
Para otros, es ser creacionista.
Para otros, es la orientación sexual de las personas.
Para otros, es hablar en lenguas.
Para otros, es someterse a la autoridad del pastor en todo lo que diga.
Sea lo que sea, y aún otros consideran que lo más importante es seguir todos y cada uno
de los apartados anteriores y alguno más que se nos ocurra por el camino.
Cada uno tiene sus preguntas preferidas y cada uno las lanza a diestro y siniestro
para poder alcanzar la certeza que necesita para saber que la persona con la que está hablando
es cristiana, como Dios manda.
La verdad es que es triste comprobar la facilidad con la que algunos cristianos
desplazan a Dios de su trono para subirse ellos.
Es triste comprobar la facilidad con la que sustituyen el mensaje de salvación
con tests inventados por ellos mismos.
Es triste comprobar la facilidad con la que abren el libro de la vida
y borran y escriben nombres de acuerdo a sus intereses, políticas y agendas privadas.
Es triste ver que las iglesias tienen más facilidad para aceptar a las personas cuyos tests
coinciden con el del pastor que para aceptar a aquellos que no tienen ningún test en absoluto
sino que simplemente confían en el mensaje ofrecido por Dios.
Es triste, pero es lo que hay.
Yo creo que debemos de dar a Dios el lugar que merecen nuestros corazones
y que realmente Él sea solo el protagonista de nuestras vidas.
Ahora queremos dar a conocer un poco más de Jesús.
Y mirad, os explico que no hace mucho tiempo,
hablando con un cristiano de otra confesión,
le escuché una afirmación realmente asombrosa.
Me decía que los cristianos hemos de estar unidos para combatir al enemigo, el Islam.
Completamente extrañado, desarbolado, acerté, a contestar que Cristo no tiene enemigos.
Ni tan siquiera aquellos que se señalan desde los púlpitos.
A saber, pues, el humanismo, como sabéis también el ateísmo, el materialismo, otras religiones.
El único enemigo real que tiene Cristo es el cristiano que no es capaz de reflejarlo en su vida.
Que mantiene su ortodosia sin la vivencia radical de su fe.
Por tanto, espejos oscurecidos, incapaces de reflejar luz.
Porque, vamos a ser sinceros,
ante el Dios que se revela, se disipan todos los demás dioses del imaginario humano.
Claro, porque el Jesús de la Iglesia ha diferido en tantas ocasiones del Jesús de las Escrituras a lo largo de la historia
que constituye una seria advertencia para los cristianos de hoy.
No es preciso, por tanto, recordar el protagonismo de la cristiandad, tanto católica como protestante,
en los episodios de guerras, de religiones, del establecimiento de tribunales inquisitoriales,
de intolerancia o violencia hacia los otros,
o amparando durante siglos la marginación y la exclusión social de esclavos y mujeres en la sociedad y en la Iglesia.
La imagen de Jesús agonizaba entonces en las manos de los cristianos.
Tal vez hemos superado ya la mayoría de estos amargos recuerdos.
Sin embargo, hoy nos urge responder a la pregunta que Jesús hizo a sus discípulos.
¿Y vosotros quién creéis que es el Hijo del Hombre?
Pues la respuesta no debe de ser tan solo una proclama, una doctrina, una declaración teológica.
La respuesta íntegra a esa pregunta contiene necesariamente esta otra.
¿Qué Jesús reflejamos al mundo?
Porque la respuesta que ven los demás es el Cristo que vivimos, no el que creemos.
Y la distancia entre ambos parece ser la clave de un cristianismo que no alcanza al mundo,
que no aparece como el reino de Dios en la tierra, sino como la Iglesia del cielo,
apartada de su misión de ser luz entre los semejantes.
Pero, ¿cómo seremos luz si la escondemos debajo de la alcoba o entre los muros de nuestras iglesias?
El Jesús que nos presentan los evangelios no solamente predicó sobre el sermón de la montaña.
Él era el pan de vida mientras miles de personas se alimentaban con peces y panes.
Era también la luz del mundo y los mismos ciegos lloraban mientras recobraba la vista.
También habló del amor a los enemigos cuando fue clavado en la cruz y desde allí suplicaba perdón para todos ellos.
Llegó a afirmar también haber venido a por los pecadores y comía y compartía con prostitutas, con publicanos,
con gente que era calificada en aquella cultura y en aquella época de mal vivir.
Llegó a pedir a un joven rico que repartiese sus bienes y a continuación le siguiera.
Pero no a su casa, porque de hecho Jesús no tenía una casa, tampoco dinero, ni un lugar donde recostar su cabeza, como dice la Escritura.
También enseñó que nada impuro había fuera del corazón del hombre y él mismo tuvo contacto con mujeres que tenían problemas de menstruación,
con leprosos, infecciosos y ancianas encorvadas, que en aquella cultura los llamados puros y los que guardaban la ley no hubieran nunca atrevido hacer semejante cosa.
Jesús mismo leccionó sobre el absoluto ridículo e inutilidad del sábado si es que el sábado no era para sanar, para ayudar o para compadecerse de los enfermos.
Los desarrapados, los marginados y los indios, la verdad es que fueron compañía de Jesús y la gente de la que se rodeó fue gente que en realidad para muchos era marginal.
Tampoco, tampoco, tampoco tuvo temor a acercarse a aquellos llamados ricos corruptos como fueron personajes como Zaqueo o aquel piadoso como Simón el fariseo.
Efectivamente, Josué, como tú has dicho, Jesús predicó con la palabra y con la acción.
No oidores, sino hacedores. Cuidado con los que escuchan y no hacen, porque sus casas, su iglesia, su denominación, no son más que impolutos edificios construidos sobre la arena.
Ante la pregunta sobre el mandamiento más importante de todos, Jesús no se limitó a contestar la Shema, ese rito judío, algo bien conocido para todos.
Inmediatamente añadió, sin haberselo pedido nadie, el amor al prójimo.
Su mensaje quedó establecido, no hay amor a Dios sin amor al mundo.
Si Dios amó tanto a ese mundo que dio su vida por él, ¿cómo es posible que los cristianos queramos seguir un camino diferente al de entregar la vida por nuestros semejantes?
¿Será por eso que nuestras correctas palabras del Evangelio no encuentran eco en la sociedad que vivimos?
¿No estaremos contrarrestando la verdad que predicamos con nuestra inacción?
Pues fijaros, se dice que Juan el Bautista, en su estancia en la dura cárcel, tuvo dudas respecto al maestro,
y hasta incluso envió a dos de sus amigos más íntimos a interrogarle si él era el que tenía que venir.
Mira que era fácil responder a esta cuestión.
Los cristianos de hoy hubiéramos repetido lo que desde niños aprendimos en la escuela dominical.
Por supuesto que sí, Jesús es el Mesías, pero el Señor no expetó con una respuesta teológica divina,
sino que mostró su gloria a ras de suelo.
A través de sus hechos, los ciegos ven y los pobres están atendidos.
Y es que ciertamente el mundo necesita urgentemente del Salvador.
Claman ante el vacío y la necesidad, ante un universo de valores confusos, relativos y huecos.
Nada parece ofrecerles una respuesta definitiva.
Nuestra, entre comillas, ortodoxia y verdadera teología, se confunde con las interminables ofertas filosóficas y materialistas
que esta sociedad postmoderna ofrece.
Pero las palabras ya no convencen a nadie, por altas y por sublimes que nos parezcan a nosotros.
El Dios de Abraham, de Isaac, el Dios de Jacob, este Dios tan personal que proclamamos,
precisa, pero porque así Él lo ha querido, de carne y de hueso, de ti y de mí,
para extender el Evangelio que se predica y se vive, no sólo en los cultos de los domingos o en las actividades eclesiales,
sino en el mercado, en el hogar del inmigrante, en el barrio marginal, en la ONG, en las asociaciones para mujeres maltratadas,
tal vez en la Cruz Roja, tal vez en las comidas de empresa o en las cenas con los amigos.
Pienso que si amamos a Dios, nuestro amor al prójimo ha de encarnarse, no en el terreno de la iglesia,
sino en donde vive, sufre, se cuestiona y muere la gente.
Mira, yo creo que las iglesias que se refugian del mundo, que endurecen su ortodoxia ante la crisis de valores,
que disfrutan de espléndidos cultos de adoración, que crean a través de un hiperactivismo espiritual,
una burbuja eclesial para sus miembros, parecen que se olvidan de la vida que su maestro les dio como ejemplo.
Es posible que ustedes, los que nos escuchan, encuentren precedentes de esa forma de ser en la tradición centenaria de su denominación,
pero no lo hallará en Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Cualquier otro evangelio, por puro, recto y bíblico que crea ser, no es más que un triste címbalo que retiñe.
Quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero y sin ti no sé vivir.
Nada, no, nada que pueda separarme del amor que tienes para mí.
Quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero y te voy a esperar.
Cuando mis ojos se cierran, todo lo que quiero es poderte contemplar.
Enamorado estoy de ti.
Enamorado estoy de ti.
No puedo pasar un día alejado de tu amor.
Tu belleza me ilumina, brilla mucho más que el sol.
Eres tú la melodía que rompó mi corazón.
Me conquistas, me cautivas y el mañana será lejos.
Contigo, contigo, contigo puedo vivir y no solo sobrevivir.
Y aunque mis ojos no puedan verte, sé que nunca te apartarás de mí.
Quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero y te llevas mi ansiedad.
Cuando te escucho en noche y llamo noche que cancelas toda gravedad.
Enamorado estoy de ti.
Enamorado estoy de ti.
No puedo pasar un día alejado de tu amor.
Tu belleza me ilumina, brilla mucho más que el sol.
Eres tú la melodía que robó mi corazón.
Me conquistas, me cautivas y el mañana será lejos.
Y si las cosas no están perfectas, no me sentaré esperando a que algo suceda.
Tú eres quien me enseña a vivir y a saber que existo para ti.
Hoy te doy las llaves de mi amor, mi futuro y mi razón.
Y como tú digas quiero vivir, sé que pronto miraré un día mejor.
No puedo pasar un día alejado de tu amor.
Tu belleza me ilumina, brilla mucho más que el sol.
Eres tú la melodía que robó mi corazón.
Me conquistas, me cautivas y el mañana será mejor.
Muy bien, queridos oyentes, un día más llegamos al final de nuestro programa.
Deseamos que podáis llegar a experimentar ese nacer de nuevo que hoy hemos tratado.
Si quieres contactar con nosotros, ya sabes que puedes hacerlo a través de nuestra página web www.iglesiadetarragona.com
Y recordaros también que nos podéis encontrar en la calle Monasterio Poblé, número 7.
Y que allí también podéis conocernos mejor asistiendo a nuestros cultos que tenemos durante la semana.
El jueves a las 8 de la tarde hay un estudio bíblico.
El sábado a las 7 de la tarde hay una reunión de jóvenes.
Y los domingos a las 11 y media hay un culto de alabanza y predicación del Evangelio.
Todos seréis bienvenidos.
Por tanto, hasta la próxima semana y que Dios os bendiga.