A toro pasado, puede decirse ahora que muchas de esas obras presuntamente espectaculares
y presuntamente sirviendo a esa satisfacción de las administraciones
de encontrarse en la punta de lanza de una actitud vanguardista, han sido equivocadas.
Hay ejemplos también mostrando absolutamente lo contrario,
pero el efecto Guggenheim, que se ha tomado casi como referencia inevitablemente en tantos proyectos,
no ha logrado repetirse con la eficacia de lo que ocurrió en Bilbao.
Indudablemente, una sociedad más sana y más equilibrada
y con menos sentimiento de un cierto complejo de inferioridad
que lleva a decir, bueno, yo puedo comprar en el mercado libre de la arquitectura
la obra más destacada, al margen de lo que me cueste,
indudablemente sociedades más maduras son más capaces de crecer
administrando sus propios recursos intelectuales de manera razonable y sin excesos.
O sea, que en esto es fácil que también este frenazo de la crisis
nos obligue a tomar posiciones críticas que redundarán
y favorablemente en lo que sea la arquitectura del futuro.
De hecho, ya leemos en los periódicos de un tiempo a esta parte
cuánto la arquitectura espectacular va dejando paso a otro tipo de conductas
y a otro tipo de actitud de los arquitectos.
Hombre, claro, llevar hasta el final esta discusión que plantea usted ahora
sería una cuestión seguramente larga porque, claro,
la construcción de la ciudad en el pasado se ha producido con una cadencia
y con un desarrollo en el tiempo mucho más pausado.
La sensación de poder comprar un bien arquitectónico
como se compra una commodity, como se compra un bien en cualquier tipo de mercado,
no sé, puede que sea equivocado.
Nos va a costar echar marcha atrás en ello,
pero, en cierto modo, yo prefiero las ciudades creciendo,
como les estoy diciendo, recogiendo lo que cría el humus de su tierra,
que no recibiendo estas inyecciones tantas veces forzadas
que no siempre dan lugar a injertos positivos y favorables.
Gracias.
Gracias.